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The Guardian en español

Nicolas Sarkozy ha perdido, pero los progresistas no tienen nada que celebrar

Imagen de archivo de François Fillon.

Pierre Haski

¿Será que todas las elecciones se han vuelvo impredecibles? El ex presidente francés Nicolas Sarkozy debe de estar repitiéndose esa misma pregunta tras su humillante derrota del domingo en la primera ronda de las primarias de su partido para las elecciones generales del 2017. Y esta gran desilusión, teniendo en cuenta que Sarkozy se creía el único de los seis candidatos que podía “salvar” a Francia, no le llegó de la mano de Alain Juppé, el alcalde de centro-derecha de Burdeos que había estado liderando los sondeos desde hacía meses. Le llegó de la mano del que fuera su propio primer ministro durante cinco años, un hombre que él mismo describía como su “colaborador”, François Fillon.

Fillon triunfó tras una larga campaña en la que a menudo parecía desgastado, un hombre cuyas ideas conservadoras y falta de carisma nunca podrían igualar la energía de Sarkozy y la experiencia de Juppé. Pero ganó con una diferencia cómoda que debería garantizarle también la victoria en la segunda vuelta contra Juppé el próximo domingo. El ganador se convertirá automáticamente en el favorito para ser investido presidente de Francia en mayo.

Hubo dos perdedores el domingo pasado. El primero fue obviamente Sarkozy, cuyo lenguaje populista resultó poco sincero y cuyos problemas legales pueden haber sido demasiado difíciles de tragar, incluso para sus seguidores.

Pero también le fue mal a Marine Le Pen, la líder del Frente Nacional de extrema derecha que hubiera preferido enfrentarse a Sarkozy, o a Juppé con sus blandas ideas sobre inmigración y cuestiones de identidad, en lugar de a las impecables credenciales conservadoras de Fillon. Después de una semana gloriosa para Le Pen, en la que los periodistas extranjeros hacían cola  para reunirse con la que suponían era la siguiente en la fila tras triunfo de Donald Trump, la líder del Frente Nacional ha tenido que regresar a la realidad política en un país donde la derecha tradicional aún no ha pronunciado la última palabra.

Esto puede ser una buena noticia para los progresistas franceses, ya que reduce el riesgo de que Le Pen gane las elecciones presidenciales. Pero puede que no les agrade lo que viene en su lugar.

A los 62 años, se dice que Fillon tiene el programa económico de Margaret Thatcher, el conservadurismo social de Stephen Harper de Canadá y la diplomacia de Vladimir Putin. Las tres caricaturas no están lejos de la verdad y se combinan poderosamente para atraer a los votantes de derechas que buscan una alternativa creíble al extremismo de Le Pen.

Fillon incluso ha logrado presentarse como una figura contra el establishment después de que los medios de comunicación y sus rivales se burlaran de él. Pero la política a veces se basa en recuerdos breves, y Fillon es un político del establishment tanto como sus oponentes; lo único nuevo es la narrativa.

El ex primer ministro ha hecho una campaña seria y aburrida, construyendo una sólida base de seguidores apoyada en su programa económico liberal y sus valores católicos tradicionales. Su mayor logro fue ganarse el apoyo de aquellos que se oponen al matrimonio homosexual, aprobado en Francia hace tres años. Fillon no prometió revocar la ley, pero sí modificarla para impedir que las parejas homosexuales adopten o acudan a la reproducción asistida. Esto fue suficiente para poner de su lado a poderosos grupos.

Sobre la cuestión del Islam en una Francia laica —que se ha convertido en un tema candente tras los atroces atentados cometidos por ciudadanos franceses convertidos en yihadistas y que los políticos de extrema derecha y otros de la corriente principal han tratado con hostilidad—, Fillon ha hablado discreta pero firmemente de los “valores tradicionales de Francia”. Recientemente publicó un libro sobre “totalitarismo islámico” en el que habla de la teoría del “choque de civilizaciones” desarrollada en los años 90 por Samuel Huntington. Fillon apoya una perspectiva dura de ley y orden y quiere que las leyes laicas se apliquen de forma estricta.

Pero donde Fillon quiere marcar la diferencia es en materia económica. Para él es un elogio que lo comparen con Thatcher y quiere aplicar una terapia de shock en un país que se sabe que es difícil de reformar. Sus propuestas incluyen reducir drásticamente el número de funcionarios públicos a medio millón y recortar el gasto público en 1.100 millones de euros. Elevaría la edad de jubilación de 62 a 65 años y la semana laboral pasaría de 35 a 39 horas.

Si bien se espera que estas propuestas generen conflictos sindicales, Fillon asegura que está preparado para dar batalla. Su punto débil es por qué no hizo todo esto cuando fue primer ministro de Sarkozy durante cinco años, desde 2007. Él culpa al miedo de Sarkozy a hacer reformas impopulares.

Si Fillon es elegido presidente de Francia, habrá grandes cambios en la política exterior del país. Fillon es abiertamente pro Putin y ha felicitado a Rusia por su papel en la defensa del régimen de Asad en Siria. Tiene una amistad personal con el líder ruso y ha sido invitado a la casa de campo de Putin. Cuando murió la madre de Fillon, Putin le regaló una botella de vino del año en que la mujer había nacido. Así que si Fillon se enfrenta a Le Pen en las elecciones generales del año próximo, ambos candidatos serían favoritos de Rusia.

Obviamente, los votantes franceses no se están fijando en esto. Sin embargo, a menos que emerja una tercera opción, es posible que tengan que elegir entre un thatcherista y una populista de extrema derecha: una elección difícil en momentos difíciles.

Traducido por Lucía Balducci

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