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The Guardian en español

Elon Musk se embarca en una guerra contra los periodistas ante la crisis en sus negocios

Imagen de archivo de Elon Musk.

Rory Carroll

Los Ángeles —

Érase una vez Elon Musk encarnaba al Tony Stark de la vida real, un Iron Man multimillonario que surcaba los cielos con tecnologías que salvarían al planeta y nos llevarían a Marte.

Cohetes reutilizables, coches eléctricos y energía solar. En una carrera que parecía que no paraba de subir, Musk encontró tiempo para hacer todo eso y hasta para aconsejar a Robert Downey Jr. sobre cómo interpretar al personaje del superhéroe de Marvel.

Ahora Musk tiene 46 años y está, en un sentido literal y figurado, dentro de un largo y oscuro agujero. Está haciendo un túnel bajo Los Ángeles para construir el prototipo de una red de tránsito subterráneo que, dice, podría eliminar los atascos de la ciudad.

Un objetivo loable. Pero la reciente publicación de un vídeo del túnel junto a un mapa de sus posibles líneas ha coincidido con un sombrío giro en la suerte y reputación de Musk, que ahora parece perdido en un laberinto creado por él mismo.

Tesla, su marca de automóviles, pierde dinero y credibilidad. Hay accionistas descontentos que quieren sacar del consejo a tres directores, entre ellos Kimbal, el hermano de Musk. Y SolarCity, su empresa de energías renovables, está envuelta en demandas judiciales.

Tras los titulares negativos, la respuesta del empresario ha sido atacar a los medios y los periodistas. “La hipocresía de los grandes medios, que dicen respetar la verdad, pero publican sólo lo suficiente para endulzar las mentiras, es la razón por la que la gente ya no los respeta”, escribió en Twitter la semana pasada, enfurecido por un demoledor artículo sobre la seguridad en la fábrica de Tesla.

A continuación, Musk dijo que los periodistas son unos santurrones manipuladores de hechos y que están en deuda con los anunciantes. También propuso una solución. “Voy a crear una web donde la gente pueda evaluar la verdad de cada artículo y rastrear la credibilidad de cada periodista, editor y publicación a lo largo del tiempo. Estoy pensando en llamarlo Pravda”, escribió en Twitter.

Para algunos de sus seguidores (tiene 22 millones en Twitter), el tuit de Musk fue una llamada a las armas. Y muchos comenzaron a atacar a los periodistas con insultos y amenazas.

Para los escépticos, fue una prueba más de que Musk se mete en lugares éticamente cuestionables. En vez de Iron Man, era un Gollum errático y vengativo que se mezcla con los trolls.

“Atacar a la prensa libre porque ha criticado a su empresa no es la forma en que un CEO visionario, o incluso un adulto, reacciona a las críticas”, escribió Roberto Baldwin en Engadget. “Tiene consecuencias en el mundo real”.

Otros medios han entrado en la pelea, criticando duramente a Musk y llamándolo matón de piel fina incapaz de reconocer la independencia periodística ni aunque viniera con un meteorito en llamas sobre California. “El Donald Trump de Silicon Valley”, afirmó The New York Times.

El audaz campeón de las energías limpias y los viajes espaciales está ahora enzarzado en una batalla con los mismos medios que en otra época lo consideraron un visionario. ¿Cómo se ha llegado hasta aquí?

Una posible respuesta es que Tesla se metió en problemas y ahora Musk culpa al mensajero porque tal vez confía en tranquilizar así a los que ya invirtieron y tienen miedo, así como a los posibles nuevos inversores.

Hace un año, Wall Street brindaba a la salud de Tesla. El valor de mercado del fabricante de automóviles había superado al de Ford y al de General Motors gracias a las ventas del Modelo S (su coche eléctrico), a un pionero sistema de piloto automático y a la promesa de que en poco tiempo sus líneas de montaje sacarían una versión barata (30.000 euros) del Modelo 3. Tesla se convertiría así en un fabricante de coches para las masas.

Fue una hazaña notable entrar en un mercado de gigantes centrados en el motor de gasolina para ponerse a fabricar coches elegantes y libres de emisiones venerados por los consumidores. No muchos se habrían atrevido y menos aún habrían tenido éxito. Las presentaciones públicas de Musk inspiraban una especie de fervor religioso entre el público.

Problemas de negocios

Hasta que comenzaron a llegar los problemas: Tesla retiró 126.000 coches del Modelo S para fijar los pernos. Una serie de accidentes ha planteado preocupantes cuestiones sobre los sistemas de conducción automática. Y “un infierno en la producción” (en palabras de Musk) dificultó la fabricación del Modelo 3. La tan prometida versión económica aún no ha aparecido, debilitando el sueño de Tesla de convertirse en una marca para las masas.

En el último trimestre, la compañía anunció pérdidas récord y se gastó 750 millones de dólares en efectivo. En medio de rumores de quiebra, sus acciones, su calificación crediticia y su valoración se hundieron. Para sobrevivir, lo más probable es que Tesla necesite una gran inyección de dinero.

“Más mala prensa para Elon: el coche que Elon Musk puso en órbita cayó a la Tierra aplastando a Malala Yousafzai”, lanzó un titular la semana pasada. Pero esta vez sí eran noticias falsas. Era un artículo satírico de la publicación Clickhole, similar a The Onion. “Una semana infernal”, tuiteó Musk. La joven paquistaní defensora de los derechos humanos le siguió la corriente y escribió que se quedaba con el auto. “El que lo encuentra se lo queda”, le respondió Musk.

Fue un fugaz y alegre intermedio en la serie de venenosas respuestas con las que Musk reacciona ante las malas noticias reales, mezclando desprecio con teorías de la conspiración para tratar de deslegitimar las informaciones sobre los males de Tesla. “Cada vez que alguien critica a los medios, los medios gritan: '¡Eres igual a Trump!”, tuiteó Musk. “¿Por qué creen que [Trump] fue elegido, para empezar? Porque ya nadie cree en ustedes. Perdieron su credibilidad hace mucho”.

“El problema es que, por temor a ser despedidos, los periodistas están bajo presión constante para generar el máximo número de clics y ganar dinero con la publicidad. La situación es delicada, teniendo en cuenta que Tesla no es anunciante, mientras que las empresas de combustibles fósiles y las fabricantes de coches de gas/diesel están entre las mayores anunciantes del mundo”.

Sus seguidores han continuado los ataques contra reporteros con nombre y apellidos. Especialmente, cuando los periodistas son mujeres, una vena misógina que The Daily Beast ha detallado en un artículo. “Es como si [los fans] hubieran volcado toda su identidad masculina en Elon y en el trabajo de Elon”, afirma la escritora científica Shannon Stirone.

Cuando no están abusando de otros en Internet, los fans de Musk pueden relajarse con lanzallamas manuales. La compañía de túneles de Musk, The Boring Company, vendió 20.000 lanzallamas a 500 dólares cada uno. Una buena inversión para el inminente apocalipsis zombi, dijo Musk.

En medio de tantas críticas, es fácil pasar por alto los matices y los logros de Musk. El niño nacido en Sudáfrica que a los 12 años diseñó y vendió un videojuego, Blastar, es un autodidacta. Estudió Economía y Física y acumuló una fortuna en PayPal antes de cambiar drásticamente la exploración espacial con una serie de audaces innovaciones.

Se fija objetivos imposibles, por ejemplo en eficiencia de combustible, sostiene un ingeniero de SpaceX que prefiere no dar su nombre. “Le decimos que no se puede hacer, después pasamos meses trabajando las 24 horas y cuando entregamos nuestro resultado, tal vez hemos llegado a la mitad del objetivo, lo cual es en sí asombroso, pero casi que nos tenemos que disculpar”.

En febrero, SpaceX marcó un nuevo hito con el lanzamiento del Falcon Heavy. Era la primera vez que una empresa privada enviaba un cohete tan potente al espacio, abriendo el camino para que cohetes aún mayores transporten humanos hasta Marte. “Sería genial morir en Marte, pero no en el impacto”, bromeó una vez Musk en el periódico The Guardian (sus representantes rechazaron una solicitud de entrevista para este artículo).

A diferencia de la mayoría de los líderes empresariales, Musk sí se relaciona con los clientes y los periodistas, aunque principalmente lo haga a través de Twitter.

Ha pedido calma a sus partidarios más agresivos. “A riesgo de afirmar lo extremadamente obvio, estoy en contra de las amenazas de violencia y de los epítetos insultantes en cualquier foro. Por favor, no los usen en mi nombre o de ninguna manera”.

A veces, la prensa no capta, o elige no captar, su sentido del humor. Poner Pravda a su supuesta web para clasificar la credibilidad periodística tal vez no sea lo más gracioso del mundo, pero difícilmente será una recreación del diario de la propaganda soviética. Y sí, es cierto que muchos periodistas están bajo presión para obtener el máximo de clics y ganar dinero en publicidad.

Pero la razón por la que Iron Man ha caído a la tierra es que la realidad ha superado a la publicidad. La imagen del Tesla para el consumo de masas con la que Musk deslumbró a los inversores sigue siendo, por el momento, un espejismo. Tal vez Musk aún pueda hacerla real. Aún no es posible saberlo.

Disparar contra los medios es una rabieta, una cortina de humo, o tal vez las dos cosas. De cualquier manera, es una jugada del manual de Trump, aunque en el caso de Musk los medios no sean ideólogos progresistas hipócritas, sino mentirosos, hipócritas y cómplices de los rivales de Tesla en la industria de los combustibles fósiles.

Ese discurso puede volver a aparecer si los medios insisten en su escepticismo sobre otra de las visiones de Musk, el laberinto bajo Los Ángeles que algunos consideran la fantasía de un plutócrata. Y otros, un despilfarro.

Hace poco, Musk presentó el túnel durante una ceremonia estrictamente controlada. No había cámaras de televisión, sólo se entraba con reserva y las preguntas habían sido aprobadas con antelación. Dentro, una multitud animaba el acto. Esta fue la última pregunta: “¿Organizarás una gran fiesta antes del lanzamiento del túnel?”.

Traducido por Francisco de Zárate

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