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The Guardian en español

Obama no ha intentado evitar las guerras sino todo lo contrario

Trevor Timm

Barack Obama ya lleva más tiempo en guerra que ningún otro presidente de Estados Unidos de la historia, como señaló the New York Times el domingo. Salvo que haya algún tipo de milagro de la paz en los próximos seis meses, será el único presidente que gobierne durante dos mandatos enteros estando siempre en guerra. Y teniendo en cuenta cómo ha transformado la manera en que EEUU combate en el extranjero, es probable que sus guerras continúen durante mucho tiempo después de que deje el cargo.

Siempre que los medios escriben sobre Obama y la guerra, parecen estar obligados a mencionar que el presidente libra sus guerras con una actitud supuestamente más reacia que sus predecesores. Pero en muchos contextos, esto es engañoso. Obama no ha intentado evitar la guerra; solo la ha redefinido. De algún modo, las ha librado de forma mucho más agresiva que ningún presidente anterior, solo que con diferentes métodos.

Se han acabado los batallones de decenas de miles de soldados que lo incendiaban todo a su paso. Las guerras de Obama se libran con fuerzas especiales, drones y otras armas de alta tecnología que, según defiende él, provocan menos muertes estadounidenses. Pero suponen los mismos peligros para la paz mundial que supusieron en su momento las guerras de Vietnam o Irak, mientras las hacen mucho más fáciles de luchar.

El sello distintivo de Obama está en los ataques con drones, con los que ha bombardeado al menos siete países desde que llegó a la presidencia. A pesar de todo lo que se ha dicho de su precisión y su exactitud, los drones matan con frecuencia a otras personas y han provocado cientos de muertes civiles. Esos ataques producen animadversión y avivan el odio contra los estadounidenses en casi todos los países en los que entran, y muchos antiguos altos cargos señalan que el programa tiene más impacto negativo que positivo.

No son solo los drones. En lugar de ser claro con la sociedad, su gobierno se esconde detrás del secretismo y de piruetas lingüísticas en todas las facetas de su política bélica. Oculta la cifra exacta de efectivos en Oriente Medio y redefine palabras como “combate”, “soldaldos sobre el terreno” y “civiles” para enmascarar cuánto se está matando realmente.

Incluso la palabra “final” ha perdido todo significado. Obama declaró el “final” de la guerra de Irak en 2011 solo para empezar a enviar tropas de vuelta. En Afganistán, ni siquiera pasó por ese formalismo. Aunque declaró el fin de la guerra en 2014, miles de efectivos siguen luchando, y algunas veces mueren, en ese país hoy en día. No hay un calendario definitivo de cuándo saldrán, si es que salen.

¿Cuántos militares hay exactamente en cada país? Como señala the New York Times, no lo sabemos, puesto que el Pentágono se niega a decirlo. Sí sabemos que hay al menos diez veces más ahora en Irak de los que había en la segunda mitad de 2014, cuando Obama salió en la televisión y dijo que EEUU lanzaría ataques aéreos “limitados” ahí. Desde entonces, se han arrojado más de 25.000 bombas en Irak, Siria, Libia y otros lugares.

Para ser un guerrero reacio, Obama también ha batido récords en la venta de armamento a nuestros “aliados” en Oriente Medio, muchos de los cuales siguen librando sus propias guerras de destrucción. Una de esas guerras, la de Arabia Saudí, ha sumido a Yemen en el caos y ha fortalecido a Al Qaeda, lo que ha llevado a Obama a volver a mandar tropas estadounidenses al país. ¿El calendario de esa operación? “Corto plazo”, dijo un portavoz del Pentágono la semana pasada.

No se trata de que las guerras de Obama sean totalmente comparables con las de sus predecesores, incluidas las de George W. Bush, cuya guerra de Irak sigue siendo el error más desastroso en política exterior de nuestra generación. Y cada año que pasa, aunque nadie quiera reconocerlo, la de Afganistán se acerca a lo mismo.

Pero Bush al menos emprendió sus batallas con autorización del Parlamento, algo que Obama se ha negado a hacer en su guerra contra el ISIS a pesar de que la Constitución lo exige. Quizá eso no es solo culpa del gobierno de Obama. El Parlamento se ha mostrado cobarde en la defensa de su responsabilidad constitucional, satisfecho porque el presidente asume toda la responsabilidad cuando las cosas van mal. Pero este gobierno ha rechazado continuamente plantear su propio plan para una autorización de la guerra contra el ISIS más allá de un par de declaraciones diciendo que estaría bien que el Parlamento aprobara una (al tiempo que deja claro que será lo mismo en cualquier caso).

Sea quien sea el próximo presidente, hay pocas posibilidades de que use menos esas competencias. Donald Trump es un fanático impredecible que en un momento critica las intervenciones militares y en el siguiente las promete. Hillay Clinton, vieja favorita de los neoconservadores incluso antes de que Trump se convirtiera en el candidato republicano, ha apoyado casi todas las acciones militares agresivas de EEUU en los últimos 15 años y ya ha prometido más intervención militar que Obama.

Hay muchas más probabilidades de que, en lugar de recordar a Obama como el guerrero reacio, empujado a la guerra por las circunstancias, se le recuerde por lo contrario: el presidente que consolidó la mentalidad y la arquitectura de la guerra continua que no ha parado de extenderse, y que por desgracia no da señales de que se vaya a reducir.

Traducción de Jaime Sevilla Lorenzo

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