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EEUU comienza a perder su interés por la ortodoxia del libre comercio

Cientos de trabajadores marchaban el pasado noviembre en California para pedir un aumento del salario mínimo.

Dan Roberts / Ryan Felton

Detroit —

Enemigos políticos y contrarios en casi todos los frentes, Donald Trump y Hillary Clinton han encontrado un punto de unión contra Barack Obama y la tradición que ha mantenido a EEUU a cargo de las reglas de la economía mundial durante más de 70 años. El próximo presidente de Estados Unidos se está replanteando el libre comercio.

En Washington, esa tradición se ha dado por hecha durante tanto tiempo que rara vez ha atraído tanta atención ni siquiera por parte de la prensa económica. Menos aún ha dominado las páginas políticas de toda una campaña presidencial. Pero en 2016, la tambaleante confianza de Estados Unidos en el libre comercio se ha convertido en la polémica más sensible en la capital. Nunca antes los dos principales candidatos a la presidencia habían roto con la ortodoxia de que la globalización es siempre buena para los norteamericanos.

El Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP por sus siglas en inglés), firmado entre 12 países de la Cuenca del Pacífico, excepto China, de repente se enfrenta a un muro de oposición política entre los legisladores cuando parecía no hace mucho tener la aprobación garantizada.

Las negociaciones paralelas entre Estados Unidos y Europa, conocidas como la Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión (TTIP por sus siglas en inglés), están repentinamente incluso más rezagadas: frustradas por una oposición similar, así como por las complicaciones surgidas después de la votación de Reino Unido a favor de abandonar la Unión Europea.

Sin embargo, la Casa Blanca ha renunciado a tirar la toalla mientras valora las ventajas de un sistema multilateral de acuerdos inventado por Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial. Antes de irse de vacaciones, Obama prometió un último intento para ratificar el TPP en el periodo de sesiones del Congreso que acaba (el 20 de enero) con su salida de la presidencia.

“Somos parte de una economía global. No vamos a ir hacia atrás en eso”, dijo Obama en una rueda de prensa a principios de este mes. Tras su vuelta a la Casa Blanca el domingo, salvar el TPP está casi en la primera línea de su lista de tareas, con unos 30 actos planificados en el país para persuadir a los legisladores indecisos.

Su posible sucesora dio un mensaje muy diferente en una fábrica en Detroit a principios de este mes. En una fábrica en la que se está construyendo un cohete para una misión futura de la NASA en Marte, Clinton rechazó gran parte de la filosofía globalizadora del TPP.

“Es verdad que, muy a menudo, los pasados acuerdos comerciales han sido vendidos a los ciudadanos estadounidenses como caminos de rosas que, finalmente, no tuvieron éxito”, dijo Clinton ante unos 500 trabajadores sindicalistas y seguidores. “Ahora, aquellas promesas están vacías”.

“Detendré cualquier acuerdo comercial que liquide trabajos o mantenga la caída de los salarios, incluido el TPP”, comentó. “Me opongo ahora, me opondré a él después de las elecciones y me opondré a él como presidenta”.

El discurso supone un cambio radical para Clinton, que durante mucho tiempo había apoyado el acuerdo y ayudó a orquestar las negociaciones durante su etapa de secretaria de Estado de Obama. También significa otro revés incómodo contra el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA, por sus siglas en inglés), negociado por George H.W. Bush y promulgado en los 90 por su marido, el antiguo presidente Bill Clinton.

Los retos de quien gane las elecciones

Más republicanos que demócratas apoyaron este acuerdo y el TPP, pero miembros de ambos partidos están abandonando esta postura a la vista del enfado popular. La próxima persona que se siente en el Despacho Oval se enfrentará a dos batallas: una en casa por el alma de su partido y otra fuera, contra todo un sistema económico mundial de posguerra.

“Esto es un punto de inflexión potencialmente muy peligroso”, asegura Edward Alden, un experto en comercio en el Consejo de Relaciones Exteriores en Washington.

Algunos sugieren una “teoría de la bicicleta” de acuerdos comerciales: el tren tiene que seguir hacia adelante o todo se vendrá abajo. Pero para Alden se trata más bien del reto alternativo planteado por China, que está buscando su propio acuerdo con los participantes del TPP si Estados Unidos no puede cumplir su promesa.

“Se trata de que la arquitectura siga avanzando”, dice Alden. “A China le gustaría ver un conjunto de regulaciones comerciales muy diferentes. Si el TPP falla, el resto de países en Asia no tendrán más remedio que ir en la dirección en la que China se mueva. La ironía de todo esto es que oponerse al TPP probablemente favorezca más a China”.

Para la Casa Blanca, esta es la mayor razón de mantener la batalla a favor del TPP. Si China toma el control de la política comercial de Asia, entonces podría hacerse, rápidamente, con el dominio político y de seguridad de la región y dejar hecho pedazos el foco que puso Obama en la zona.

Pero pocas personas conocedoras del asunto creen que Clinton o los congresistas republicanos, y mucho menos Trump, vayan a abandonar su oposición. “La idea de que sacrifiquemos puestos de trabajo industriales para cumplir algún objetivo enigmático de política exterior no va a funcionar”, dice un importante lobista de Washington.

Incluso la legendaria influencia del mundo empresarial estadounidense puede no ser suficiente para alterar este argumento, como ilustró el discurso de Clinton en Detroit. “Exportamos 140.000 millones de dólares de vehículos terminados y piezas. Hemos apoyado cada acuerdo comercial en la historia, pero nos mantenemos escépticos en este”, explicó Matt Blunt, el presidente del Consejo Político Estadounidense de Automoción y antiguo gobernador de Misuri.

Entre los tres grandes miembros, Ford se opone abiertamente al TPP porque teme que el acuerdo no haga nada para detener la manipulación japonesa de su cambio de divisas a expensas de sus rivales estadounidenses. Pero incluso General Motors y Fiat Chrysler han rechazado salir en defensa de un acuerdo que abriría, en teoría, mercados importantes en Vietnam y Malasia.

Para muchos empresarios estadounidenses, la falta de apoyo político de cara a el acuerdo es desconcertante, incluso en los estados del 'cinturón industrial' donde más está en juego.

“Dado que la economía es una cuestión que regresa justo ahora, algo que es tan importante como la economía, el comercio, simplemente no entendía por qué era un tema tan destacado en esta carrera, y no algún otro asunto”, comenta David Lawrence, vicepresidente de AlphaUSA, un fabricante de tornillos con base en la zona suburbana de Detroit.

Alpha abrió en Detroit hace unas seis décadas, después se mudó a los suburbios. Lawrence, que tiene 49 años, ha estado en la compañía 25. Con 170 empleados, Alpha representa un caso ejemplar de la dinámica del tira y afloja dentro del debate del libre comercio.

“La mano de obra en México es más barata”

“Ciertamente, tal y como lo hemos visto aplicado en el ámbito del motor, trasladar actividades a México es indudablemente menos caro para las plantas de ensamblaje, porque la mano de obra es más barata”, explica Lawrence. “Sin duda, hemos visto a nuestros clientes trasladando muchas labores de montaje al sur de la frontera en los últimos 25 años”, añade. “Nuestros clientes también nos han presionado para mudar nuestras operaciones al sur de la frontera, a México”.

Pero Lawrence también dice que la idea de que México es un oasis de industria barata no es necesariamente cierta. Su compañía hace componentes pequeños, lo que hace que los costes materiales sean mayores que los laborales. “Por lo que, a menudo, sucede que comprar material en Estados Unidos es en realidad más barato”.

Aun así, la empresa tiene órdenes, por parte de algunos clientes, de utilizar proveedores locales. Como algunos puestos de trabajo se han mudado al sur de la frontera, siguiendo la puesta en marcha de NAFTA, esto se ha convertido en algo más que un desafío. “Estamos fuera para hacer una empresa de éxito”, añade. “Pero también pensamos que tenemos una obligación con nuestra comunidad, de construir esta comunidad, de crear puestos de trabajo para ellos y esto lo complica”.

Un mercado más competitivo

Nathan Semple, director general del fabricante de piezas de automóvil Drake Enterprises en el municipio de Clinton (Michigan), también destaca lo competitivo que se volvió el mercado a raíz del NAFTA.

“Antes de eso, era muchísimo más fácil recibir un encargo”, asegura Semple, de 31 años. “Como se ha externalizado el comercio y todo eso, todo es muy complicado, no hay margen para nada. Eres afortunado si consigues beneficios del 10%”.

El carácter competitivo de la economía bajo el libre comercio sigue dejando perplejos a su padre y a su abuelo, que fundaron la empresa hace más de medio siglo. “Todavía no lo entienden. ¿Cómo pueden hacer esto o lo otro? Antes escribíamos los precios en una servilleta de bar, y el que fuera más alto lo presentábamos y conseguíamos el contrato”, explica.

El debate comercial ha resonado especialmente en el condado de Macomb, en Michigan, que produjo el grupo de “demócratas de Reagan” que ayudaron a impulsar al expresidente republicano hacia la victoria, y a los que Trump ha prometido reconquistar.

Kurt Larson, trabajador del automóvil jubilado de 66 años que vive en la capital del condado de Macomb, Mount Clemens, recuerda cuando vivía en Arizona, su padre trabajaba para Motorola y vivió de primera mano el efecto del desplazamiento de los empleos fuera de Estados Unidos. “Mi padre iba a otros países, construían fábricas y ponían a gente a montar semiconductores por 30 céntimos la hora”, cuenta. Y a medida que llegaron los acuerdos comerciales, la tendencia continuó.

“No quiero que los trabajos que hacen los estadounidenses se vayan al extranjero”, lamenta. “Eso es contraproducente para nuestro país”.

Mientras camina por las calles tranquilas del centro de Mount Clemens, Dwayne Johnson, trabajador de la construcción que vive en la ciudad de Dearborn, cuenta que, en su opinión, renegociar nuevos acuerdos comerciales es “una gran idea”.

“Depende de si ganamos dinero o de lo bueno que sea el tratado comercial para Estados Unidos”, valora este ciudadano de 57 años. “Lo que quiero decir con eso es que se están llevando de aquí todos los empleos y los están generando en otros países. No parece que estemos sacando dinero de eso”, añade.

Aunque Johnson dice que apoya a Clinton frente a Trump –“no me veo votando a él”–, admite que la retórica implacable del candidato republicano contra el libre comercio, que ha colocado como uno de los asuntos principales de su campaña, es “lo único que veo en él que tenga algún sentido”. “Si pierde las elecciones, al menos ha ofrecido algo”, añade.

Lawrence, el ejecutivo de AlphaUSA, está de acuerdo en que hay algo de verdad en la impresión de que los tratados comerciales han contribuido al declive de la calidad de vida en Estados Unidos, especialmente para la clase media. “Muchos de estos trabajadores han visto cómo los empleos salen de este país y se van a otros”, analiza. “Y sin duda hemos visto eso en el mercado de la automoción”.

Pero también valora que el libre comercio tiene sus ventajas y que no hay que ver ningún acuerdo como algo solo “bueno” o “malo”. “Los tratados comerciales no solo se firman para que encontremos los costes más bajos en nuestra producción”, apunta. Precisa que esos acuerdos también crean clientes para las empresas estadounidenses y abren el acceso a recursos extranjeros.

Para Lawrence, lo importante de los acuerdos está en los detalles: “Es cómo los redactamos, cómo nos sentamos a negociar con esos otros países desde una posición de liderazgo y hacemos algo que funcione para todos. Y eso no es fácil, pero sin duda es posible”.

Para los políticos de Washington, lo difícil será convencer a los votantes de que los tratados pueden beneficiarles.

“El problema es que, con los años, los intereses de las grandes empresas estadounidenses y los de los ciudadanos estadounidenses se han separado”, reflexiona Alden, del Consejo de Relaciones Exteriores. “Uno de los errores es que las grandes empresas dicen: 'Si es bueno para nosotros, es bueno para Estados Unidos', y hace falta una perspectiva más compleja que esa. Tienen que explicar cómo va a ayudar también a los trabajadores”.

Traducción de Cristina Armunia Berges y Jaime Sevilla Lorenzo

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