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The Guardian en español

La 'niña afgana' vuelve a ser el rostro del sufrimiento de los refugiados

Steve McCurry entre sus dos fotografías de Sharbat Gula

Steve McCurry

La primera vez que vi a Sharbat Gula fue en 1984, en Pakistán. Ella era una huérfana que vivía con su abuela y sus hermanos en un campo de refugiados a las afueras de Peshawar. Uno de los retratos que le hice dio la vuelta por todo el mundo con el nombre de Niña afgana. Durante muchos años, aquella niña fue el rostro de los refugiados.

Han pasado más de treinta años. A pesar de tener una de las caras más famosas del mundo, Sharbat Gula sigue siendo una persona desplazada. La misma que llegó a enfrentarla a una pena de hasta 14 años de prisión por la mismas razones que la llevaron al campo de refugiados hace tres décadas: fue arrestada por vivir de forma ilegal en Pakistán. Otra vez, Gula se convirtió en un símbolo mundial de los inmigrantes no deseados.

Tres millones de refugiados afganos viven hoy en Pakistán. Huérfana y después viuda, Gula ha vivido en ese país prácticamente toda su vida adulta, donde crió sola a sus cuatro hijos. Gula representa a todos las mujeres y hombres que valientemente sortean cualquier sufrimiento y dificultad para proteger lo más preciado de sus vidas: sus hijos.

Hace dos semanas, las autoridades de la Agencia Federal de Investigaciones de Pakistán entraron por la fuerza a su apartamento y la arrestaron. La acusaban de posesión de documentos de identidad falsos. Las penas para ese delito suponen deportación, encarcelamiento y multas de hasta 5.000 dólares. Le han negaron la fianza. Me resulta imposible entender el trato de las autoridades. Parecieran empeñados en humillarla y en hacer lo imposible para tratarla de manera irrespetuosa. [Después de casi 15 días de detención, fue deportada]. 

Cientos de miles de refugiados afganos sufren la misma situación. La Agencia para los Refugiados de la ONU (ACNUR) estimó que un millón de afganos no registrados viven en Pakistán. La situación de Gula no es única. En medio del circo mediático que su detención produjo en octubre, la opinión pública ya la juzgó y parece haberla hallado culpable.

La fuerza del retrato que tomé hace 30 años, su éxito, se debe a Sharbat Gula y su expresión: sus ojos, esa mirada, esa intensa mirada de dignidad y determinación. Es un honor haber sido quien sacó esa fotografía tan emblemática. Ha resistido el paso del tiempo, lo que hace honor a ese retrato, pero sobre todo a la propia Gula.

Diecisiete años después de la primera fotografía, fui a buscar a Gula y me reencontré con ella. Fue algo extraordinario. Una gran alegría saber que todavía estaba viva. Ella no tenía idea de que su fotografía había sido publicada en todo el mundo pero luego lo entendió: recordaba que yo le había tomado una fotografía ese día porque fue la primera vez que alguien lo hizo. La segunda vez, en ese reencuentro, diecisiete años después.

Eso me recuerda unas declaraciones de un pariente de Gula a la CBS News la semana pasada. Dijo que era una “señora simple y analfabeta” y que tal vez no entendía todos los documentos legales. Durante más de una década, Gula no se dio cuenta de que millones de personas conocían su rostro. El pariente de Gula dijo que ella estaba decidida a regresar al pueblo de su padre en Afganistán este verano, pero que se había visto obligada a posponer el viaje por la supuesta presencia del Estado Islámico en las cercanías.

En mi opinión, el allanamiento en casa de Gula tuvo motivos políticos. Muchos son los que creen que ha sido blanco de una persecución. Su rostro alguna vez simbolizó la esperanza de incontables refugiados. La foto policial después del arresto de Gula sirvió para infundir miedo en el resto de refugiados y para que la población nativa se vuelva contra los migrantes.

En cuanto vi la foto policial de Gula, me entristeció el intento evidente de humillarla y denigrarla. Pero también vi los ojos que había visto décadas atrás en el campo de refugiados de Nasir Bagh, cuando aquella niña huérfana miró fijamente a mi lente con una mirada orgullosa y cautivadora. El rostro de Sharbat Gula, ahora con más años, vuelve a simbolizar el sufrimiento de los refugiados.

Traducido por Francisco de Zárate

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