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El ataque de Siria es un acto vergonzoso disfrazado de nobleza

Fotografía cedida por la Oficina de Información de la Marina de los Estados Unidos que muestra la nave destructora de misiles USS Porter al momento de lanzar un ataque con misiles Tomahawk en el Mar Meditarráneo, el pasado 7 de abril de 2017. Fuerzas militares de EEUU.

Moustafa Bayoumi

El bombardeo de objetivos del Gobierno sirio llevado a cabo por Estados Unidos, Reino Unido y Francia es un acto vergonzoso e inútil disfrazado de un gesto de nobleza. Lejos de prevenir una guerra aún más sangrienta, lo que ha hecho el bombardeo es legitimar la continuidad del conflicto. Lo que revelan estos misiles es el poco interés que tienen las potencias mundiales en acabar con la espantosa guerra en Siria.

Al igual que los ataques a objetivos del gobierno sirio que Donald Trump ordenó hace poco más de un año, esta vez los bombardeos tampoco dañarán seriamente la capacidad militar de Bashar al Asad, ni tenían esa intención. Pero nos dicen que la campaña occidental ha tenido como objetivo los lugares donde se almacenan y prueban armas químicas.

¿Pero no se suponía que el ataque del año pasado iba a poner fin al uso de armas químicas por parte de Asad? ¿Y no son estas las armas químicas que se supone que tenían que ser destruidas según el acuerdo internacional de 2014? ¿Cabe esperar que se lance una campaña de ataques aéreos para destruir el armamento químico de Asad en cada mes de abril?

La pregunta por supuesto es ridícula, pero también lo es la idea de que este ataque logrará algo más que inflar el ego de sus protagonistas y permitir a Asad, a su reprobable régimen y a sus aliados poder quejarse de ser eternas víctimas de la agresión occidental. Más allá de la grandilocuencia de ambas partes del conflicto, la desgracia cotidiana en Siria continuará.

Estos ataques marcan la primera vez que Theresa May, Reino Unido, y Emmanuel Macron, Francia, envían sus respectivas fuerzas armadas al combate, y lo han hecho, según May, “para proteger al inocente pueblo sirio de la muerte horrible que provocan las armas químicas, pero también porque no podemos permitir que se violen las normas internacionales que prohíben el uso de armas químicas”.

Las palabras de May pueden sonar más inteligentes que las de Donald Trump, que en su comunicado sobre los ataques dijo al pueblo estadounidense: “Ojalá algún día nos llevemos bien con Rusia y quizá incluso con Irán, pero quizá no”. Sin embargo, lo que de verdad revelan las palabras de May no es un razonamiento ético de una jefa de Gobierno sino una devastadora falta de preocupación moral por parte de la comunidad internacional en lo que respecta al pueblo sirio.

El hecho de que tres de las potencias militares del mundo se hayan movilizado juntas, aunque sea para una campaña limitada como esta, para impedir “la violación de las normas internacionales” sobre el uso de armas químicas está lejos de ser un consuelo. Desde que comenzó la guerra, el régimen de Asad ha utilizado numerosas veces las espantosas bombas de barril y la hambruna masiva como arma, ha torturado sistemáticamente a miles de ciudadanos y ha sitiado numerosas ciudades, ha asesinado a cientos de miles de personas y ha desplazado a más de la mitad de la población del país. Pero al parecer ninguno de estos horrores “viola las normas internacionales” y desde luego no han motivado que ningún líder occidental intervenga para poner fin a la guerra.

Por el contrario, las potencias regionales y mundiales ahora se aprovechan del conflicto en Siria para su propio beneficio y se reparten el territorio para seguir bombardeándolo. Hasta ahora, Siria ha sido bombardeada por el régimen de Asad, Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Rusia, Irán, Turquía, Israel, Arabia Saudí, Jordania, Bahréin y Emiratos Árabes Unidos.

En lugar de acercarnos al fin del conflicto, este último ataque a Siria normaliza la continua brutalidad de esta guerra. Olvidémonos de las armas químicas por un momento. El bombardeo de Siria por parte de las potencias occidentales consolida sin escrúpulos el conflicto armado contra la población civil como una “norma internacional” aceptable. Nuestros políticos se regodearán en sus acciones recientes, llamarán al ataque un éxito de nuestra civilización. Pero de hecho, es más parecido al fin.

Moustafa Bayoumi es escritor y profesor de lengua inglesa en la City University de Nueva York, y autor del libro 'How Does It Feel to Be a Problem?: Being Young and Arab in America'.

Traducido por Lucía Balducci

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