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Espacio de opinión de Tenerife Ahora

La huella del olvido

a

Indra Kishinchand López

Pensaba que volver era otra cosa.

Quedarse en un lugar

es marcharse de todos los demás.

Rubén Tejerina

Me confesó que creía que la copia estaba demasiado castigada. “Quiero decir, que me parece bien reproducir las cosas que nos gustan, lo útil, lo bello”, aclaró. Entonces pensé que a veces a mí también me gustaría copiar los pensamientos de otros; recoger sus ideas y convertirlas en casi una vida, hacer palabras de lo que siempre había estado en silencio.

Imitar es en realidad un acto de admiración hacia lo que no se conoce del todo. Hace años imaginé muchos mundos y aún tengo el deseo de reproducirlos. Supongo que igualmente es posible copiarse a uno mismo de la concepción a la realidad; aunque, en ese caso, es incluso más complicado dilucidar entre lo verdadero y lo falso.

El mismo día de aquella confesión yo le daba vueltas a la injusticia como si estuviera en el patio de cuando tenía doce años y aparentaba que sabía algo. Ese día me preguntaba cómo sería mantener en la memoria los recuerdos de una vida que nadie comprende, cómo sería sentirse aislado en una ciudad que no le pertenece a nadie, pero a algunos más que a otros. Quise saber entonces por qué los desconocidos se comportaban como si flotaran por encima de las conciencias de quienes no eran como ellos, qué problema encontraban en la diferencia para enfrentarse a cuerpos con almas atormentadas y soledad en las entrañas.

Creí no encontrar la respuesta hasta que me di cuenta de que la palabra que describía todas esas sensaciones era miedo. La vulnerabilidad procede de quienes dejan sus vidas en manos de otros sin darse cuenta, y no de aquellos que, voluntariamente, aceptan la ayuda que les es dada con agradecimiento eterno. La debilidad es un estado que habita en la mente de todos los que alardean de la contradicción.

He debido de hacerme mayor porque ya no tolero a mi alrededor a esa gente que se pavonea con la impunidad de quien nunca ha sufrido. Se me agota la existencia cuando descubro que cada persona que conozco se ha dedicado a erguir un tribunal de justicia en su pasillo; un altar en el que se rezan a sí mismos. Mis ruegos siempre han ido a parar al vacío y por eso no puedo decir que haya perdido la fe, es, más bien, que nunca la he tenido.

Imaginé de nuevo esos mundos. Recordé que cuando era pequeña me encerraba en el baño, me miraba en el espejo y pensaba en los niños de otros países. Ahora les pienso como adulta y sé que las capitales que soñé mirándome a los ojos nunca fueron, “pero podemos pensar que para nosotros existió alguna vez. Que fue real”.

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