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Manual de supervivencia

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José Miguel González Hernández

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Gustarme, gustarme… no es la palabra. No están mal porque el estrés al que nos someten estas fiestas, dentro del jolgorio y la alegría, muy sano no ha de ser. Es un abrir y cerrar continuo de la cartera que se sobrelleva mejor mientras tengas algo de cash o tarjeta que lo soporte, ya sea de crédito o de débito. Nos dedicamos a montar el lío en los hogares, depositar nuestras esperanzas en gustar a otras personas mediante regalos, salir a deglutir casi cada día, abrir el corazón y nuestros sentimientos más calurosos y embriagadores con la gente o, incluso, aplicar el concepto de la solidaridad que, en algunos casos, roza con el de la caridad.

El exceso de tareas, las compras y el dinero (la falta de él, más bien) son causantes del agobio que nos entra en estas fiestas, porque se incrementan los esfuerzos y las expectativas de cumplir con todo lo pendiente, sin dejar de lado la metamorfosis que nuestro cuerpo sufre. Y, voilà, lo dejamos de hacer de forma repentina en el momento de desempaquetar el último regalo al que tenemos acceso allá por el 6 de enero.

Es cierto que el mero acto de consumir inyecta endorfinas, pero no debe ni tiene que ser la finalidad última. Que nos reunamos está bien, pero que nos obliguemos a realizar transacciones no hace que el incremento de la exigencia se vuelva insano. Así y todo, en una sociedad basada en el consumo y la inversión que genera empleo, salarios y ganancias, entrar a formar parte del circuito y es algo que se debe hacer, aunque sea de forma moderada.

En este sentido, se ha ido ampliando paulatinamente el intervalo de fechas para establecer las compras oportunas, segmentadas, de forma mayoritaria, entre alimentación, vestido y calzado, junto al ocio electrónico y la juguetería. Por otro lado, está el incremento de la demanda de servicios de diferente naturaleza (paquetería, logística, restauración, hospedaje, entretenimiento…) que alimenta al alza el número y las cuantías de las transacciones existentes, haciendo que la facturación se incremente y la cantidad de empleo creado se multiplique, teniendo en cuenta que los rangos de edad se amplían porque se buscan perfiles más experimentados y con destreza adquirida, tanto por la experiencia como por la formación, debido a la rapidez con la que hay que colocar el conocimiento al servicio de la causa. Es decir, hemos asistido a la reactivación del círculo consumo-inversión-empleo-consumo… generándose un proceso de causación acumulativa en términos schumpeterianos.

Como se puede comprobar, estas fechas generan algo más que ilusión, inocencia, descubrimiento y magia en el entorno conceptual de las fiestas, de tal forma que sería deseable prolongarlo durante los 365 días del año, porque eso significaría incrementar la capacidad productiva y consumidora de una región de forma sostenida. Así que vamos a tomarlo con calma, sin prisa, pero sin pausa. Incluso si tenemos la suerte de que la lotería (la que sea) nos haya tocado. Felices fiestas.

*Economista

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