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Protesta contra la sentencia del caso 'la manada'

Camy Domínguez

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Comentaba yo en mi anterior artículo que “en todas partes se cuecen habas”, a raíz de los comentarios asquerosos de algunos. Gracias a los últimos acontecimientos sucedidos a raíz de la sentencia de la manada y otros casos similares en que se han visibilizado por fin con toda su crudeza las víctimas de abusos y agresiones sexuales, las páginas de los periódicos y las redes sociales de toda índole se han teñido del dolor latente y las confesiones silenciadas durante muchos años de sufrimiento de todo tipo de aberraciones.

En muchos foros se ha puesto de manifiesto, para vergüenza de unos y alivio de otras, cuántas barbaridades hemos tenido que callar muchas mujeres para que esta sociedad no explote en una delirante locura. Parece increíble pero tanto sufrimiento que hemos padecido sin rechistar y que ahora está, como si fuera un pozo de negro petróleo, brotando con fuerza desde las entrañas de la tierra para redimirnos, para hacernos más fuertes.

Hemos podido leer que de pronto todas tenemos el poder para contar nuestras experiencias y caer en la cuenta de que parece ser rara la mujer que no ha sufrido abusos por parte del sexo opuesto y de que cada vez caen más cabezas de grandes señores a los que todos respetábamos y que no nos hubiéramos imaginado que serían capaces de empantanarse en semejantes bajezas.

Algunos, como Víctor Lapuente, han excusado estos asquerosos comportamientos masculinos en el hecho de que “un hombre es un hombre” y la testosterona dificulta el autocontrol, aparte de que ellos se sienten en minoría en los ámbitos laborales donde últimamente las mujeres hemos accedido y que antes eran su exclusivo territorio comanche. Es decir, que les molesta que las mujeres entremos en esos espacios y por eso nos violan y nos abusan. Pero ¿y las que somos violadas y abusadas en lugares ajenos a los laborales y académicos? (¿A ti no dices que te tocaron el culo cuando estabas en la cola del súper?).

Nos hemos quedado de una pieza, aunque cada vez menos sorprendidos: políticos en entredicho, actores expulsados de la academia de cine, altos cargos de la curia del Vaticano siendo juzgados, el nobel de literatura que no se entrega por casos de abusos, violadores sin cura que salen de la cárcel, violaciones de niños y mujeres por doquier, manifestaciones de protesta en toda España y parte del extranjero incluida la ONU porque entendemos que no es justa la sentencia de estos asquerosos, y estos mismos asquerosos y sus asquerosos adeptos manifestando descontento porque esperaban que les pusieran una pena menor…

Esta sociedad está muy enferma, podrida. De hecho, el otro día me llegó la noticia de que en un cole un niñito de segundo de Primaria fue pillado in fraganti mostrándole un vídeo porno en una web de esas a un compañerito en medio de una sesión de clase. Escucho asombrada a los adolescentes hablando entre ellos y, de cada cinco palabras, seis tienen contenido sexual explícito. Está todo absolutamente carcomido por una inopia libidinosa antes nunca vista. Y si todo está así en todos los frentes, ¿cómo lo va a estar menos el mundo de la política, por cuyas cloacas corre todo lo más hediondo del comportamiento humano? ¿No recuerdan ustedes que la violación viene siendo considerada un arma de guerra desde la noche de los tiempos?

Me decía un amigo, con el que solía tener largas charlas sobre lo divino y lo humano y que tristemente se nos fue hace poco, dejándome huérfana de sus valiosos consejos, que tuviera cuidado, que la política todo lo corrompe… ¡Y de qué manera! Hace falta estar dentro para entender que no siempre las sonrisas son felicidad y que los apretones de manos no siempre son respeto, que si te mueves un poco no sales en la foto y que en boca cerrada no entran moscas, que tienes que permanecer alerta porque en un mundo plagado de hienas nunca sabes de qué lado te viene el mordisco (¡Créame que todavía me escuecen algunas dentelladas, señora!). Y entiendo que es difícil ser una mujer llamativa y poderosa y no haber sido objeto del deseo de algún asqueroso depravado. Lo de la compañera Dulce Xerach no me sorprende para nada. Es más, creo que debe haber muchas Dulces por ahí, con ganas de acusar y que piensan que no vale la pena, y no me extraña, viendo los resultados de algunas sentencias en manos de quienes deben velar por nuestros derechos…

Muchos, sin querer presionar a Dulce, la han creído, la han animado a que diga nombres y han reconocido públicamente su valentía al hacer esta confesión inesperada. Otros en cambio no han entendido que haya callado tanto tiempo y le han restado credibilidad a su comentario. No podía esperarse menos: la condición humana es tan mezquina... Pero, como escuché esta mañana, “la credibilidad es un tesoro precioso que no debemos perder”, así que, aunque duela, sea cual sea tu decisión... Dulce, yo sí te creo.

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