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The Guardian en español

La relación entre Trump, Flynn y los rusos podría ser un buen guión de película si no fuera tan grave

El exdirector de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), Michael Flynn

Julian Borger

Hasta hace poco, la idea de un consejero de seguridad nacional de EEUU con comprometidas relaciones con los rusos hubiera sido cosa de thrillers de aeropuerto y miniseries de televisión. Sin embargo, la Casa Blanca de Donald Trump ha hecho que este tipo de tramas parezcan normales.

La conclusión más firme que se desprende del último testimonio en Capitol Hill es que la Casa Blanca supo durante 18 días que su consejero de seguridad nacional, Michael Flynn, fue vulnerable al chantaje de Moscú porque había mentido sobre sus relaciones con el embajador ruso.

La fiscal general en funciones, Sally Yates, informó claramente de esta situación poco habitual al consejero de la Casa Blanca, Don McGahn. La fiscal solicitó un encuentro en persona en la Casa Blanca, e incluso regresó al día siguiente para presionar sobre la seriedad de la situación. Pero Donald Trump y su administración siguieron respaldando a Flynn.

No existen pruebas de que excluyesen a Flynn de las reuniones ultrasecretas de ese periodo. En aquellos momentos, el consejero estaba trabajando en la renovación rutinaria de acreditaciones de seguridad que se dan cada cinco años a los oficiales retirados. Nunca se le sometió al control estricto que corresponde a alguien que ocupa un lugar tan sensible en la Casa Blanca como es la Consejería de Seguridad.

No fue hasta la madrugada del 13 de febrero, cuatro días después de que los hechos de su encuentro con el embajador ruso fuesen publicados en el Washington Post, cuando se vio obligado a dimitir. Incluso tras esto, Trump insistió en retratarle como a un “hombre maravilloso” y como una desgraciada víctima de las “noticias falsas”.

Trump ha intentado en todo momento quitar importancia a la pesada capa de sospecha que cubre su presidencia atribuyéndolo a “noticias falsas” y al resentimiento del partido derrotado. Pero Trump pudo ver con claridad y muy de cerca la audiencia del subcomité judicial del Senado y también las protestas que se produjeron en Twitter.

Antes de que Yates llegase a Capitol Hill, Trump urgió a los congresistas a que le preguntasen sobre cómo las filtraciones habían llegado a los medios. Así se hizo, y ella negó haber hecho filtraciones de información clasificada nunca en su carrera. Hacia el final de la audiencia, Trump señaló el testimonio de James Clapper, el antiguo director nacional de inteligencia, asegurando que Clapper había “reiterado lo que todo el mundo, incluso lo que los falsos medios de comunicación ya saben: no hay pruebas de connivencia entre Rusia y Trump”. El presidente incorporó esa afirmación a su foto de perfil de Twitter, convirtiéndolo en su mensaje diario, una muestra de lo en serio que se toma estas audiencias cuando amenazan a su legitimidad.

Sin embargo, eso no es exactamente lo que dijo Clapper. Al espía retirado se le preguntó sobre una entrevista que había dado en marzo, cuando dijo que no había pruebas de connivencia entre el equipo de Trump y Rusia en la época en la que dejó su puesto, el 20 de enero. Le preguntaron si todavía estaba seguro: “Lo estoy”, respondió.

Pero esta declaración tiene una condición importante. Clapper ya había dicho en su discurso de apertura que él no había estado al tanto de ninguna investigación de contrainteligencia por parte del FBI sobre los vínculos entre Trump y Rusia, la cual estuvo en marcha desde julio de 2016. Esto quizá no había sido incluido en ningún informe de inteligencia sobre las intromisiones rusas en el momento en el que Clapper abandonó su puesto por algo muy sencillo: todavía no habían terminado.

Una investigación secreta incluso para el jefe de inteligencia

El hecho de que el FBI ni siquiera informase al jefe de inteligencia sobre esta investigación es, casi con toda seguridad, una mala noticia para Flynn y para la Casa Blanca, ya que subraya la gravedad del asunto y hace más posible todavía que todo esto pueda terminar por lo menos con un juicio.

Clapper tiene fama de ser un testigo un tanto escurridizo en este tipo de audiencias. En 2013 dio un engañoso testimonio sobre la vigilancia masiva de la Agencia de Seguridad Nacional, diciendo después que ofreció al comité del Senado la versión “menos falsa” de la realidad que podía dar en ese momento.

Sin ir más lejos, el lunes daba respuestas contradictorias a las mismas preguntas en cuestión de minutos. Le preguntaron sobre una información de the Guardian publicada en abril en la que se decía que EEUU había sido alertado por primera vez de contactos entre la campaña de Trump y Moscú por parte de los servicios de inteligencia británicos a finales de 2015, y después por parte de otras agencias occidentales en 2016. A Clapper le preguntaron si eso era correcto.

“Sí, los es y todavía es una información muy sensible”, respondió. “Los detalles son... bastante delicados”.

Parecía una declaración clara, una que contradecía sus anteriores afirmaciones sobre que no había pruebas de connivencia. Pero después vaciló sobre la cuestión al presionarle sobre lo que sus equipos de inteligencia habían hecho en respuesta a tales advertencias en el extranjero.

“Bueno, no estoy seguro de la veracidad de ese artículo, por tanto, volviendo a lo que pasó en 2015, había pruebas de actividades soviéticas, perdón, un lapsus freudiano, rusas”, dijo. “Principalmente se dedicaban a recoger información o a trabajar en modo de reconocimiento, dedicándose a investigar listados de votantes registrados y cosas así”.

Cuando le preguntaron a Yates sobre las investigaciones de la connivencia rusa, no quiso hacer comentarios y, cuando se le presionó sobre la respuesta aparentemente definitiva de Clapper, ella simplemente señaló que él había admitido que no tenía ni idea sobre tal investigación del FBI.

Frente a las pruebas irrefutables de un impactante descuido por parte de la Casa Blanca, casi todas las preguntas de los republicanos este lunes fueron sobre filtraciones y sobre inmigración. Para que esto cambie, Flynn u otro ayudante cercano tendría que culpar al mismísimo Trump de la connivencia con Rusia. No se llegó hasta tal extremo este lunes, pero tampoco parecía impensable.

Para una administración que ha normalizado manejar a la ligera asuntos de seguridad nacional y los evidentes conflictos de intereses, solo la prueba fehaciente de una conspiración deliberada con Moscú para distorsionar las elecciones podría causar verdaderas secuelas. Hasta que ese momento llegue –si llega–, el Partido Republicano seguirá mirando hacia otra parte.

Traducido por Cristina Armunia Berges

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