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The Guardian en español

Dilma Rousseff, pecadora y santa, se muestra como una luchadora hasta el final

Dilma Rousseff afirma que no renunciará pese al proceso de destitución que ha iniciado el Senado en su contra.

Jonathan Watts

Río de Janeiro —

Tal vez la historia trate mejor a Dilma Rousseff que a muchos otros políticos de su generación, la mayoría de los cuales no ha dudado en dejar caer a la primera presidenta de Brasil en mitad de su segundo mandato. Traicionada por el vicepresidente, condenada por un congreso corrupto y ridiculizada por los abusos que sufrió durante la dictadura, la decisión del Senado de aprobar el proceso de destitución o impeachment ha supuesto un duro golpe para la líder del Partido de los Trabajadores.

Dilma ha sido suspendida temporalmente de su cargo. Los senadores tienen 180 días para decidir si la presidenta debe ser destituida. A la presidenta se la acusa de haber alterado las cuentas públicas antes de las pasadas elecciones con transferencias bancarias procedentes de grandes bancos públicos. 

Durante estos seis meses, ocupará el cargo el vicepresidente del país, Michel Temer, que cuando fue elegido en 2014 era una persona de confianza de la presidenta, pero que desde entonces ha estado conspirando para hundirla. 

La presidenta, una exguerrillera marxista que fue encarcelada y torturada en la década de los setenta, ha asegurado ser la víctima de una conspiración de traidores y misóginos, y ha prometido que luchará con uñas y dientes hasta el final. Sin embargo, la batalla que libra recuerda a la de un animal herido rodeado por depredadores que lo observan para matarlo. 

Alguien que observe este proceso desde la distancia podría simpatizar con “Rousseff, la víctima”, más noble y menos corrupta que sus rivales y cuya prioridad mientras estuvo en el gobierno siempre fue mejorar las vidas de sus paisanos, especialmente aquellos que integran las comunidades más pobres.

Sin embargo, todos aquellos que han trabajado con ella, han sufrido en carne propia sus errores o han visto cómo sus colegas eran investigados por corrupción, o que simplemente se preguntan si Brasil podrá salir de esta cadena de crisis, han sentido un cierto alivio al ver que todos estos meses de estancamiento político han llegado a su fin. 

“Con el tiempo, este proceso de destitución se percibirá como un error”, ha indicado a The Guardian el expresidente Fernando Henrique Cardoso. “Intenté posponerlo en mi partido (el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), en la oposición) pero el gobierno no puede seguir paralizado como hasta ahora”. 

Rousseff no es la única responsable de este estancamiento. Debido a las profundas divisiones en el Congreso, así como su giro hacia la derecha, formar una coalición hubiera sido difícil para cualquier líder. Sin embargo, es cierto que Rousseff ha carecido de la capacidad de seducción, la suerte y la astucia necesarias para lograr apoyos. 

Su predecesor en el partido, Luiz Inácio Lula da Silva, sí tuvo a su favor estos tres elementos e incluso así necesitó diseñar un sistema de sobornos para comprar el voto de los partidos pequeños; que salió a la luz con el escándalo Mensalão (pagos mensuales). Durante los años que Lula estuvo en el poder, los sobornos de la petrolera Petrobras alcanzaron unas proporciones épicas. Este dinero sirvió para financiar las campañas electorales y en algunas ocasiones el elevado estilo de vida de algunos políticos de los distintos partidos. 

Lula, como se lo conoce mundialmente, y decenas de legisladores están siendo investigados por los fiscales y los jueces que instruyen el caso Lava Jato (lavado de dinero). No se han presentado cargos contra Rousseff, si bien ella se benefició indirectamente de esta operación y en el mejor de los casos es culpable de no haber hecho nada por impedir que se produjera. 

“Ella no organizó este esquema corrupto pero no tuvo la capacidad política necesaria para pararlo y ahora está atrapada”, ha indicado Cardoso: “Lula ha quedado manchado por este escándalo. Dilma mostró más reticencias. Tiene más valores, pero no tuvo la fortaleza necesaria para evitarlo. De alguna forma, es responsable y víctima a la vez”.

La elegida

Según Cardoso, los problemas de Rousseff empezaron mucho antes de que estallara este escándalo por corrupción, en gran parte porque se ha comportado más como una tecnócrata que como una política. Se presentó como candidata presidencial en 2010 y eran las primeras elecciones de su vida. No está acostumbrada a tener que imponerse o a tener que pactar con sus adversarios. 

“Todo fue mal desde el inicio”, ha señalado: “Lula es el responsable, ya que la escogió sin consultarlo previamente con nadie”. Las encuestas de opinión parecen indicar que su declive empezó un poco más tarde. Hasta mediados de 2013, Rousseff fue una de las líderes más populares del mundo. Sin embargo, la recesión económica y las protestas masivas de ese año hicieron que su popularidad cayera en picado.

Su equipo indica que uno de los principales defectos de su jefa es su tendencia a ser obstinada y poco transparente, tal vez como consecuencia de su etapa estudiantil en Belo Horizonte, donde se unió a la resistencia clandestina contra la dictadura militar. “Es una pésima comunicadora”, explica Apolo Lisboa, uno de sus compañeros en el grupo marxista Política Operária: “Pero tiene mucha fuerza de voluntad”.

Durante su etapa como guerrillera pudo demostrar su valentía y su lealtad. Rousseff fue detenida en 1970, con una pistola en su bolso, y terminó en la cárcel de Tiradentes, donde la torturaron con descargas eléctricas, abusos sexuales y palizas. Sus compañeros en la cárcel destacan su fortaleza; nunca delató a nadie. 

Tras ser liberada, se casó con un compañero revolucionario y se mudaron al estado de Rio Grande do Sul, situado en el sur del país, y empezó su carrera como economista, administradora y más tarde ministra y jefa de gabinete del Partido de los Trabajadores. En 2010 se convirtió en la candidata del partido.

La persona inadecuada en el momento inadecuado

Lisboa cree que en el futuro será recordada con respeto, como una víctima de torturas que se convirtió en la primera presidenta de Brasil. También indica que las acusaciones de corrupción se desvanecerán con el paso del tiempo, ya que a diferencia de muchos otros políticos, ella nunca se ha beneficiado personalmente. 

Sin embargo, reconoce que el carácter obstinado de Rousseff, que en su día le permitió ser una valiente luchadora y una fiel aliada, ahora no le ha permitido imponer su liderazgo. Cuando tuvo que negociar siempre se mostró inflexible y difícil.  “Dilma ha construido su sistema de creencias sobre la base del pensamiento de Newton y de los clásicos marxistas. No comprende el mundo que ha surgido a partir de la globalización y del desarrollo tecnológico”, señala Lisboa. 

Este rasgo de Dilma se hace evidente al analizar sus políticas, que han tendido a priorizar los programas ya existentes de bienestar; los más conocidos, la Bolsa Familia, que da dinero en metálico a las familias pobres, y Minha Casa, Minha vida (mi casa, mi vida), centrado en la construcción de viviendas. En cambio, ha relegado otras iniciativas que quieren que Brasil sea más competitivo, sea medioambientalmente sostenible y sea un país líder en proyectos tecnológicos. 

Pese a algunos decretos aprobados en el último momento para proteger territorios de las comunidades indígenas, serán pocos los ecologistas que lamentarán su destitución. Bajo el mandato de Dilma se aprobó una ley que rebajó la protección de la Amazonia brasileña y se forjaron acuerdos con el sector de los agronegocios. Durante su última semana en el cargo inauguró la polémica presa hidroeléctrica de Belo Monte. 

No obstante, sus compañeros de partido aseguran que Rousseff tuvo que centrarse en la economía porque, a diferencia de su predecesor, no se encontró con una situación económica que le permitiera hacer cuadrar las cuentas. Como resultado de la caída del precio del petróleo, la caída de la demanda de China, el impacto negativo de la investigación Lava Jato en el sector de la construcción y el estancamiento político, Brasil ha caído en una profunda recesión y ha visto como su calificación crediticia desciende al rango de “basura”. Para salir de este atolladero se necesita visión, capacidad de persuasión y alianzas fuertes. Rousseff se ha convertido en la persona inadecuada en el momento inadecuado. 

Humberto Costa, el líder del Partido de los Trabajadores en el Senado, ha señalado que la integridad de la presidenta y su inexperiencia política le impidieron negociar con los otros grupos políticos:  “No estaba dispuesta a aceptar ciertos malos hábitos de los políticos brasileños. Y ni siquiera me refiero a la corrupción, me refiero a los juegos de poder y a los intereses privados y de partido”.

El hecho de que sea una mujer en un mundo de hombres todavía lo hace todo más difícil: menos del 10% de los congresistas y del 14% de los senadores son mujeres. “No me cabe ninguna duda de que su condición de mujer empeora la situación”, explica Costa: “La cultura política brasileña es muy patriarcal y no respeta a las mujeres. Esto todavía se hace más evidente en el caso de una presidenta”.

Reconoce que a Rousseff le ha fallado la comunicación; no solo para convencer a los ciudadanos y conseguir aliados en el congreso, sino también para compartir sus ideas con sus compañeros de partido. “Ha habido momentos en los que los ministros no se han sentido cómodos expresando sus opiniones”, señala.

Métodos poco democráticos

Dilma no tenido la agilidad necesaria para convencer a tiempo a todos aquellos que no estaban en su círculo de confianza. Hasta 2014 no empezó a utilizar las redes sociales. En los últimos seis años la prensa extranjera no le ha prestado mucha atención. Es muy probable que en el último mes haya dado más entrevistas a los periodistas de otros países que en los últimos seis años.

Costa indica que, a pesar de todas las limitaciones que pueda tener Dilma, no se merece los ataques que ha sufrido. Considera que una élite política que quiere un gobierno más pequeño y un gasto social menor la ha hundido con métodos poco democráticos.

“Dilma será recordada como una política muy responsable y honesta, y con una gran sensibilidad social, pero incapaz de lidiar con los pormenores del juego político del país”, ha avanzado.  

Guerrera hasta el final, Rousseff asegura que luchará con uñas y dientes porque de lo contrario estaría traicionando a los 54 millones de personas que la votaron. Ha descrito al vicepresidente como “un usurpador” y afirma que, con independencia de la decisión del Senado, será juzgada por la conciencia del pueblo brasileño. 

“La historia pondrá a todos los protagonistas de este proceso en su lugar”, ha dicho, y ha vuelto a repetir que no tiene ninguna intención de dimitir: “primero, porque me votaron; segundo, porque no he cometido ningún delito; tercero, porque si dimito, doy vía libre a un golpe que no tiene ninguna base legal y que pondrá fin a los logros obtenido en los últimos 13 años. Tengo la voluntad de resistir. Resistiré hasta el final”. 

Traducción de Emma Reverter

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