Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

The Guardian en español

Las bombas británicas no habrían salvado Alepo

Imagen de archivo de una calle destruida de Alepo

Owen Jones

Mientras el este de Alepo cae en manos del régimen criminal de Bashar al-Asad, la autopsia ha comenzado. ¿Cómo se podría haber evitado este repugnante ataque y su tremendo coste humano? Como era de esperar, los dedos señalan a los que en 2013 impidieron que Occidente bombardease a las fuerzas de Asad. Aquellos que apoyaron las guerras en Irak y Libia se sienten desprestigiados por el derramamiento de sangre y las calamidades que se sucedieron. Aceptan que los campos de la muerte de Irak y el Estado desintegrado de Libia debilitaron sustancialmente los argumentos morales en favor de la intervención occidental.

El horror de Alepo presenta un contraargumento: el coste de la pasividad. Aquellos que se oponen a una intervención también están manchados de sangre, sostiene el razonamiento. Puede parecer deshonesto entrar en un debate como este mientras arde Alepo, pero analizar la historia exige tener una posición.

Seamos claros. Asad y Vladímir Putin son responsables de crímenes atroces. En las redes sociales son muchos los que hacen apología de ambos, aquellos que piensan que son muy radicales y los más críticos del imperialismo occidental. Pero en realidad son unos hipócritas y unos miserables. La primera página del martes del Morning Star provocaba, y con razón, repulsión al describir la caída de Alepo como una “liberación”. Cuando EEUU destroza países con bombas, no se les ocurriría ignorar las bajas civiles. Cuando Rusia y sus aliados son los responsables, ellos repiten el lenguaje del más ardiente neocon (neoconservadores): dicen que los muertos en Alepo no son civiles sino terroristas, que las muertes civiles son invenciones o sólo responsabilidad de las milicias rebeldes, que todos los civiles estallan de júbilo con su “liberación”.

El martes, el embajador de la ONU en Siria, Bashar Jaafari, sujetaba una fotografía de un amable soldado ayudando a una mujer a bajar de un camión. “Este es un soldado sirio”, aseguró. “Ella es una mujer huyendo del este de Alepo”. En la era de Internet, tales mentiras son un tanto insensatas. Muy pronto se descubrió que era una mujer de Faluya, en Irak a la que la milicia gubernamental estaba ayudando.

Faluya es un recordatorio de la quiebra moral de aquellos que critican el imperialismo occidental pero disculpan a Rusia. Ellos fueron los primeros en denunciar, y con razón, a las fuerzas estadounidenses que asaltaron la ciudad en 2004, usando fósforo blanco (una sustancia química que puede causar quemaduras que llegan hasta el hueso). Y, sin embargo, niegan que se estén produciendo atrocidades peores hoy porque no las está llevando a cabo EEUU.

La ONU ha recibido pruebas creíbles de que hasta 82 civiles de Alepo fueron tiroteados y eliminados. Amnistía Internacional habla de “informes que apuntan a que civiles –entre los que se incluyen niños– están siendo masacrados a sangre fría, y que las fuerzas sirias apoyadas por Rusia ”han mostrado un cruel desprecio por el derecho humanitario internacional“.

Hasta 100.000 civiles están atrapados en un área de no más de dos kilómetros cuadrados. Lina Shami, una activista en Alepo, informa de que no hay “zonas seguras” y de que los civiles están “bajo amenazas de ejecuciones o mueren durante los bombardeos”. Los bombardeos rusos han sido indiscriminados y han destrozado la infraestructura local.

Sí, lo que empezó como una lucha democrática en Siria hace más de cinco años ha sido saboteado por yihadistas –como Estado Islámico que llegó del Irak posterior a la invasión–, pero Alepo tenía un gobierno local elegido democráticamente y una sociedad civil independiente, ahora perdidos.

¿Se debe culpar a aquellos que se opusieron a la intervención militar contra Asad en 2013 antes de que Occidente volcase sus fuerzas contra sus enemigos yihadistas? Esto es lo que dijo el entonces primer ministro David Cameron en la Cámara de los Comunes durante el debate sobre la propuesta de intervención: “No se trata de tomar partido en el conflicto de Siria, no se trata de una invasión, no se trata de un cambio de régimen. Ni siquiera se trata de trabajar más estrechamente con la oposición. Se trata del uso masivo de armas químicas y de nuestra respuesta a un crimen de guerra, nada más”.

Cualquiera que fuese el argumento para una intervención a gran escala –y por qué podría haber sido rechazada; por Irak y por Libia o por el ascenso de los grupos extremistas en el conflicto sirio– ni siquiera se puso sobre la mesa.

Tampoco lo propuso el presidente de EEUU, Barack Obama. Tal y como The New York Times publicó en agosto de 2013, se estaba considerando una acción para “disuadir y deteriorar la capacidad” de Assad “para lanzar armas químicas”. Pero no se trataba explícitamente de un cambio de régimen o de “forzarle a negociar”.

Nada sobre zonas específicas de Siria, nada sobre los rebeldes. Se vendió explícitamente como una operación limitada y centrada únicamente en armas químicas. Sí, existía el miedo lógico a que esto significase el inicio de una intervención militar directa, y no existe un precedente de una intervención militar occidental en el mundo árabe que no haya terminado en un desastre. De todos modos, no fue eso lo que se debatió.

Sin embargo, hay acciones concretas que Occidente podría llevar a cabo ahora. Tal y como Mark Boothroyd (del Syria Solidarity Movement UK) me contó, los argumentos a favor del reparto desde el aire de ayuda humanitaria por parte de Reino Unido en Alepo y otros lugares son evidentes. Serviría para mostrar apoyo a la gente que está asediada, aquellos a los que Asad y sus socios rusos están intentando matar de hambre. Se necesita establecer un plan de evacuación supervisado por la ONU. Hay que presionar a Rusia por su comportamiento criminal en Siria, y pensar en la posibilidad de nuevas sanciones.

Siria es un recordatorio de la importancia de la coherencia. Aquellos que nos opusimos de forma rotunda a las desastrosas guerras en Irak y Libia no somos defensores de Putin o Asad. Del mismo modo, los que atacan a los críticos de la intervención occidental deberían tener más humildad por lo ocurrido en Irak y Libia: por los cientos de miles de muertos, el conflicto sectario, los millones de desplazados y traumatizados, los grupos extremistas que prosperan dentro del caos. Deberían hablar sobre la alianza occidental con una dictadura como Arabia Saudí, adicta a las decapitaciones, que exporta extremismo –incluido a Siria– y que está masacrando a civiles yemeníes con bombas fabricadas en Reino Unido.

Si estás en contra de los crímenes de guerra, si estás en contra del asesinato de civiles, deberías levantar la voz contra quien sea el responsable. No existe contradicción en oponerse a los crímenes de la política exterior de Occidente o Rusia, o en denunciar los bombardeos de Siria o de Arabia Saudí. Como yo digo, se llama coherencia. O quizá haya una palabra mejor para describirlo: humanidad.

Etiquetas
stats