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The Guardian en español

Primero Jerusalén y ahora la financiación humanitaria: Trump cree que Palestina es un negocio inmobiliario

Los expertos consideran que Donald Trump no es consciente del frágil equilibrio de la región

Peter Beaumont

Jerusalén —

La última intervención de Donald Trump en el proceso de paz de Oriente Medio –proceso que ya ha trastocado al reconocer a Jerusalén como capital de Israel– es, por el momento, su movimiento más caótico. Después de nombrar a su yerno Jared Kushner consejero para la región y de nombrar como embajador en Israel al abogado y gran defensor de los asentamientos David Friedman, el presidente no ha parado de cometer errores en cada crisis en las últimas semanas.

Su discurso reconociendo a Jerusalén como capital israelí viola el consenso internacional y las resoluciones de la ONU. Pero su último movimiento –una amenaza para frenar la financiación de la UNRWA, la agencia de Naciones Unidas para los refugiados de Palestina en Oriente Próximo, y de la Autoridad Palestina– es más peligroso todavía. Esta amenaza también demuestra la incapacidad de entender los delicados mecanismos que ayudan a mantener una paz relativa entre israelíes y palestinos.

Si se analiza el enfoque de Trump, varias cosas quedan claras: la actual Administración utiliza la amenaza de cortar la ayuda al exterior como una forma de presión y considera que las estrategias de negociación convencionales utilizadas en el pasado por otros gobiernos estadounidenses en el proceso de paz de Oriente Medio fueron fallidas, así que se necesitan nuevas herramientas.

Lo que también es evidente es que Trump y sus consejeros ven las medidas adoptadas por parte del Consejo de Seguridad y de la Asamblea General de la ONU para condenar el anuncio sobre Jerusalén como una escalada que exige una respuesta.

Esta se ha centrado en algunos de los puntos más delicados de la sociedad palestina y también del proceso de paz en líneas más generales.

Los campos palestinos dirigidos por la UNRWA dan cobijo a muchos de los palestinos más pobres y desfavorecidos. Es en estos campos, que se ubican en lugares como Ramala, Nablus y Yenín en Cisjordania –y en Gaza– donde residen muchos de los grupos palestinos más radicalizados.

Fue en estos campos donde nacieron la primera y segunda intifada, y también donde nació Fatah y el grupo islamista Hamas. Se trata de lugares que se enorgullecen tanto de su resistencia como de ser la conciencia del movimiento nacional palestino.

Desde la segunda intifada, las armas que siguen en poder de estos grupos han permanecido en su mayoría dentro de estos campamentos, bajo el control de las fuerzas de seguridad palestinas del presidente Mahmoud Abás.

Las intervenciones de Trump y, horas antes, de su embajadora en la ONU, Nikki Haley, parecen golpear los dos polos de este frágil acuerdo: la UNRWA y la Autoridad Palestina.

Hay otro impacto de mayor alcance. Durante años, la comunidad internacional, con EEUU a la cabeza, ha protegido “a prueba de golpes de Estado” a la Autoridad Palestina, por usar el término popularizado por el politólogo Edward Luttwak.

¿Qué podría llegar a pasar?

La ayuda financiera y el apoyo técnico internacional a la burocracia palestina ha pagado los salarios y apoyado el trabajo de las ONG que trabajan en zonas sociales clave, un flujo de dinero que ha sostenido la cooperación en seguridad de la Autoridad Palestina con Israel, limitando de esta manera la influencia de Hamás en Cisjordania.

La preocupación es mayor, aunque no se cree que suceda a corto plazo, sobre qué ocurrirá si la Autoridad Palestina sufre un colapso general. Una consecuencia sería que Israel volviese a hacerse cargo de la administración de los territorios ocupados.

Trump y Haley han demostrado que no entienden nada de esto o lo entienden pero no les importa.

El presidente estadounidense está tratando el proceso de paz en Oriente Medio como si fuese una transacción inmobiliaria de Manhattan en la que puede salir ganando en las negociaciones a través de la intimidación. Pero las negociaciones de paz no son transacciones inmobiliarias y en pocas semanas Trump ha empujado al presidente palestino, Mahmoud Abás, y a los dirigentes palestinos a una posición en la que no tienen nada que perder.

“Se ha acabado”, dijo una fuente de la Autoridad Palestina a the Guardian. “Al tuitear que ha ‘quitado de la mesa’ el asunto de Jerusalén, él ha admitido que los diplomáticos estadounidenses mentían cuando decían que el estatus de Jerusalén todavía no había sido decidido. En su lugar, está intentando usar el chantaje y un juego de culpabilidad contra los palestinos. Lo que está admitiendo es que no hay proceso de paz ni plan de paz”.

“Su error es creer que se trata del tipo de negocios que conoce bien. Pero los palestinos no son una empresa debilitada de la que puede tomar el control. Está ignorando el asunto de la dignidad, por el que la gente está dispuesta a morir”.

Como mucha de la retórica de Trump, lo mejor que se puede esperar es que no sean más que palabras vacías. Porque la alternativa no es el “acuerdo definitivo” del que tanto presume Trump, sino la destrucción definitiva del proceso de paz y todo lo que acarrea.

Traducido por Cristina Armunia y Marina Leiva

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