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Selma todavía es una ciudad de esclavos

Una mujer recuerda los 50 años del Domingo Sangriento en Selma, Alabama.

The Guardian

Chris Arnade - Selma, Alabama —

Diez siluetas escalan la montaña de escombros de un antiguo almacén de algodón y recogían ladrillos. Es un día particularmente frío en la ciudad de Selma, Alabama, con una temperatura que se acerca a bajo cero. Cuando el sol deja de darles calor, se acercan las unas a las otras y calientan sus manos sobre una improvisada hoguera. Han estado buscando ladrillos durante diez horas entre pilas de escombros de madera y metal. Retiran los restos de mortero de los ladrillos y los apilan. Esos ladrillos fueron elaborados artesanalmente en 1870 y un capataz les paga entre 10 y 20 dólares por una pila de 500.

Era un trabajo duro. Necesitan trabajar media jornada para formar una pila. La mayoría se cansa y se rinde tras el primer intento. Un hombre mayor los observa: “Son muchos los que podrían hacer este trabajo pero pocos los que están dispuestos a hacerlo, ya que está muy mal pagado y algunas personas se han lastimado mientras lo hacían. Lo que pasa es que no hay trabajo en Selma, especialmente si tienes antecedentes penales, y en esta ciudad todos tienen antecedentes”. 

Nadie parece saber quién era el propietario del antiguo almacén, si bien la mayoría asume que pertenecía a un hombre blanco. “Son los propietarios de todo”, dicen.

Un comprador de ladrillos de una constructora se acerca al almacén para examinar las pilas. “Hay demanda de ladrillos hechos a mano, especialmente los que son históricos. Suelen venderse por un dólar el ladrillo”. Jennifer se ha pasado todo el día buscando ladrillos pero no se queja: “Soy madre soltera, tengo cinco hijos. Haría cualquier trabajo que me ofrecieran y este es el único trabajo en la ciudad”, me explica.

Un hombre que también trabaja recogiendo ladrillos se está tomando un descanso y fuma un cigarrillo. Sus manos ensangrentadas están cubiertas por un retal de tela: “Esto es un trabajo de esclavos, esto es lo que es, y sin embargo el único trabajo disponible. Es irónico si lo piensas, ya que estos ladrillos probablemente fueron hechos por esclavos. Selma sigue siendo una ciudad de esclavos”.

Una tragedia histórica

A medida que te acercas a Selma por carretera, infinidad de carteles te recuerdan que si en el pasado era una ciudad de esclavos ahora simboliza la lucha por los derechos civiles. Las protestas de los afroamericanos que culminaron con la Ley de derecho al voto de 1965 se originaron en Selma, y una película con el nombre de la ciudad rinde homenaje a este hecho histórico.

Al cruzar el río que bordea Selma encontramos otro recordatorio: la imagen del Puente de Edmund Pettus es una constante en las imágenes gráficas que se conservan del Domingo Sangriento, en el que la policía y los soldados de Alabama asaltaron a los manifestantes. También aparece en las imágenes que se registraron el año pasado, cuando el presidente Barack Obama viajó hasta Selma para conmemorar el 50 aniversario de la tragedia. Tras cruzar el puente, los turistas se encuentran con una céntrica calle llena de tiendas pensadas para los visitantes.

Sin embargo, solo tres cuadras más lejos la calle pierde su encanto y muestra la pobreza de la ciudad; edificios en ruinas y tapiados con símbolos de pandillas, solares abandonados llenos de botellas de vodka y de envoltorios de comida basura, y proyectos sociales que no funcionan. Se puede ver a un grupo de hombres en una esquina vendiendo droga, y los habitantes de las casas mejor conservadas han colgado carteles que piden “poner fin a la violencia”. No se ven fábricas en funcionamiento; solo edificios vacíos que sirven para extraer chatarra.

"Todas las fábricas han cerrado; la fábrica de golosinas, la fábrica de muebles, todas se fueron cuando elegimos a un alcalde negro"

Los habitantes de Selma se encuentran en una situación de extrema vulnerabilidad, económica y política. La ciudad, un símbolo de los logros obtenidos por los movimientos de defensa de los derechos civiles, simboliza ahora la violación de estos mismos derechos. El sociólogo afroamericano William Julius Wilson publicó en 1987 el libro The Truly Disadvantaged (Los realmente desfavorecidos) en el que habló de su concepto de “subclase” para referirse a la pobreza urbana. Explicó que el principal problema de la subclase es el desempleo. En el epílogo de una reedición del libro en 2012, añadió que “el racismo asignó a los negros una posición económica, pero fueron los cambios de la economía moderna los que hicieron que esta posición fuera cada vez más precaria”.

La tasa de desempleo de los afroamericanos de Estados Unidos es el doble que la de los blancos. En Selma el 80% de la población es afroamericana y la tasa de desempleo es todavía más alta. En 2010, el 20% de los habitantes de la ciudad no tenían trabajo. Desde entonces la tasa se ha reducido a la mitad, que sigue siendo el doble que la media nacional. Los salarios de los habitantes de Selma (como los de los afroamericanos que viven en el resto del país) también son más bajos. El promedio de ingresos de los hogares no llega a 25.000 dólares, la mitad de la media nacional.

Los académicos y los políticos tienen un sinfín de teorías sobre los motivos por los cuales el desempleo entre los afroamericanos es mucho más elevado y sus salarios mucho más bajos: falta de acceso a estudios superiores, la dependencia de la mano de obra, las innovaciones tecnológicas. Lo cierto es que todas estas teorías solo sirven para justificar el racismo.

Marcus tiene 55 años y se mudó a Selma al poco de nacer. “Todo el mundo dice que nuestras carencias son la causa del desempleo pero lo cierto es que la clave no está en lo que no tenemos sino en lo que tenemos: la piel negra. Cuando era un niño teníamos que cruzar el barrio de los blancos para llegar hasta la escuela y los vecinos solían soltar a sus perros para que nos persiguieran a mi hermana pequeña y a mí. Me fui de Selma y me alisté en el ejército. Cuando regresé, nada había cambiado. Ya no sueltan a los perros pero sus prejuicios hacía nosotros son tan agresivos como los perros”.

Council McReynolds tiene 52 años, siempre ha vivido en Selma y sueña con irse: “Todas las fábricas han cerrado; la fábrica de golosinas, la fábrica de muebles, todas se fueron cuando elegimos a un alcalde negro”. Su casa y otra de la misma manzana son las únicas que no están abandonadas y tapiadas. La casa colindante a la suya quedó medio destruida por un incendio, el resto de edificios están abandonados y nadie parece interesado en ocuparlos. “Selma no tiene nada que ver con la película, que mostraba a unos habitantes unidos y proactivos que conseguían dejar atrás los problemas del pasado. Lo cierto es que es Selma la que se ha quedado atrás y te aseguro que nadie trabaja unido”.

Cuando le pregunto por uno de los edificios vacíos cerca de su casa, sonríe: “No está vacío. Vive una familia y el propietario les cobra todos los meses”.

La manzana de Council es bastante común en Selma; una de cada cuatro casas de la ciudad está abandonada o tapiada. Muchos edificios que en otros lugares se consideraría que están en ruinas, con ventanas rotas, porches llenos de agujeros, son alquilados por familias.

La mayoría de habitantes hace todo lo que está legalmente en sus manos para sobrevivir. Michael, un hombre de 45 años, gana un dinero extra criando perros. “También sirvo comida a los ancianos. Es un buen trabajo pero no gano lo suficiente para mantener a mis hijos. No quiero vender drogas, como hacen muchas otras personas, así que crío perros”.

El senador por Alabama Henry Sanders, de 73 años, que representa a Selma, tiene una opinión más contundente: “No se puede hablar de Selma, y no se puede hablar de la situación de los afroamericanos en Estados Unidos, sin hablar del legado de la esclavitud”. Sanders creció en el área rural de Alabama, junto a 12 hermanos. Le parece gracioso que algunos hablen de sus orígenes humildes: “¿Humildes? Era más pobre que una rata y compartía habitación con todos mis hermanos”.

De pequeño, admiraba a Thurgood Marshall, el primer afroamericano que fue juez de la Corte Suprema de Estados Unidos. Sanders fue un alumno aplicado y consiguió estudiar Derecho en la prestigiosa Universidad de Harvard. Tras licenciarse en 1971, regresó a Selma. “Mi esposa y yo decidimos mudarnos la ciudad con el convencimiento de que podíamos mejorar la situación. Teníamos muchas esperanzas, y pensamos que la situación mejoraría y que al cabo de unos cinco años podríamos mudarnos a otro sitio, pero nada cambió”.

Atribuye la falta de cambio al cierre de la base aérea de Craig en 1977 y a decisiones políticas. “La mayoría de los miembros de la casta política de Alabama son hombres blancos del Partido Republicano. No es que no se preocupen por los afroamericanos, es que ni siquiera llegan a pensar en ellos, salvo que sea para malpensar. Y la consecuencia es que si eres afroamericano tu vida en Alabama es más dura. Como solemos decir, cuando los blancos se resfrían, los negros enfermamos de neumonía. Y, además, cuando hablamos de los trabajos de la ciudad también tenemos que hablar de las drogas y las cárceles”.

La droga llena el vacío

Como muchas otras comunidades sin recursos, Selma tiene un grave problema de drogas. El vacío dejado por la falta de trabajo ha sido llenado por el consumo y tráfico de drogas. Las duras medidas del estado de Alabama, que tiene una de las legislaciones para el control de drogas más estrictas del país, y la segunda tasa de encarcelamiento más alta, no hacen más que aumentar el problema. Estas medidas afectan mayoritariamente a la comunidad afroamericana. Para los habitantes de Selma, haber sido condenado por un delito mayor parece casi normal.

 

Seis hombres se reunen en la casa de un amigo, situada debajo de la torre de agua de la ciudad, que proclama “Selma, un gran lugar para vivir”. Todos tienen antecedentes por delitos graves; la mayoría por posesión o venta de marihuana. Uno de ellos, que acababa de salir de la cárcel, explica: “En Alabama puedes terminar en la cárcel por el simple hecho de estar en el patio de tu casa y tener un porro en la mano”. Tener antecedentes por un delito grave supone una pesada carga para el resto de tus días. “Te conviertes en un muerto viviente, no puedes hacer nada. Yo no puedo votar, no puedo conducir y te aseguro que no podía encontrar trabajo. Así que decidí volver a vender droga”.

Como la mayoría de personas que conocí en Selma, ninguno de ellos me dejó tomar una fotografía: “En Alabama, ningún hombre negro se ha beneficiado de que le tomaran una foto”.

Con las drogas ilegales, llega la violencia, ya que los traficantes no resuelven sus diferencias con abogados sino con pistolas. La elevada tasa de criminalidad ha alejado a las empresas de la ciudad e impide que los habitantes de Selma puedan acceder a puestos de trabajo legales.

Atrapados

Quedo con Melvin Barnes, un hombre de 39 años, en unas viviendas de protección oficial situadas cerca de la Iglesia Brown Chapel, un edifico histórico que desempeñó un papel clave en las marchas de Selma a Montgomery en los sesenta para reivindicar el derecho de voto. Barnes creció en Selma, empezó a traficar droga a los 17 años y quedó atrapado por esta vida callejera.

“Todas las personas que me rodeaban tenían armas, todos eran traficantes, así que yo también quedé atrapado. Tuve mi primera pistola a los 14 años. No solo la llevaba siempre conmigo, sino que también la utilizaba. Todos lo hacían”, explica.

"Cuando llegué aquí, todo el mundo tenía un arma de fuego y todos disparaban. Tenía que ser como ellos. Aprendí rápidamente que tienes que estar a su altura o te verán como un enclenque y te matarán, así que me puse a su altura".

Unos siete años atrás se encontró en medio de un “altercado callejero” y vio cómo una bala que se dirigía a él estuvo a punto de matar a un niño que se encontraba a su lado: “Regresé a casa, miré a mi hijo y lo abracé. Y supe que tenía que alejarme de ese tipo de vida”. Dejó las drogas y ahora presenta un programa de radio y recorre las calles de Selma para intentar convencer a otros de la necesidad de terminar con la violencia.

Melvin me lleva hasta una vieja casa abandonada donde duerme cuando no tiene otro sitio donde ir. “No he ganado ni un solo centavo desde que dejé de vender droga, nadie le va a dar trabajo a un extraficante”.

A pocos metros de la iglesia, Antoine Stallworth murió asesinado a balazos dos semanas antes de Año Nuevo. Fue el último asesinato del año en la ciudad, elevando el total de muertes a 11 y convirtiendo a Selma (que tiene unos 20.000 habitantes) en una de las ciudades más violentas de Estados Unidos, con un índice de asesinato que es diez veces superior al promedio nacional.

Pasé mis dos últimos días en Selma con un hombre de 34 al que llamaré Escrow (este no es su nombre real), que ha sido condenado en cuatro ocasiones distintas por delitos graves relacionados con el tráfico de drogas, la tenencia ilícita de armas y un intento de asesinato. Se mudó a Selma a los 14 años, cuando su madre, una adicta al crack, decidió que no lo podía cuidar y que era mejor que viviera con la abuela. Me estrechó la mano con una sonrisa que dejaba entrever que le faltaban bastantes dientes y me espetó: “Bienvenido a un barrio de verdad, en Selma no nos andamos por las ramas”.

A él le han disparado seis veces y él ha disparado muchas más: “No te podría decir cuántas veces he disparado contra personas. Soy un tirador nato, siempre lo he sido”. Es un orador calmado y preciso, y solo interrumpe su narración para vender drogas. “Perdona pero tengo que cerrar un trato”.

Cuando le pregunto acerca de la tenencia de armas en Selma, hace una mueca: “Cuando llegué aquí, todo el mundo tenía un arma de fuego y todos disparaban. Tenía que ser como ellos. Aprendí rápidamente que tienes que estar a su altura o te verán como un enclenque y te matarán, así que me puse a su altura”. Siempre lleva un arma, excepto cuando está cerca de su casa.

Durante los dos días que estuve con él, caminando por los barrios más peligrosos de Selma y viendo cómo se vendía droga a plena luz el día, nunca vi a un solo policía. Cuando mencioné este hecho, otro traficante me lo explicó: “La policía es corrupta. Un agente me propuso trabajar para él y vender droga pero si lo haces, les perteneces y te conviertes en su esclavo”. Todas las personas con las que luego hablé en la calle me decían exactamente lo mismo.

"Nunca haríamos daño a un turista. Nunca. Los mantenemos alejados de nuestros problemas. Vienen porque aquí sucedieron hechos históricos. Lo único que deseamos es que vuelvan a suceder"

Escrow sabe que si sigue en la calle, sus días están contados. Probablemente no morirá en manos de la policía sino de otro traficante de droga. “Me gustaría empezar otro tipo de vida pero ¿para hacer qué? Aquí no hay trabajo, no sé hacer nada y he sido condenado por delitos graves en cuatro ocasiones. ¿Quién me va a contratar? Y si dejo mi pistola en casa y me visto con un uniforme de McDonald's uno de los chicos pensará que soy un enclenque y me matará”.

Al final de mi último día en Selma, agotado por todo el dolor que vi en la ciudad, me siento delante de la iglesia Brown Chapel, observo cómo juega un grupo de niños y charlo con algunos hombres que también están allí. Tomo fotos de los niños, me olvido de su edad y empiezo a hacerles las típicas preguntas que hago a los adultos: ¿Te gusta Selma? ¿Cómo es la experiencia de crecer en un lugar como este?

Todos parecen un poco desconcertados, excepto una niña de nueve años, Robin: “No, no me gusta Selma, no me gusta nada. Hay muchos tiroteos y mi madre no encuentra trabajo. Por eso nos mudaremos a Florida”. Mientras estaba fotografiando a los niños frente a la puesta de sol, un BMW aparca cerca de nosotros. Dos turistas salen del vehículo y se dirigen a la iglesia. El grupo de hombres, entre los que se encuentra Escrow, los observa y se pregunta de dónde han salido. Me acerco a los turistas y me cuentan que son de Ontario y que han querido ver las localizaciones de la película Selma, pero que están preocupados por la inseguridad.

Cuando regreso y les cuento que los turistas eran canadienses no se lo pueden creer: “Joder, Canadá, alucinante. ¿Han viajado desde Canadá para ver esto?”. También les comento que a los turistas les preocupa la seguridad del barrio. Escrow aparta la vista de su teléfono móvil y con semblante serio afirma: “Nunca haríamos daño a un turista. Nunca. Los mantenemos alejados de nuestros problemas. Vienen porque aquí sucedieron hechos históricos. Lo único que deseamos es que vuelvan a suceder”.

 Traducción de Emma Reverter

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