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The Guardian en español

Europa necesita otra revolución cultural: ¿quién puede liderarla?

Pintura del artista callejero Banksy sobre la Unión Europea.

André Wilkens

Director de la European Cultural Foundation —

En 1989, cuando Mijaíl Gorbachov visitó la República Democrática Alemana y les advirtió a nuestros líderes de que si no cambiaban, la historia les pasaría por encima, yo era un estudiante en el Berlín del este. Los teatros y las iglesias se convirtieron en sedes improvisadas para una democracia que se podía palpar. Los grupos de rock tocaban himnos de cambio y dejaron de preocuparse por la censura del Estado. Medio millón de personas llenaron la Alexanderplatz en Berlín en una demostración de valentía y optimismo extraordinarios. Yo estaba a rebosar de esperanza y de ansiedad. Y entonces cayó el Muro: un punto de inflexión en mi vida. Entonces supe que nada era imposible, que la esperanza había ganado. Europa podría reunificarse en paz.

Durante las siguientes tres décadas, me convertí en un ciudadano comunitario practicante. Formé una familia británico-alemana y hemos vivido en seis países europeos diferentes. Todo bien.

Llegamos al año 2019 y mis sentimientos de esperanza y ansiedad me resultan extrañamente familiares. Un nuevo tipo de polarización amenaza los logros de la cooperación europea. Niveles inaceptables de desigualdad corroen la base de nuestras sociedades. Brechas de entendimiento y confianza dividen a los ciudadanos de aquellos que son percibidos como parte de las élites. Poco después de la emoción de la revolución de 1989, fue cobrando forma una arrogante sensación de que la historia había llegado a su fin. ¿Qué podríamos necesitar, más allá de ir haciendo ajustes a esta maravillosa máquina a dos motores de capitalismo y democracia?

La caída del imperio soviético sucedió en el apogeo del capitalismo neoliberal, trayendo consigo una serie de agresivas privatizaciones, el retroceso de la regulación estatal y, ¡alabado sea el Señor!, socios accionistas. A los países excomunistas les recetaron la medicina neoliberal en forma de terapia de shock económico, lo cual produjo resultados variados, pero siempre con niveles astronómicos de desigualdad.

Supongo que para la mayoría de los ciudadanos de Europa del Este, incluido yo mismo, durante un tiempo nos fue suficiente con poder copiar el estilo de vida occidental. Pero una revolución de copia-y-pega no es una revolución de verdad.

El colapso económico de 2008, una Zona Cero para el capitalismo de posguerra, debería haber sido una advertencia de que el capitalismo necesitaba algo más que un lifting facial. Y en lugar de simplemente imitar el modelo de consumismo y gobernanza remota de Europa Occidental, el continente recientemente reunificado debería haberse adelantado hacia una economía sostenible y haber resucitado un sistema democrático de bases. A nivel histórico, perdimos la oportunidad de imaginar una Europa mejor, juntos.

En 1989, los artistas y los trabajadores de la cultura tuvieron un papel clave. Fueron desobedientes, fueron desafiantes, brindaron esperanza y fuerza y revitalizaron a gente que estaba resignada a vivir en el statu quo.

Pienso en el actor de la Alemania Oriental Ulrich Mühe, que utilizó el escenario para llamar a una revolución pacífica y luego personificó a un agente de la Stasi en la película La Vida de los Otros, ganadora de un Oscar. Pienso en André Herzberg, líder del grupo Pankow, el equivalente a los Rolling Stones de la RDA, que en cada concierto, en cada canción, llamaba a la rebelión y a la libertad. Pienso en Václav Havel, que pasó de dramaturgo disidente a presidente de la República Checa. La revolución de 1989 fue tanto cultural como política.

Otra cosa extraordinaria fue la forma en que los espacios públicos, los centros de los pueblos, los mercados, los teatros, los estadios, las estaciones de ferrocarril, fueron ocupados por las fuerzas de la esperanza. Aparecían pintadas y folletos por todas partes. La sátira y el humor se utilizaban con un efecto poderoso.

Hoy, nuestros espacios públicos y cívicos están en retroceso. Están cada vez más restringidos, más segregados y más comerciales, generalmente cubiertos de publicidad. Y cuando los gobiernos se vuelven despóticos, los espacios públicos son especialmente vulnerables al abuso de vigilancia y a la manipulación.

Entonces, ¿qué les ha sucedido a los artistas en estos últimos 30 años? ¿Mantuvieron la presión o se hundieron en la autocomplacencia? ¿Nos hemos hundido todos en la autocomplacencia?

Creo que los artistas y las figuras culturales pueden y deben volver a ser motores del cambio. Ellos pueden imaginar una Europa mejor, más allá de las conversaciones simplistas sobre tasas de crecimiento. Ellos pueden ayudar a salvar a Europa de la nostalgia del nacionalismo del siglo XX. Porque los desafíos más apremiantes de nuestros tiempos, como la destrucción climática, son globales.

La esfera pública europea sigue siendo débil. Pero donde existe, el arte y la cultura han sido sus precursores. Mirad la cantidad de orquestas, festivales y exhibiciones europeas, la cultura pop y la arquitectura. Y no nos olvidemos de Eurovisión y la Liga de Campeones –va en serio–.

Sin embargo, en un momento en que las plataformas digitales estadounidenses y chinas dominan el espacio público europeo, los gobiernos europeos y sus instituciones también deben invertir en una arquitectura digital basada en valores democráticos y en los estándares de privacidad europeos. Y los artistas pueden desmitificar y rehumanizar la tecnología digital.

También debemos invertir en experiencias europeas de todo tipo: estudiar juntos, practicar deportes, trabajar, cocinar, generar emprendimiento y ayudarnos los unos a los otros en tiempos de crisis. Las experiencias compartidas generan un sentimiento de pertenencia, una motivación separada de las grandes declaraciones de la UE.

El programa de Erasmus de la UE es el mayor programa de intercambio estudiantil del mundo, pero debería ser pensado como un proyecto piloto para una inversión mucho mayor que vaya más allá de los estudiantes y los jóvenes. Necesitamos un programa Erasmus para todos.

Los tiempos de ansiedad son también tiempos de oportunidad. Se genera una urgencia y una demanda que abren paso a la imaginación. Aprendiendo de las lecciones de 1989, podemos otra vez convertir estos tiempos de ansiedad en tiempos de esperanza.

Traducido por Lucía Balducci.

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