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El triángulo equilibrado

José Miguel González Hernández

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De forma aproximada y de media, tres cuartas partes de la renta que entra en nuestros hogares lo hace a través de un salario. Éste ha de retribuir una relación contractual en contraprestación a un servicio prestado. Ahora bien, sobre el monto en cuestión o, en otras palabras, sobre la justicia en lo que a su cuantía se refiere, hay innumerables tendencias con el objeto de analizar qué renta necesitamos para que una mera inserción laboral se convierta en una plena inserción social. Y aún más, sobre la elección adecuada de los parámetros utilizados para proceder a la revisión temporal de dicha cuantía.

Sobre el importe, depende de muchas variables: naturaleza del puesto de trabajo al que se accede, requisitos formativos exigidos, currículo y competencia de las candidaturas, abundancia o escasez de los perfiles que ofrecen su fuerza de trabajo, sector económico en el que se desarrolla, marco legislativo existente, convenio colectivo imperante y/o los precios de los bienes y servicios que ofrece el sector productivo, para lo cual se ha de tener una estructura competitiva en costes que permita obtener una ganancia adecuada que avale el proyecto de inversión llevado a cabo, entre otros aspectos. Con todos estos ítems se establece un marco en el que se estima que la ganancia ha de ser de 'x' por cada una de las categorías profesionales existentes.

Sobre la revisión, si se hiciera única y exclusivamente sobre la evolución del coste de la vida medido a través del índice de precios al consumo (IPC), en el hipotético caso de que la evolución del IPC provenga de un incremento de la rentabilidad de la estructura productiva en cuestión, parecería ser lo más razonable utilizar dicha variable.

Pero la economía, como la sociedad, no se compone de hechos aislados que perfectamente podamos segmentar, sino que es un sistema complejo donde cada una de las partes influyen en tiempo real sobre el resto y, por lo tanto, al ser un conjunto, ha de verse con visión holística.

De esta forma, pudiera suceder que el incremento de los precios se produjera por un incremento de los costes sobre los cuales se tiene poca influencia a corto plazo por lo que te hace perder la posición en el mercado, haciendo que la demanda pudiera retraerse a cambio de consumir otros bienes o servicios a un precio menor. En ese caso, revisar salarios única y exclusivamente por la influencia de la inflación se convertiría en un second best.

De ahí la recurrente reflexión de la evolución de la retribución en base a la productividad. Pero ¿qué es la productividad? Literalmente, la productividad se define como la cantidad de producción de una unidad de producto o servicio por input de cada factor utilizado por unidad de tiempo y mide la eficiencia de producción por factor de producción utilizado.

Si a esa cantidad le aplicamos precio, aparece el valor. Y es en este momento, en la distribución de ese valor entre ganancia y salario, donde hay que establecer el reparto oportuno para que, por una parte, la rentabilidad de la inversión justifique el riesgo asumido; por otra, que la estructura productiva gane o mantenga la competitividad, y por último, pero no por ello menos importante, la mejora del poder adquisitivo de la clase trabajadora que permita insertarse socialmente con toda la dignidad que merece el ser humano. Y ese es el reto que se tiene por delante para mantener el equilibrio del triángulo. Ahí lo dejo.

*Economista

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