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Pequeñas cosas

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Nieves González Arrocha

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Ya está. Decidido. No voy a preocuparme más de manera innecesaria. Siempre estoy pensando en cómo solucionar problemas o situaciones que incluso aún no han llegado a suceder. ¡Relájate! ¡Destrábate! ¡No cojas nervios! Ya verás qué hacer en el momento que ocurra, sin adelantar la tragedia, que, además, eso no te pega nada.

Sí, sé que es bueno eso de ser una persona previsora y estar preparada, al acecho constante por lo que pueda pasar, siempre alerta por si llegase el día del juicio final, por si acaso que no me pille desprevenida, pero… ¿y si luego no pasa? ¿Habrá valido la pena el machaque constante de una vía de escape a esa muerte segura que te espera? Pues no, ya te lo digo yo. ¡Qué necesidad de estar sufriendo antes de tiempo! Y es que ahora, dándole vueltas a todo esto, me parece ridículo volverse loco por cosas que no puedes controlar que ocurran, o por esas que son muy poco probable que sucedan.

Por todo esto he decidido adquirir carácter y pensamiento de un niño, así, tal cual. Ellos tienen otra manera de lidiar con las cosas, una más natural. Aunque crean que no tienen problemas que los afligen, sí que los tienen, solo que los suyos no duran tanto como los nuestros y tampoco les dan esa excesiva importancia. No pierden el tiempo buscando una solución. Si prestas atención, todo es súper sencillo, librándote del estrés innecesario que arrastras y que hace que proliferen más arrugas en tu rostro.

Además, aleja ese sueño de eterna juventud que anhelas, ese que crea en ti una angustia más ante la vejez prematura (que vamos cumpliendo años, amiga, eso es así). Digamos, para resumir, que los niños son más de ocuparse de las asuntos y no de pre-ocuparse. Que no quiero ir al cole, me invento que me duele la barriga. Que un niño no quiere jugar conmigo, se lo digo a la profe. Que mi madre me dice que no a mi plan de ir al parque, se lo pregunto a mi padre. Que no toca playa sino monte, algún charco habrá.

Hace poco hice un sondeo sobre aquellas cosas que a los niños les causaban intranquilidad. Y para mi sorpresa no eran pensamientos tan banales como en un primer momento había creído. Incluso les llegué a encontrar más sentido que a los míos. Siempre he creído que los mayores tenemos ese don de exagerar todo y de llevar nuestras mentes a lo peor. Nos dejamos llevar por el victimismo y el drama. Ellos, los menudos, también tienen miedos, solo que no se machacan a diario. No quieren perder sus juguetes favoritos, les inquieta estar enfermos, que algún amigo se enfade, ver a sus padres tristes, que se rompa esa caja de la risa que todos llevamos dentro del cuerpo… ¡Eso sí es un problemón! Si bien, ellos lo cuentan y un microsegundo después han olvidado lo que pasaba. No viven con una agonía constante. No se machacan a todas horas en busca de la respuesta correcta.

Puedo imaginar lo que estás pensando al leer esto. Es imposible no sentir ansiedad ante ciertas circunstancias, a veces es inevitable preocuparte por tus seres queridos, por lo que piensa el jefe de ti, lo que harás el día de mañana… Debemos parar.

Muchas personas creen que es un acto responsable, pero, en ocasiones, se convierte en una auténtica tortura. Es bueno dar el tiempo justo a esa carcoma y no dejar escapar lo que sucede a nuestro alrededor. Confía en tu capacidad para salir adelante. Como le dice el maestro Oogway a Po en Kung Fu Panda : “Te preocupas por lo que ya fue y por lo que será. Hay un dicho: el ayer es historia, el mañana es un misterio. Sin embargo, el hoy es un regalo, por eso se llama presente”.

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