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Stop suicidios

Cada vez que interactuamos con nuestro móvil, la antena delata nuestra posición

Camy Domínguez

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Suelo estimar mucho la lectura de esos temas escabrosos que tratan sobre lo retorcida o miserable que puede llegar a ser la mente humana. Y es que me atrae poderosamente la atención lo que podemos llegar a maquinar para dañar a nuestros semejantes o incluso a nosotros mismos. Novelas de psicópatas, asesinos o torturadores suelen ser, de hecho, mis favoritas, así como biografías y hazañas de personajes como Hitler y algunos salvajes y sanguinarios parecidos.

Pero cuando ves lo que sucede alrededor, no te queda otra opción que pensar que la realidad supera con creces a la ficción y que la raza humana está realmente involucionando. Nos estamos volviendo locos de remate. Nos hacemos daño mutuamente en un afán de acabar cuanto antes con la propia especie, como si siguiéramos en un estado primitivo anterior al homínido, disputándonos el territorio, cualquiera que sea este, mediante la ley del más fuerte.

Un ejemplo de ello son las matanzas y atentados que se han originado recientemente en medio de aglomeraciones de cualquier índole, ya sea religiosa, política, de ocio, etcétera. O simplemente podemos mencionar los cotidianos crímenes de violencia de género, que ahora parece que se ha puesto de moda llamarlos “pasionales”, tal vez para quitar hierro al asunto, cosa que por otra parte no nos beneficia para nada en la erradicación de este tipo de violencia, porque a lo único que suena la expresión es a telenovela barata.

Pero vamos a centrar nuestra mira en el daño a nosotros mismos, esto es, en el suicidio. Cuando yo era pequeña esto no era un tema de conversación y ni tan siquiera se mencionaba. Recuerdo a mi madre susurrando que Fulano de Tal “se quitó la vida”, “que Dios lo perdone”. Más tarde me enteré de que cuando nos recriminaba aquello de “Recojan este cuarto, que parece una chercha”, se refería sin saberlo a aquella parte del cementerio que llamaban la “chercha” (del inglés church), donde enterraban a los no católicos, herejes y suicidas. Me imagino cómo sería la chercha de mal organizada para que le diera pie a mi madre a una comparación tan peregrina.

Y aunque todavía hoy no suele ser tema para una agradable conversación, no se habla de ello como lo hacemos con otros temas que también antes eran tabú; sin embargo, cada vez son más los suicidios en España, sobre todo en adolescentes y el tema al parecer está muy vinculado a la tecnología en que estamos inmersos. Lo escuchaba estos días en una entrevista a Andoni Anseán, presidente de la Sociedad Española de Suicidología.

Supongo que debe ser que cada vez somos menos tolerantes a la frustración. Veo constantemente en los niños y adolescentes que me rodean que no son capaces de asumir un no por respuesta. Cada vez tenemos que hacer un esfuerzo mayor para evitar que se frustren y nos hemos dado a premiar sus buenas conductas tanto como las malas. No somos capaces de afrontar, aun con el peso de la propia frustración, muchas veces banal, la búsqueda de soluciones mínimamente satisfactorias a los problemas que nos surgen a diario. O la solución absolutamente satisfactoria o nada. Por esa razón muchos perdemos el tino y optamos por el suicidio como la única y la más fácil de las alternativas.

Pues lejos ya de aquella época en que el suicidio era un tema tabú, el suicidarse para los demás se ha convertido en la última moda del narcisismo. Toca ver quién lo hace mejor y más asombroso para que todo el mundo hable de ti, para ver si eres quien consigue más likes. Así hemos visto en estos días cómo el excomandante Slobodan Praljak, una vez oída su sentencia en el Tribunal de La Haya, sacó tranquilamente su petaquita y su vaso, que nadie sabe de dónde salieron, y nos dio un espectáculo irrepetible ante las cámaras.

De temeridad es también el hecho de que haya adolescentes que por dar la nota en las redes sociales, ante cualquier problema, en lugar de contarlo a sus mayores o buscar ayuda en el teléfono de la esperanza, hagan uso de las tecnologías para mostrar su suicidio.

Entonces habrá que poner freno a esto. Enseñar a los niños y jóvenes que la frustración es parte del aprendizaje e invertir en prevención. Menos mal que ya hay gente poniendo manos a la obra, como la reciente promoción de Facebook de una nueva herramienta para rastrear en nuestros perfiles y prevenir casos de suicidio. Seguiremos expectantes su progreso, porque lo que es lo otro… se nos va de las manos.

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