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Macron amenaza con convertirse en la opción menos mala para la izquierda francesa

El objetivo de Macron es impulsar reformas liberales en la economía francesa.

The Guardian

Kim Willsher —

Un encuestador que hiciera en la calle hace unos años a los franceses la pregunta “¿quién es Emmanuel Macron?” hubiera descubierto que la mayoría, si no todos, se habría encogido de hombros o respondido: “Je ne sais pas”. Hoy, se habla del exdirectivo de banco convertido en ministro como de un futuro presidente de Francia, quizá tan pronto como el próximo año.

El ascenso político de Macron es algo más que fulgurante. Ya nadie se encoge de hombros cuando oye su nombre. Incluso hay una ley que lleva su nombre, la Loi Macron, hecha para orientar la política del Gobierno hacia posiciones más favorables para el mundo de la empresa. Puede que estén en desacuerdo con él, le griten o insulten, pero seguro que saben quién es.

El brillo del cometa Macron es incluso más sorprendente si pensamos que tiene solo 38 años en un país que prefiere que sus líderes lleven mucho tiempo asomándose al escenario político. Es más, ni siquiera ha sido candidato en unas elecciones –locales, nacionales o internacionales–, y por tanto nunca ha sido elegido en las urnas.

También es sorprendente que no pertenezca a ningún partido político, ni siquiera al Partido Socialista en cuyo Gobierno sirve. De hecho, hasta hace unos pocos días, cuando lanzó su propio movimiento político llamado En Marche!, Macron no contaba con ningún apoyo político o un mecanismo con el que promocionarse en el poder.

Hoy, se le ve como un aspirante serio si –y es un gran si– el impopular presidente socialista François Hollande decide no presentarse a un segundo mandato, al no haber cumplido su promesa de 2012 de reducir el desempleo.

Hay que reconocer que en unas circunstancias sociales y económicas diferentes, las pretensiones presidenciales de Macron en este momento no serían más que un suicidio político. Un financiero que llegó a ser director adjunto de la Banca Rothschild de París, especialmente uno con tendencias liberales, nunca iba a ganar muchos aliados entre la dividida izquierda francesa.

Un lobo derechista con piel de socialista

Cuando cuestionó las limitaciones que supone la jornada de 35 horas semanales –el tótem del socialismo moderno francés–, criticó las restricciones a la apertura de los comercios el domingo e incitó a los jóvenes a que “aspiren a convertirse en millonarios”, fue acusado de ser un lobo derechista con piel de socialista.

Pero con su estilo juvenil, aseado, y a pesar de sus trajes grises y aburridos y una sonrisa con dientes algo separados, tiene la reputación de ser alguien con carisma y un discurso de “servir a mi país y a mis convicciones”. Es un carisma que le vendría muy bien a su jefe, François Hollande.

Mientras Hollande decía en un mitin de campaña en 2012 “mi auténtico enemigo (...) es el mundo de las finanzas”, también tomaba la precaución de enviar a Londres a Macron, por entonces uno de sus asesores, para tranquilizar a los responsables de la City. Cuando Hollande fue elegido en mayo de ese año, nombró a Macron número dos de su gabinete en El Elíseo. En 2014, Macron sustituyó (en el Ministerio de Economía) a Arnaud Montebourg, uno de los baluartes izquierdistas del Gobierno socialista.

En su entrevista de trabajo con Hollande, se dice que Macron insistió en tener un mandato claro para hacer cambios profundos en la economía francesa. “Estarás aquí para poner en marcha las reformas”, respondió Hollande. Macron aceptó el puesto. Ahora, a 12 meses de las siguientes elecciones y con Hollande marcando nuevos récords de impopularidad, los socialistas franceses se encuentran entre la espada y una pared muy dura.

En caso de una posible ausencia de Hollande, el ala izquierda del partido podría preferir a Macron al candidato más probable, el ambicioso primer ministro, Manuel Valls, al que se le ve mucho más orientado a la derecha. Como un candidato presidencial del PS tendría enfrente a un aspirante aún desconocido de la oposición derechista y a Marine Le Pen, del ultraderechista Frente Nacional, las elecciones para el sector izquierdista del PS casi se quedan en un 'lo tomas o lo dejas'.

El problema es que la mayoría de los socialistas están contra las reformas laborales y medidas liberales que Macron promueve. Tiene el aspecto de un capitalista proglobalización, se mezcla con capitalistas, y a veces habla como un capitalista, y por tanto no se fían de él.

Macron, hijo de un profesor de neurología y de una doctora en medicina, nació en Amiens, en el norte de Francia y es el hijo mayor de una familia de tres. Dice que “nació en la izquierda (...). Mis padres eran de izquierdas, mi abuela era de izquierdas, todo eso te da unas ciertas convicciones”.

Pianista y aficionado al 'boxeo francés'

Fue un estudiante brillante y aprobó el baccalauréat (bachillerato) con un “mention très bien” (la mejor nota posible). Acabó inevitablemente en la Ecole Nationale d’Administration (ENA), el centro de la élite dirigente del país, donde se licenció entre los cinco mejores. También es un buen pianista, practica el boxeo francés (que permite usar las piernas) y es gran aficionado al fútbol. Cuando estudiaba filosofía, escribió un trabajo sobre Maquiavelo y Hegel y la noción de bien común.

La esposa de Macron, Brigitte Trogneux, veinte años mayor que él, fue su profesora de francés en el liceo privado en Amiens, donde dirigía el club de teatro en el que él actuaba. Se casaron en 2007.

Paris Match contó que en su mesa en el Ministerio de Economía no hay fotos familiares, pero sí una réplica del cohete Ariane 5 y un equipo de música Devialet (precio mínimo 1.690 euros) para escuchar a Liszt, Schumann, Bach y “muchas antiguas canciones francesas, como Piaf and Montand”.

El economista Jacques Attali, amigo de presidentes como François Mitterrand, Nicolas Sarkozy y Hollande, dice que Macron puede ser perfectamente presidente: “Emmanuel es un joven brillante. Creo que tiene el talento necesario para presentarse a presidente algún día. Siempre ha estado anclado en la izquierda. Está destinado a una gran carrera política”.

Durante el programa televisivo Des Paroles et Des Actes, Macron demostró el año pasado su agilidad intelectual durante casi tres horas de duro interrogatorio ante periodistas y rivales políticos. Respondió, argumentó, habló, con pasión a veces, técnicamente en otras ocasiones, pero nunca perdió la compostura a pesar de las provocaciones. “Le encanta discutir”, dijo un amigo suyo a Paris Match.

Cuando sus detractores le llaman el banquero, él recuerda que abandonó un empleo muy bien pagado en la banca y aceptó una caída inmensa de sus ingresos para entrar en El Elíseo. Insiste en que nunca planeó en su juventud “entrar en la ENA, ser un banquero o meterse en política”. Solo aprovechó las oportunidades que se le presentaron.

Al lanzar En Marche!, que significa 'adelante' o 'trabajando', y describirla como una plataforma transversal “que no está en la derecha o en la izquierda”, una idea que Valls rechaza por “absurda”, el ministro se ha ganado una nueva ronda de ataques. No es probable que eso le disuada. “La popularidad no es mi brújula. A menos que te ayude a actuar, a que te entiendan, eso es lo que cuenta”, dijo una vez.

Otro ejemplo de la Tercera Vía

Le Monde afirma que Macron “provoca ironía en la izquierda y curiosidad en la derecha”, mientras que el conservador Le Figaro se pregunta: “¿Será Emmanuel Macron el último comodín en la baraja de Hollande? ¿Es el único que puede trazar una improbable línea entre el libre mercado, tan apreciado por los empresarios, y los hermosos valores sociales de la izquierda igualitaria? Sabe que Francia ya no acepta más dudas y que está agonizando bajo el peso asfixiante de la legislación y la Administración”.

El izquierdista Libération es mucho menos amable. “El problema con Macron (...) es que los grandes poderes de París le han dicho que es el futuro Kennedy y él ha acabado creyéndoselo”, dijo un diputado socialista al periódico.

Como Bill Clinton, Tony Blair y Gerhard Schröder con su Tercera Vía, Macron parece por ahora la opción menos mala para la izquierda.

Tiene que sonar familiar a los votantes británicos. Dos décadas después, Macron se parece cada vez más a la encarnación francesa del Nuevo Laborismo. Y ya sabemos cómo acabó eso.

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