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The Guardian en español

¿Puede Jordania dar empleo a un millón de refugiados sirios?

El campo de refugiado de Zaatari, en Jordania, es el segundo campo más grande del mundo.

Daniel Howden / Hannah Patchett / Charlotte Alfred

Amán —

Todos los días a las seis de la mañana, Fátima espera en la puerta del campo de refugiados más grande de Jordania el autobús que le lleva a ella y a otras 18 refugiadas sirias a trabajar en una fábrica situada a una hora de distancia.

Es el primer trabajo que ha tenido esta mujer de 37 años procedente de Damasco y madre de cinco hijos. Es muda de nacimiento y utiliza un pobre lenguaje de signos para explicar que su marido es un vago que se pasa el día fumando en su casa improvisada del inmenso campo de refugiados de Zaatari, que acoge a 80.000 personas y que está situado cerca de la frontera con Siria.

El viaje de las mujeres al trabajo les lleva a una moderna y animada fábrica a la vanguardia de un experimento económico crucial en Jordania. El experimento intenta encontrar trabajo para el gran número de sirios que ha llegado al país desplazado por la guerra al otro lado de la frontera.

Jerash Garments & Fashions Manufacturing Company tiene 2.800 empleados y está dirigida por Oryana Awaisheh, una jordana que dejó la enseñanza para meterse en el mundo de los negocios. Awaisheh está entre las pioneras intentando aprovechar la oportunidad del llamado contrato jordano: un experimento de ayuda internacional bajo el que se ha concedido a Jordania préstamos y acuerdos comerciales con condiciones favorables a cambio de abrir su mercado laboral a algunos de los aproximadamente 1,3 millones de refugiados que han huido de la guerra en Siria.

Reino Unido y la Unión Europea han apoyado el experimento, ya que los políticos lo ven como una forma de animar a los millones de sirios desplazados en los países vecinos a permanecer en la región.

Awaisheh empezó a contratar refugiados en cuanto escuchó que ello daría a su fábrica acceso a los mercados europeos sin tener que pagar los aranceles habituales. Pero el acuerdo tiene un requisito: que los refugiados sirios representen al menos el 15% de la fuerza laboral de la empresa.

“¿De dónde traeré a 500 sirios? Ellos no aceptaban trabajar aquí”, recuerda esta empresaria. De hecho, al principio, Awaisheh vio imposible conseguir refugiados con las capacidades adecuadas para que trabajasen en la fábrica.

Misión atraer refugiados

La agencia de refugiados de la ONU, ACNUR, fue la encargada de fomentar el interés entre los refugiados sirios de los campos. Pero Dina Khayyat, vicepresidenta de la Asociación Jordana de Exportadores de Textiles y Ropa, vio que el entusiasmo inicial chocaba contra un muro.

Pocos sirios se presentaron y los que lo hicieron no tenían mucho interés en trabajar en fábricas. Al final, no se contrató a ningún sirio. “No fue una historia exitosa”, recuerda Khayyat. Fue difícil convencer a los sirios para trabajar en fábricas, ya que a menudo ganaban más dinero en otros sectores como la construcción o los restaurantes, que a su vez requieren menos compromiso.

El sector textil también contrata en su mayoría a mujeres. Pero muchas refugiadas en Jordania, y especialmente en Zaatari, vienen de la provincia siria de Daraa, al sur del país, una región agraria y socialmente conservadora en el que la mayoría de las mujeres no trabaja fuera del hogar. Sin embargo, Siria sí tenía una industria textil, pero estaba centrada en la ciudad de Alepo, al norte del país, y la mayoría de refugiados de esta zona fueron a Turquía, no a Jordania.

Awaisheh no se rindió. En junio, las nuevas normas abrieron una oportunidad. La Organización Internacional del Trabajo (OIT) le dijo que su fábrica podría cumplir los requisitos para exportar a la UE sin aranceles cumpliendo la cuota de trabajadores sirios en una sola línea de producción, en lugar de en toda la fábrica. Al mismo tiempo, las nuevas normas permitieron a los sirios que viven en los campos, como Fátima, salir de ellos para ir a trabajar.

Awaisheh pasó dos meses visitando Zaatari. Se reunió con mujeres y acudió a ferias de empleo. Invitó a refugiados a visitar la fábrica, creó una guardería y organizó el transporte. Para el mes de noviembre la empresa ya tenía una línea de producción compuesta por 85 trabajadores, todas mujeres, –incluyendo a 19 de Zaatari–, y la empresa logró los requisitos para exportar a Europa.

El autobús cuesta a la fábrica 180 euros al mes por empleado, pero Awaisheh sostiene que merece la pena por la opción que les da para exportar al mercado europeo. “Fue como una misión imposible”, señala. “Fue difícil, pero gracias a Dios lo conseguimos”. Aun así, todavía tiene que lograr el mayor reto, que es encontrar compradores en la Unión Europea.

Aun está por ver si el éxito de Awaisheh se puede repetir a una mayor escala. Más del 80% de los aproximadamente 1,3 millones de sirios en Jordania vive en ciudades y no en campos, por lo que los trabajos de salario mínimo en el sector textil no cubren las necesidades de los refugiados que viven en las ciudades y que tienen que pagar facturas.

“No ha habido creación de empleo”

Los creadores del contrato jordano, firmado en Londres en febrero de 2016, ignoraron en su mayoría este tipo de detalles. El acuerdo contemplaba 1.400 millones de euros en ayudas durante tres años para apoyar proyectos de infraestructuras; una exención de 10 años en el pago de una barrera arancelaria europea para los productores jordanos que cumpliesen la cuota de sirios en su fuerza laboral; y un compromiso del Gobierno de Jordania de crear 200.000 “oportunidades de trabajo” para sirios.

Hasta ahora se han emitido 77.000 permisos de trabajo, de los cuales 39.000 están en vigor. Sudan Razzaz, execonomista del Banco Mundial y experta en el mercado laboral de Jordania, prevé un 2018 más duro en términos de conseguir beneficiarios para el programa porque el Gobierno se está quedando sin puestos de trabajo en la economía sumergida que pueda formalizar. Sostiene que el verdadero reto está en atraer nuevas inversiones, dado que “la verdad del asunto es que no ha habido creación de empleos”.

Alexander Betts, académico y expresidente del Refugee Studies Centre de Oxford, cuya investigación sobre la integración económica de los refugiados en Uganda y su defensa del acuerdo jordano han tenido una influencia importante, reconoce que el contrato jordano ha arrojado en la práctica “resultados desiguales”.

“Creo que los logros en Jordania son positivos aunque no hayan alcanzado todavía los objetivos iniciales”, sostiene. “Y creo que es una prueba extraordinaria con la que se aprenderán muchas lecciones sobre cómo involucrar a las empresas, cómo crear empleos para los refugiados y que a su vez está teniendo un impacto en el diseño de políticas de todo el mundo”, añade.

La mayor parte del foco en el acuerdo está puesto en la creación de empleo en zonas económicas especiales como Al Dulayl, situada al norte de la capital, Amán. Al Dulayl tiene un montón de edificios bajos, polvorientos y desordenados que producen chaquetas Ralp Lauren, chinos Perry Ellis y humo negro. Para los políticos internacionales, lugares como este parecen el sitio perfecto para una victoria rápida: parques industriales infrautilizados cerca de campos de refugiados a rebosar de fuerza laboral.

“Estamos en el camino adecuado”

Qazi Pervaiz es uno de los que recibió con alegría las nuevas promesas. Criado en la región fronteriza de Pakistán, Pervaiz desarrolló empatía por los refugiados tras hacerse amigo de varios afganos que llegaban a su pueblo huyendo de los soviéticos. Recuerda ver a gente que en su momento tenía empleo en la industria y en el gobierno obligada a vivir en tiendas de campaña.

“Conozco a refugiados”, explica. “Es muy difícil para ellos vivir en los campos”, añade. Cuando Pervaiz trabajó como gestor de recursos humanos en la fábrica textil de Apparel Concepts en Al Dulayl, formó parte de un proyecto piloto previsto para atraer a las fábricas 2.000 trabajadores sirios.

Jumana tiene 28 años y es de Ghouta, a las afueras de Damasco. Ella es una de las pocas sirias que ha aceptado el trabajo en el sector textil. Llegó a Jordania en 2014 con su familia, con poco más de 50 euros en el bolsillo para todos. Sin amigos ni familiares en las ciudades jordanas, se asentaron en el campo.

Intentó trabajar en una granja, pero tenía problemas a la hora de cobrar. Jumana vivía cerca de Al Dulayl cuando descubrió en una publicación de la página de Facebook de ACNUR que los sirios tenían permiso para trabajar en fábricas.

Cuando preguntó, Pervaiz la contrató directamente. Ahora, Jumana trabaja introduciendo tela en la cintura de los pantalones para que estén más rígidos. Un mes más tarde, trajo a sus primas para que trabajaran con ella, pero sus hermanos no la seguirán porque ellos ganan más dinero trabajando en mantenimiento. “El trabajo es bueno”, dice Jumana. “Nos tratan bien. No me han quitado ni un solo dinar del salario”.

La campaña de reclutamiento se ha ampliado desde entonces hasta incluir a los alrededor de 140.000 refugiados sirios que viven en campamentos. Zaatari, el campamento de refugiados más grande de Jordania, organizó su primera feria de trabajo en octubre. Pervaiz asistió, con la esperanza de encontrar a más sirias como Jumana. Se fue decepcionado: “No vi a una sola mujer”.

Un año después de la firma del acuerdo comercial con la UE, Pervaiz ha recibido a más delegaciones europeas y a ONG extranjeras que ha refugiados. A pesar de sus esfuerzos, actualmente sólo tiene contratadas a cuatro sirias. Él sigue optimista. “Estamos en el camino adecuado, solo tenemos que abrir la puerta”.

Traducido por Javier Biosca y Marina Leiva

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