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Se acabó el juego para Bernie Sanders

El candidato Bernie Sanders habla ante sus seguidores en Vermont.

The Guardian

Richard Wolffe —

Es el momento de algunas verdades puras y duras en estas elecciones presidenciales.

He aquí una fría como el hielo: obtener un triunfo aplastante en el imponente estado de Vermont no es una base para el éxito. Especialmente si Vermont ha sido tu hogar desde la era jurásica de la política.

He aquí otra: si organizas un mitin de victoria antes de que se conozcan los resultados de la mayoría de Estados, no engañas a nadie. Cuando tus simpatizantes victoriosos ya han dejado la sala vacía antes de que los comentaristas de la tele apenas hayan calentado, en realidad estás haciendo una fiesta de consolación.

Bernie Sanders ha construido su campaña admirablemente insurgente sobre la premisa de que él cuenta verdades. El martes por la noche, repitió el lugar común de que el cambio climático no es un engaño, como aseguran muchos republicanos, y que la ciencia es clara. De este modo, es solo cuestión de tiempo que Sanders deje de perpetuar su propio engaño y mire los datos del recuento de delegados.

En lugar de eso, el senador socialista habló en este Supermartes de un lugar idílico en el que la democracia sigue siendo tan pura como la nieve de la montaña que no ha caído este año. Es como un cantón suizo en el que se celebran asambleas en las localidades para que los ciudadanos tomen decisiones como en una moda de democracia. “En Vermont, los multimillonarios no compran las asambleas ciudadanas”, afirmó Sanders. Bueno, serían multimillonarios raros si lo hicieran.

En un sitio llamado Vermont puedes ponerte delante de tus entusiastas simpatizantes y explicar la gloria del sistema de asginación proporcional de delegados: que una estrecha victoria no otorga gran ventaja de delegados. “Para cuando acabe esta noche, habremos ganado cientos de delegados”, aventuró.

Sin embargo, en un lugar llamado Estados Unidos, eso no significa mucho si tu rival está ganando muchos cientos de delegados más. Como era de esperar, a pesar de que Sanders se hizo con Oklahoma, Colorado y Minnesota, Clinton obtuvo victorias abrumadoras en el sur, suficientes para catapultarla hacia el liderazgo.

El rechazo obstinado de Sanders a aceptar la realidad –un atributo cuestionable en un presidente– recuerda a la actitud en 2008 de Hillary Clinton en la noche en que su principal rival, un advenedizo llamado Barack Obama, obtuvo suficientes delegados para dejar la contienda fuera del alcance de la candidata. En un discurso en su estado de origen, Nueva York, Clinton rechazó ceder ni a la aritmética y a Obama, y en su lugar instó a sus 18 millones de votantes a decirle qué era lo próximo que debía hacer en su web. En la campaña de Obama tenían unas cuantas ideas propias.

Puede ser prematuro esperar que Sanders ceda a la realidad. Pero nunca es demasiado pronto para que Hillary Clinton dé un giro hacia las elecciones generales. En su discurso de victoria, propinó los golpes habituales a Donald Trump: que Estados Unidos nunca ha dejado de ser grande y que deberíamos derribar barreras en lugar de construir muros.

Pero el verdadero giro hacia las elecciones generales radica en cómo Clinton pasó lista a cada grupo potencial de votantes que necesita para impulsar sus resultados en una competición contra Trump. La ex secretaria de Estado habló de los pueblos del Rust Belt (el cinturón industrial) y de la comunidad Apalache. También mencionó a los sindicatos de fontaneros y trabajadores del sector automovilístico que apoyaron a los ciudadanos de Flint, Michigan.

Clinton se deshizo en elogios hacia Obama, condenó la eliminación del derecho al voto en Carolina del Norte y recordó que tiene pendiente una visita a una iglesia bautista. Hizo un llamamiento a la igualdad salarial de las mujeres y al aumento en las remuneraciones de la clase media.

Puede que solo califiquen su discurso de victoria como clintonesco, por su enfoque reflexivo y una precisión milimétrica para construir una mayoría ganadora en noviembre. Tampoco fue casualidad la elección de Miami como lugar para el mitin de celebración de la victoria.

Mientras Hillary Clinton quería ganar con “amor y amabilidad”, su posible rival en la carrera hablaba de destrucción y éxito. A poco más de una hora de camino subiendo por la carretera I-95, Donald Trump admitió que no sabía a qué se refiere Clinton con querer hacer de América un todo de nuevo.

Esto es quizá porque la vida de Trump en el club bañado en oro de Mar-A-Lago, en Palm Beach, es como una burbuja. Una vez más, el potencial candidato del Partido Republicano contó la historia de un amigo que dejó de comprar maquinaria de construcción de Caterpillar, la mayor corporación del país, en favor de la fábrica japonesa Kotmasu. Este es un problema que puede interesar a Trump, ya que externaliza el trabajo de su propia marca de moda a China y México.

Trump ha sembrado una cadena de triunfos en el Supermartes como solo él podría haber hecho: a través de pura inconsistencia y vértigo. “Mirad, soy un unificador”, reivindicó el magnate justo antes de cargar contra todos los demás. “Una vez que todo esto haya acabado, voy a perseguir a una persona: Hillary Clinton”, prometió, al tiempo que convertía su discurso de victoria en una rueda de prensa.

Donald Trump es una clase especial de unificador. De esos que se sienten realizados cuando ganan y cualquier otro pierde. Clinton puede que haya dejado atrás la amenaza de Sanders. Pero ahora necesita demostrar que su versión del amor es capaz de vencer a la versión del odio de Trump.

Traducido por: Jaime Sevilla y Mónica Zas

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