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El orden natural de las cosas

José Miguel González Hernández

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Cuando se quiere arrancar un coche en cambio, lo mejor es poder hacerlo cuesta abajo, ya que de esta forma coge velocidad. De lo contrario, habría que empujar hasta acelerarlo un poco. De todas formas, científicos de las bujías defienden que arrancarlo de esa forma debería ser la última de las opciones a elegir puesto que, dependiendo del tipo de motor, ello podría provocar una costosa avería.

Siguiendo con el procedimiento, y estando el contacto puesto, una vez el coche haya alcanzado cierta velocidad (cuanto mayor sea, más fácil será el arranque) pondremos segunda o tercera y soltaremos el embrague de golpe. Lo idóneo sería que una persona se pusiera al volante y dos o tres empujaran. Si el problema estaba en la batería, el coche funcionará. Claro está que, si te colocas en una subida pronunciada con cuatro personas dentro y el freno de mano puesto, la cosa no solo se complica sino que, probablemente, el coche no se moverá y nunca arrancará.

La metáfora con la economía está servida. Primero debes conocer dónde está el problema y luego establecer la solución correspondiente. Nuestra batería es el consumo y sin consumo no hay actividad económica. Pero sin renta no hay consumo. Ahora pensemos en el peso del vehículo, es decir, en los costes, de forma que, si mis productos son más baratos, la población me los comprará.

Pero aquí salta una cuestión: ¿con qué dinero? Si nos dedicáramos a exportar única y exclusivamente, podría ser eficientemente económico el dotarse de estructuras productivas baratas. Pero si el 95% de nuestro tejido productivo se acerca a la catalogación de pymes, con limitada y mejorable proyección exterior y que se nutren, principalmente, de la demanda interna o la demanda importada, la idea vuelve a complicarse. De ahí que el hecho de abaratar costes esté bien siempre y cuando yo lo haga, pero no los demás.

Si se apuesta por la competitividad vía costes, hay que ajustarla al momento más idóneo porque las diferentes elasticidades en el comportamiento de la sociedad no darán siempre la misma respuesta. Por ejemplo, no es lo mismo modificar la estructura tributaria ahora que hacerlo tras el verano o incluso apostar por una sesión formativa intensa cuando más requerimientos tiene la estructura económica y social en materia de ofertas de empleo.

Los sospechosos habituales muestran cierta preocupación por cualquier ajuste, a lo que hay que contestar que dichas opciones deben estar mejor adaptadas a los cambios cíclicos. Es decir, el impacto de las decisiones sobre la actividad económica puede resultar contraproducente e ir en contra del objetivo inicialmente marcado si no lo sincronizamos con las necesidades que a gritos pide la realidad.

Por ello, primero se debe generar el incentivo y luego el ajuste, y no al revés, que por mucho correr puede que se llegue antes pero no en las mejores condiciones, de forma que cuando uno se viste primero se pone la ropa interior y luego el resto de prendas porque, cuando nos ponemos primero los pantalones y luego los calzoncillos, quedamos ridículos, a la vez que incómodos. Solo los superhéroes los llevan así y, aunque sobre modas no hay nada escrito, a mí me parece de un ordinario espantoso.

*Economista

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