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¿Crujientes o esponjosos?

José Miguel González Hernández

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Asistir a un proceso de recuperación de empleos es una buena noticia. Pero la resistencia a la bajada de la tasa de paro nos hace tener otra visión de la evolución, habida cuenta de que hay que contar con una vitalidad demográfica derivada de la incorporación de personas inactivas propias o de desplazamientos laborales desde el exterior dada la existencia de nuevas expectativas a la hora de incrementar la probabilidad de ocupar un puesto de trabajo.

Por otro lado, está la calidad de dicho empleo, incorporando en dicho concepto la duración del contrato, la retribución obtenida y las condiciones específicas de carácter físico y exigencia psíquica de desarrollo de este.

Ante ese panorama, hay que seguir propiciando el consumo de formación, que es la mejor clave para generar competencias profesionales por parte de la población en general. No tanto porque haya una relación directa e indiscutible con el empleo, sino porque incrementa de forma exponencial las posibilidades de ser acreedor de un puesto de trabajo que el mercado está diciendo que necesita.

Y la preocupación debe configurarse como máxima, debido a que la salud curricular de la población activa desocupada muestra ciertas carencias más allá de las meramente formativas, como son algunas habilidades relacionadas con la productividad, la comunicación, la creatividad o las habilidades sociales. Carencias que se incrementan según sea la edad (nos volvemos más crujientes y menos esponjosos según vamos cumpliendo años…), aunque cueste reconocerse y reconocerlo, lo que hace que haya momentos en que, consciente o inconscientemente, rebajemos nuestras aspiraciones promocionales en el campo del trabajo, pensando que la historia comenzó el día en que nos encontramos con un problema y que nadie, absolutamente nadie, ha experimentado, ni por asomo, en comparación con nosotros. 

Pero no es así. La historia es cíclica y termina por repetirse. Cuando nacemos y crecemos, nos encontramos con una sociedad liderada por las generaciones anteriores con más experiencia y conocimiento acumulado (“… más por viejo que por sabio…”). Y es ahí donde surge la rebeldía a la hora de aportar soluciones nunca antes contrastadas (o al menos, eso es lo que pensamos). De esa forma, todas las sociedades han pasado por un estadio de falta de confianza, de la desubicación tecnológica de las generaciones futuras en estructuras productivas pasadas o de la aparente falta de identificación total entre formación cualificada y los requerimientos laborales en cada momento, apareciendo el temido riesgo del subempleo, advirtiéndose, por tanto, un síntoma que nos hace pensar en una posible sobrecualificación, lo que supone infrautilizar a parte de la población activa en lugares donde podrían ser más productivos para otros puestos de trabajo, apareciendo un importante reto relacionado con la planificación y no tanto con la improvisación.

Pero ¿qué piensa la otra parte del mercado, habida cuenta que la competitividad de nuestra estructura económica tiene un impacto directo en las expectativas laborales de la población? Habrá que preguntarle para ver qué nos dice. Ya les contaré…

*Economista

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