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Esos días

Nieves González Arrocha

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Hoy es uno de esos días en los que no sabes qué camino escoger. Andas deambulando sin un destino, las horas pasan sin pena ni gloria y lo único que quieres es llegar a casa para terminar el día no haciendo nada. En realidad no quieres este día de mierda, pero ahí está y no parece que quiera irse. Mientras pasan los interminables minutos miras a las personas que te rodean, guiñas un ojo, despliegas una sonrisa, coges a alguien de la mano… y no es que estés buscando roce, que lo mismo también, pero lo que buscas es que te rescaten, que saquen ese sentimiento insulso y sin sentido de tu interior. Que quien sea te arranque de ese estado que quieres abandonar. Pero nada, cada uno tiene su vida y pasan tantas cosas en un día, hay tanto por hacer que muy pocos se percatan de que quizás haya que hacer algo contigo. Algunos preguntan si te ocurre algo, otros si estás enferma, pero no quieres hablar, quieres acción. No ocurre. Nadie viene al rescate, como en esas pelis que me trago cada sábado en el cine on o en las que te llevan al aeropuerto para elegir ese destino apartado en la montaña en el que tiene pensado pedirte matrimonio frente al fuego chispeante de la chimenea que calienta la cabaña, la que el fulano ha alquilado a última hora en Booking. Eso no pasa, queridas. No pasa.  

Así que llego a mi casa y acabo tumbada en el sillón con el pijama y la manta a cuadros que me regaló mi tía las navidades pasadas, con la tele encendida pero sin ver nada. Seguro que sabes de lo que hablo. Sí, ese momento en el que estás cambiando sin ton ni son los canales buscando algo interesante, que distraiga, pero que en realidad es el movimiento el que te entretiene. Miras fijamente la pantalla mientras pasan los paisajes, los personajes, las historias... Es curioso cómo puedes pasar de estar viendo una carcajada a presenciar un funeral o una escena de sexo en el mismo minuto, es increíble, ¿verdad? En esos instantes me da por pensar que la vida es exactamente igual que mi entretenido juego. Al mismo tiempo, mientras yo estoy cambiando incansablemente de canal, como en una realidad paralela de otro universo, mi vecina del quinto puede estar dándole de comer a la chinchilla o los ancianos que viven en el tercero haciendo el amor. La pareja que vive en la casa de al lado, discutiendo, eso es un fijo del que no hay duda.  

Total, que termino por liquidar dos paquetes de papas, una lata de aceitunas y medio bote de helado y me voy a la cama como una zombi. Hay días en los que no doy para más, ni lo pretendo. Son jornadas para hacer borrón y cuenta nueva, para desintoxicar el alma, soltar lastre y terminar de fundir las pocas neuronas que me quedan. Días que son necesarios y hay que vivir, que te arreglan para que puedas disfrutar lo que viene después, como si esto fuera una montaña rusa en la que esa larga recta sin emoción alguna te prepara para el siguiente meneo. Días inevitables y a la vez imprescindibles. Esos días están hechos básicamente para no hacer nada que requiera demasiado esfuerzo: comer como si no hubiese un mañana y tragarte toda la basura que echen en la tele. Así que ya sabes, si alguna vez te ves en esta situación y no aparece ningún tipo con ramo de rosas y anillo en mano, no cojas nervios, relájate y disfruta de tu día de mierda.

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