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The Guardian en español

La carrera armamentística, la más importante de los Juegos de Río

El ejército brasileño hace simulacros para comprobar los sistemas de seguridad para los Juegos Olímpicos.

Marina Hyde

Marina Hyde —

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Para los Juegos Olímpicos de 2016, Río de Janeiro empleará a 85.000 agentes de seguridad, el doble de los que hubo en Londres 2012. Una industria en crecimiento que se ha vuelto más que un simple negocio. 

Los Juegos de Londres fueron protagonistas de la mayor movilización de fuerzas militares y de seguridad desde la Segunda Guerra Mundial. Se desplegaron más tropas británicas que las que pelearon en Afganistán, algo ridículo. Siempre me hace pensar en Francis Ford Coppola devolviendo la flota de helicópteros alquilada para la película Apocalipsis Now: el gobierno filipino los necesitaba para ocuparse de unos rebeldes comunistas. 

Para Río 2016 se desplegarán 85.000 agentes de las fuerzas de seguridad, el doble de las que dispuso Londres. En cuanto al armamento, se espera que se mantenga como base el arsenal del que Brasil hizo gala en el Mundial 2014: aviones de combate; policía equipada con gafas con software de reconocimiento facial para registrar hasta 400 rostros por segundo; y drones “perfectamente preparados para los desafíos de seguridad nacional que presentan estos eventos deportivos”, es decir, capaces de neutralizar con todo el peso de la ley a cualquiera que tuviese una camiseta sin marca.

También se dieron el lujo de gastar en 50 robots capaces de desactivar las bombas usadas en Afganistán. (Parece que la única utilidad de las guerras es probar equipamiento que luego puede ser puesto en acción en un radio de dos kilómetros durante una mediocre fase de octavos de final).

Sin embargo, para algunos no es suficiente. Según una publicación de Vice, diseminada con entusiasmo por el “director de seguridad y protección” del peculiar Centro Internacional de Seguridad Deportiva (ICSS), y financiado por el Gobierno de Qatar, “las Olimpiadas de Río son 500 millones de dólares más inseguras”. Si se preguntan qué es lo que eso significa, probablemente lo primero que deban recordar es que la “seguridad” no se puede medir tan a la ligera, en términos de vidas salvadas, así que la industria prefiere que lo pensemos en términos de dinero gastado. Por lo tanto, gastar menos dinero hace que las cosas sean menos seguras en grandes cantidades, incluso si los riesgos que en teoría ya no se pueden atenuar eran casi imperceptibles desde un principio.

No queda claro si este recorte significa que los organizadores de los Juegos no van a gastar en, digamos, el sistema VibraImage. Usado en las Olimpiadas de Invierno en Sochi, analiza a cada uno de los espectadores “para detectar personas que parecen normales, pero cuyo estado mental alterado muestra señales de ser un peligro inminente”. (O al menos eso es lo que dice que hace, aunque para algunos sea un galimatías; como el buscador de pelotas de golf, una chuchería de 20 dólares que, como todo el mundo sabe, se empaquetó de nuevo y se vendió como un dispositivo de detección de bombas a las fuerzas de seguridad iraquíes durante el tiempo que durara el contrato por unos 50 millones de libras –casi 63 millones de euros–).

Lo único que podemos decir con certeza es que los 500 millones de dólares equivalen al recorte del 35% del presupuesto de seguridad anual de Brasil. Por favor, no busquen las fallas en la lógica. Ahora, la tradición Olímpica dicta que el concepto de “Brasil” es completamente intercambiable con el concepto de “los Juegos Olímpicos de Río” porque sí.

¿Cuánta seguridad es suficiente para un mega evento deportivo? ¿Cuánto riesgo se puede tolerar? Después de todo, sabemos que los terroristas tienen como objetivo los eventos deportivos. La semana pasada, un terrorista suicida mató con una bomba a 29 personas en un estadio de fútbol de Irak. En noviembre, como parte de los atentados de París, hubo dos explosiones en las afueras del Stade de France mientras se desarrollaba el partido entre Francia y Alemania.

La historia relativamente reciente de los Juegos Olímpicos incluye los atentados de Atlanta y la masacre de Múnich (y la historia antigua de las Olimpiadas incluye, entre otras tantas cosas, el ataque que sufrieron los arcadios en 364 a.C. cuando organizaron los Juegos). Asimismo, la UEFA no ha descartado la posibilidad de disputar a puertas cerradas algunas de las finales de los certámenes europeos que se jugarán en Francia este verano; se piensa que las zonas de fans son aún más vulnerables.

Con este marco de fondo, uno podría entusiasmarse con el resultado que arrojó una encuesta realizada en los primeros días tras los atentados de Bruselas: un apabullante 79% de los franceses creía firmemente que se debería seguir con todas las competencias europeas. Ninguno de los optimistas encuestados puede imaginarse un torneo en el que no haya algún riesgo, pero me sorprendería si estuvieran a favor de firmar un cheque en blanco para gastar en más medidas de seguridad extravagantes.

Pero para algunos nunca hay suficiente seguridad. Los torneos y las competencias se han convertido en ferias de armas por otros medios. En 2009, un funcionario del gobierno británico le dijo al diario the Financial Times: “Los Juegos Olímpicos son una gran oportunidad para demostrar lo que puede hacer el sector privado en materia de seguridad. El producto no solo tiene el sello de aprobación del Reino Unido en seguridad, sino que, además, tiene el sello de aprobación de las Olimpiadas”.

Antes de los Juegos de Londres, algunas personas sostenían que gastar dinero en la seguridad olímpica era clave para el crecimiento económico. Claro que ahora nadie argumenta eso para el caso de Brasil, en graves apuros económicos. Pero el complejo industrial de seguridad tiene sus recursos. El argumento a favor del gasto ilimitado en seguridad es el del espejo: si Brasil no puede permitirse más gastos en seguridad para los Juegos Olímpicos, aún menos puede permitirse NO gastar ese dinero extra en seguridad para los Juegos Olímpicos.

Por eso los contratistas de defensa y seguridad han tenido un éxito rotundo en lograr que los usen para eventos deportivos. Por lo general tienen menos suerte cuando se trata de convencer a los gobiernos de que usar sus servicios en incursiones militares tradicionales. Como dijo recientemente un analista acerca del creciente mercado de seguridad, “el único factor que puede entorpecer el crecimiento del mercado es el de la oferta”. La seguridad en el deporte se está volviendo más que un simple negocio: es un negocio de locos.

Parece apropiado terminar con una frase de Coppola sobre la filmación de Apocalipsis Now. “Éramos muchos y teníamos acceso a demasiados equipos y dinero. Poco a poco, enloquecimos”.

Traducción de Francisco de Zárate

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