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(In)competencia y (sub)desarrollo

José Miguel González Hernández

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En el ámbito interno de la economía, los niveles salariales están íntimamente relacionados con la demanda de bienes y servicios y se configuran como un derecho no más allá de la prestación de una serie de servicios a cambio del reconocimiento profesional de las personas.

En el ámbito externo, una sobrevaloración del factor trabajo haría perder competitividad frente al resto, si mantenemos el nivel de innovación en una estructura sin progreso. Ahora bien, un descenso abrupto de estos origina un empobrecimiento paulatino, con la consiguiente ruptura de la cohesión económica y social de una región.

En Canarias, en particular, ha sucedido algo de todo eso. Los condicionamientos estructurales hacen que nuestra estructura competitiva se haga acreedora de un sistema de compensación adecuado (tipo REF, por ejemplo) que permita la continuidad continental de forma artificial. De esta forma, la vulnerabilidad y la dependencia, en forma de valor del impacto tanto de los crecimientos como de las crisis, nos lo hacen recordar ciclo a ciclo. Por otro lado, se ha intentado ser competitivo vía costes salariales (precio por hora), generando polarización según grado y nivel de ocupación laboral. Este hecho sería el adecuado si solo sucediese en tu empresa, pero, cuando sucede en todas, termina por empobrecer la demanda interna de la región. Además, el efecto perverso de esa metodología es que siempre existirá una región (incluso cercana) que rebajará aún más los costes, generando una deflación salarial que solo conduce a la quiebra social y, posteriormente, a la económica.

Por estas razones, en la actualidad, cuando la economía global corre el riesgo de volver a caer en una senda de crecimiento bajo, sería deseable un mayor crecimiento salarial en las regiones en que este no se ha acompañado al crecimiento de la productividad. Además, se puede establecer una puerta trasera para intentar equilibrar la balanza en el ámbito de la desigualdad, la cual va calando de forma importante hasta correr el riesgo de convertirse en estructural. Entonces, ¿es óptimo haber incrementado el salario mínimo interprofesional (SMI)? Cuando estos van según la evolución de la productividad, rotundamente sí. Nadie cuestiona la competitividad de los países centroeuropeos o nórdicos, con niveles salariales que son envidiables. Incluso también nos hacen babear sus niveles de protección social. En este sentido, hay numerosos estudios de reconocido prestigio que correlacionan dichos ítems con la tasa de paro, y resulta que esta es menor, aun teniendo un sistema aparentemente más costoso.

Entonces, ¿cuál puede ser la variable determinante? Por un lado, el sistema público de gestión, y por otro, la formación, la cual, como sabemos, no genera empleo por sí misma, pero sí amplia el campo de las oportunidades. Pero de estos asuntos en concreto reflexionaremos en los próximos días. Atentos a las pantallas.

José Miguel González Hernández

Economista

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