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La semana de siete días

José Miguel González Hernández

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Comienza una nueva temporada y con ella la rutina aceleradora en la que aparecerán buenos y malos momentos. No obstante, el periodo estival ha sido extraño, porque se ha pasado por estados de sorpresa, de miedo, de indignación, de incredulidad, de asombro y los demás calificativos que se quiera aportar.

Además, daba la sensación que existía una correlación positiva entre aquella persona que pronunciara el disparate más aterrador junto al sentimiento que pretendía manifestar, como si eso indicara que no había nadie más en el mundo al que le importara más la situación. No obstante, ha sido esta forma la que ha provocado que nos llevemos las manos a la cabeza con mayor asiduidad que la recomendada por los profesionales del ramo.

Los periodos veraniegos hacen que, al uno haberse alejado con mayor o menor intensidad, nuestras neuronas (por pocas que tengamos) se ejerciten en otra dirección, con lo que se fortalecen, se oxigenan y se preparan para nuevos retos. Así y todo, hay que seguir hacia adelante con el fin de analizar, prospectar y solucionar los diferentes problemas que se nos presentarán, recomendando con buena actitud la crítica constructiva frente al “leña al muñeco, que es de goma”.

Es cierto que podemos tener la sensación de levantarnos en un eterno bucle, pero, a diferencia de lo que suele suceder en las fiestas de fin de año, cuando nos comprometemos con el idioma y el gimnasio para luego desaparecer, el ánimo y las ganas seguro que van in crescendo y, en lugar de ver cómo nuestras aspiraciones y nuevos propósitos se desinflan, comienzan a configurarse nuevas metas que nos pondrán a prueba. Y todo ello sin manual de instrucciones, como la vida misma.

Para ello, es mejor configurarse como una herramienta de alineamiento de hábitos donde los micrologros diarios terminarán por dar los frutos deseados. Seguidamente habrá que priorizar frente a todo lo que se nos presenta y así no hacer bueno el dicho de “quien mucho abarca, poco aprieta”, dividiendo el objetivo general en muchos segmentos. Es de esta forma cuando nuestra percepción de autoeficacia nos invita a continuar complicándonos la vida porque vemos que vamos solucionando tantos temas como se nos presentan.

Por esa razón, ante la crítica, no hay nada mejor que el trabajo. De ahí que es mejor hacer público lo que nos inquieta, pero a la vez es mejor tener pensado un método de resolución más allá de plantear simplemente lo de echarle la culpa al entorno. Y, como no puede ser de otra manera, hay que pedir ayuda al universo. Por muy multidiscpliniar que se sea o sabio que se aparenta ser, las magnitudes sobre las que se trabajan nos invitan a ello.

Así que afrontemos las próximas horas y meses como si de semanas de siete lunes se trataran. Ya llegarán los oasis de avituallamiento, aunque es posible que los descubramos en aquellas situaciones cotidianas que, por la velocidad a la que vamos, se nos pasan, por muy “ñoño” que nos parezca el razonamiento.

*Economista

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