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The Guardian en español

Los comerciantes bangladesíes hacen caja con la miseria de los rohingya

Para los rohingya, escapar de la miseria en Bangladesh es mucho más complicado

William Worley

Cox's Bazar —

Nurul Afsar es uno de los numerosos emprendedores bangladesíes que prosperan en sus negocios como resultado de la crisis humanitaria en el país vecino. “Estoy muy contento”, dice Afsar, de 27 años. “Todo el mundo está sacando algún beneficio. Cada coche, cada vehículo. Conozco a un vendedor de bambú que está ganando el doble de lo que ganaba antes”.

Afsar, de la vecina Ukhiya, lleva y trae a refugiados rohingya dentro y fuera del campo de refugiados de Kutupalong en su mototaxi de color azul.

Sus beneficios son de más del doble desde que estalló la crisis de los rohingya en el mes de agosto. Más de 620.000 personas han huido de la violencia en el estado de Rakhine en Myanmar, para llegar finalmente a Cox's Bazar, una ciudad al sur de Bangladesh. Junto a ellos, han llegado también nuevas oportunidades económicas.

“Antes, cuando no había refugiados y las carreteras estaban en muy malas condiciones, no me gustaba venir hasta aquí ni aunque me pagasen 500 takas (unos cinco euros)”, comenta Afsar. “Pero ahora la carretera está bien y hay muchos pasajeros, me encanta trabajar aquí”.

Antes de que comenzase esta crisis, comenta el motorista, en un buen día podía llegar a hacer 1.000 takas (unos diez euros). “Ahora gano al menos 2.000 o 2.500 takas (20 o 25 euros) en un día normal”. Los ingresos anuales per cápita en Bangladsh son de unos 1.300 euros, según la Oficina de Estadísticas de Bangladesh.

En Kutupalong, el campo más poblado, una zona bulliciosa de mercadillo conocida como Lamba Chiya Bazar ha florecido en cuestión de semanas. Puestos y chabolas bordean el camino. Por todos los lados se vende comida, ropa y aparatos electrónicos. En prácticamente todos los sitios se comercia con nueces de betel.

Abdul Shakkur, tiene 35 años y es el dueño de un restaurante cercano. Regresó a su Ukhiya natal con algunos ahorros después de ocho años trabajando de obrero en Dubai, y puso en marcha su propio negocio hace casi dos meses. “Al principio, no había refugiados. Pero después el mercado comenzó a funcionar y pensé que sería una gran idea vender comida en la zona”, apunta.

Shakkur pagó 8.000 takas (unos 80 euros) por el lugar y ahora tiene a tres empleados que reciben 700 takas al día. Al día saca unos beneficios de 1.000 o 1.500 takas (10 o 15 euros), cantidad “suficiente para mantener a mi mujer y mis padres”.

Algunos tratan de timar a los rohingya

Para los pocos rohingya que llevan negocios en el lugar, la situación es bastante más deprimente. Mir Kashim, tiene 70 años, viene del Foira Bazar en la localidad de Maungday, en Myanmar, tiene un puestecillo con el suelo de tierra y unos bancos caseros. Estos dos últimos meses, ha vendido té, cigarrillos, legumbres y nueces de betel.

“Traje algo de dinero desde Myanmar que cambié por 500 takas (5 euros)”, explica Kashim. “Después nuestra comunidad nos dio un préstamo de 4.000 dakas (40 euros) para pagar este espacio, que ahora estamos devolviendo”.

Cada mañana, Kashim compra bienes al por mayor que deja a deber en Kutupalong, dinero que devuelve cada noche. También tiene que hacer frente al pago del propietario de la tierra, una autoridad local gubernamental que controla la zona. Esto suponen unos 10 o 20 takas (uno o dos euros al día) al día. A otro comerciante rohingya le sucede exactamente lo mismo.

La pequeña tienda de Kashim consigue cada días unos 200 o 300 (20 o 30 euros) takas y con eso ayuda a cinco familias. “Hacemos lo que podemos”, dice. “Hay gente en los campos de refugiados que no consigue ni un taka al día”.

Otros refugiados también han comenzado con sus propios negocios y para ello han tenido que vender sus joyas o pedir dinero a familiares en el extranjero. Los refugiados rohingya no pueden viajar, solo pueden comprar artículos a vendedores al por mayor en las ciudades colindantes a los campos. De esta manera, los precios han aumentado.

“Estoy ganando más que en toda mi vida”, explica Montudash, que tiene 40 años y es propietario de la tienda Baba Mayer Archibad en el bazar de Balukhali. “Antes de que vinieran los rohingya, solo conseguía unos 7.000 u 8.000 takas (70 u 80 euros) cada día. La situación era terrible, no podía cuidar de mis hijos. Pero ahora, lo normal es que gane 18.000 (180 euros) takas al día. Si mi hijo me pide 10 dakas, le doy 15”.

Montudash estima que el 95% de sus clientes son refugiados que cada día compran de todo: cazuelas, cables, refrescos. “Antes de que ellos llegasen, esto estaba muy tranquilo”.

Los comerciantes rohingya tienen que llegar a acuerdos con mayoristas que tratan de extorsionarles y con matones de pueblos cercanos que, muchas veces, les amenazan con destrozar sus tiendas. Tienen pocas opciones. “Aquí no podemos hacer nada, es como en Myanmar”, dice Taher Udin, que tiene 18 años y una tienda en Lamba Chiya. “Pero sin este negocio, sufriríamos como los demás”.

Traducido por Cristina Armunia Berges

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