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Creo que ya podemos

a

Camy Domínguez

Al principio todos nos asustamos. Nos resultó ilusionante que de pronto surgiera un grupito de gente con ideas frescas, algunas realmente buenas, que hablaban de justicia y equidad, pero, por otro lado, nos entraron los ataques de pánico ante la idea de que la izquierda radical quisiera tener un lugar en el gobierno de nuestro país, viendo cómo habían salido otros conocidos experimentos en algunos lugares.

Y así comenzó aquel movimiento a fraguarse en la calle, pero sobre todo en las redes sociales, donde hallaban seguidores por doquier, hartos de la derecha y de la izquierda, de la eterna alternancia entre el PSOE y el PP. Algunos de los integrantes de ese grupito estaban realmente ciegos de tan quemados por toda la política habida y por haber en sus trayectorias vitales y buscaban un nuevo puerto donde anclar su inapetencia de todo lo que supusiera una atadura al orden establecido.

De esta forma encontraron un lugar donde recalar su fastidio en la rebeldía que representaba el nuevo movimiento, que, siguiendo los postulados del marketing que encumbrara a Obama a los despachos de la Casa Blanca, se dio en llamar de la misma manera que aquel eslogan de campaña, “Yes, we can”, o sea, Podemos.

Batallas dialécticas, no, lo siguiente; esto es, verdaderas luchas encarnizadas o guerras civiles era lo que surgía en esas redes sociales cada vez que alguien colgaba algún post alusivo a los defectos de la que se ha venido llamando familiarmente la “formación morada”.

Algunos de aquellos posts eran realmente simpáticos y otros incluso simplones, y de tan simpáticos y simplones se nos iba la pinza al compartirlos, siendo como es la red tan apta para esa lúdica de la risa floja. Cada vez que se me ocurría reírle la gracia a uno de esos cartelitos que se mofaban de algún aspecto o simplemente cada vez que compartía una de esas noticias que comentaban los vericuetos de los morados había observadores acechando para saltarme al cuello. Y lo encontraban realmente fácil conmigo, porque, claro, como había sido un cargo público de otro partido y ya casi estaba en las últimas en ese aspecto, era fácil darme por todos lados sacando los trapos sucios de los míos y, por supuesto, contando con una buena dosis del tan socorrido y tú más que tanto les gusta a algunos.

Mis argumentos como siempre eran los mismos: el ser humano se corrompe y, a menos que cambiemos el sistema de raíz, estos acabarán igual que todos para adaptarse al sistema. Es una condición humana, sin más. Lo que recibí siempre fueron fieros comentarios fervorosamente ensanguinados que me daba hasta miedo tanto fanatismo.

Después les dimos una confianza masiva en las urnas, porque los otros ya habían gobernado y sabíamos de qué iban, pero estos no, aunque siempre ha habido quien prefiere que le robe uno conocido…

Pues bien, lo que comenzó en Podemos con unos círculos asamblearios muy interesantes, que, a falta de sedes o locales de reunión, se agrupaban en cualquier plaza o callejón para comentar sus ideales, en una suerte de continuidad bohemia con aquellos espacios clandestinos a los que estábamos acostumbrados en épocas en que escaseaba la democracia y abundaba la censura, ya luego evolucionó hacia una potencia arrolladora en las instituciones y se convirtió en el espectáculo del año, sobre todo en el Congreso de los Diputados, los unos, porque aparecieron por allí con sus suéteres de punto, sus camisas de cuadros arremangadas, sus rastas recogidas en un moño altanero, que le dio a suponer a más de una que traían piojos incorporados, e incluso otras hasta se trajeron a sus bebés al hemiciclo del Congreso para que vieran cómo su mami tomaba posesión como diputada nacional y de paso dejar visibilidad a las madres que concilian el trabajo y la vida familiar, con la consabida estela de tiernas carantoñas en lugar tan abyecto.

Y por ahí fue tocar poder e irse olvidando de círculos, de asambleas y de todo, porque los líderes morados más visibles, todos ellos con personalidades ampliamente egocéntricas, se hicieron autoritarios por gracia divina y se han afiliado al quítate tú pa ponerme yo, que uno no se aclara quién es quién en todo ese folletín. Ahora uno dimite, ahora dimite la otra, ahora este se pelea con el otro porque existe la bicefalia evidente, o no, porque ellos discuten siempre con pasión; ahora aparece uno que metió la mano en la cacharra del gofio en un ayuntamiento cualquiera… ¡Pssss!

En fin, creo que, aparte de darme la razón en mis argumentos de partida, a este paso han perdido toda credibilidad y ya no podemos.

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