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La ventana rota

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José Miguel González Hernández

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No me hagan mucho caso, pero creo que la loza sucia se autofecunda, denominándose este proceso como selfing en abreviación de self-fertilizing (no confundir con hacerse un selfie para no llevarnos a engaño). La conclusión la he obtenido a través de un concienzudo experimento donde se deja un solo vaso usado dentro del fregadero, te das la vuelta y, al momento, ¡zas!, aparecen platos y cubiertos usados acompañándolo.

Tal fenómeno también suele aparecer en los respaldos de las sillas, donde el depósito de una sola prenda genera una atracción similar a la de un agujero negro hasta apilar toda una colada. Y qué decir del interior de un coche, donde un mísero pañuelo se termina por adueñar de la totalidad del habitáculo reproduciéndose. Pero ¿por qué?

Porque una buena estrategia para prevenir la existencia de problemas se basa en arreglarlos cuando todavía tienen una dimensión manejable. De lo contrario, su crecimiento y complejidad los convierten en inmanejables y, por lo tanto, irresolubles. La teoría contrastada que da pie a tal afirmación se basa en un estudio de psicología social denominada la teoría de la ventana rota y desarrollado inicialmente en la Universidad de Stanford, hace casi medio siglo.

El experimento consistía en colocar dos vehículos en buen estado en la calle. Uno de ellos, en un barrio denominado marginal, mientras que el otro en un barrio con altos índices de concentración de la renta. Y ¿qué ocurrió? Pues que el primer coche fue desmantelado en poco tiempo, mientras que el otro se mantuvo intacto. Normal, ¿no? Porque podríamos pensar que el comportamiento social pudiera estar condicionado por el nivel de renta. Pero no es oro todo lo que reluce y, como no podía ser de otra manera, el ensayo no quedó aquí.

De esta forma, se siguieron colocando ambos coches en ambos barrios, pero al vehículo colocado en el barrio de alto standing le rompieron aposta una de las ventanas. Y ¿qué ocurrió? Que ambos coches fueron desvalijados y, prácticamente, en el mismo tiempo. ¿Por qué? Porque la renta condiciona, pero la dejadez y el desinterés también, de forma que con cada oleada aumentaba de forma exponencial el deterioro.

¿Y esto a qué viene hoy? Pues viene a que es mejor evitar el enquistamiento y engrandecimiento de los problemas sociales y económicos que lamentarnos de la incompetencia para poder/saber resolverlos. Y para dotar de solvencia, mejor incorporar mayor velocidad a la resolución de los problemas, en lugar de adoptar posturas excesivamente coaccionadoras a través de una represión cercana a la intolerancia.

Por ello, debemos empezar por encontrar esa ventana rota que está a nuestro alrededor, pudiendo estar en nuestra misma persona: ambiente de trabajo desmotivador, falta de valores y compromisos que nos identifiquen, alejamiento artificial de los problemas sociales, reputación cuestionable…

Por supuesto que reconocemos que esta es una teoría más, queriéndole dar el valor científico que se considere, porque entendemos que cualquier criterio de falsedad que se le quiera incorporar, probablemente, no lo resistiría. No obstante, volviendo a la sabiduría popular, aprendamos que, si reparamos, limpiamos, resolvemos y no nos resignamos, no se enquistan los problemas, emitiendo un mensaje de constancia y esfuerzo.

En definitiva, lo que debemos hacer y practicar es lo que ya nos decían nuestros abuelos: por un lado, no hagas lo que no quieras que te hagan; y, por otro, predica con el ejemplo.

*Economista

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