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The Guardian en español

La complicada relación entre el hombre musulmán y su barba

La política del Islam promulga en ocasiones medidas estrictas en cuanto al género y la sexualidad
Amanullah De Sondy —

Cuando estuve estudiando árabe en Damasco, en el verano de 1999, mis compañeros de clase me decían reiteradamente que iba a ir al infierno. ¿Mi delito? Ser un mal musulmán por recortar mi barba. Mientras la mayor parte de los chicos de mi escuela llevaban grandes barbas pobladas, la mía se parecía más a un matojo de diseño.

Cuando les preguntaba por qué no se afeitaban, casi todos aludían a la imagen del profeta Mahoma. Algunos intentaban parecer también lo más “masculino” posible. En su mayoría, estos blancos conversos de Occidente identificaban la barba con el Islam.

No son los únicos. Hace unos días, el reverendo Richard Chartres, obispo anglicano de Londres, alababa a los pastores con barba por acercarse a los musulmanes. El año pasado en Tayikistán, la policía afeitó a casi 13.000 hombres en un intento de erradicar aquello que las autoridades califican de “radicalización”. Esta batalla contra las influencias “extranjeras” también llevó a cerrar más de 160 tiendas de ropa tradicional musulmana. Un año antes, la ciudad de Karamay en China había prohibido el acceso a sus autobuses de los hombres barbudos o ataviados con prendas islámicas.

Tal es el pánico hacia las barbas “musulmanas” en ciertos lugares que en octubre la policía sueca inició una investigación a un grupo de hipsters conocido como 'Los villanos barbudos'. Parece que un ciudadano pensaba que su bandera blanca y negra era el emblema del Estado Islámico.

La asociación entre barbas e Islam se remonta al propio Mahoma, del que se dice que llevaba barba, aunque el Corán no diga nada sobre el vello facial.

Desde el comienzo, la fe ha estado relacionada con valores muy rígidos sobre la masculinidad: el discípulo de Mahoma, Ibn Abás, alegó que el profeta “maldecía a aquellos hombres que tenían maneras de mujer y sobre aquellas mujeres que asumían las de los hombres”. Para los hombres, la barba era parte de la fitrah, el orden natural.

Incluso hoy en día, aquellos que procuran defender la política del Islam lo encuentran más sencillo promulgando medidas estrictas en cuanto al género y la sexualidad. Los chicos tienen que sentirse chicos, y una forma de asegurar esto es obligándoles a que se dejen crecer la barba.

Esta mentalidad ha causado mucho dolor a aquellos que no la comparten, como los musulmanes transexuales. Pero también ha encontrado oposición entre los más devotos. Los místicos del Antinomismo del sur de Asia representan el mayor reto ante esta estricta visión del mundo. A menudo se ponen ropa de mujer y joyas, llevan una barba larga y poblada y bailan en los santuarios de sus maestros sufíes. Se declaran como novias de Dios y esa es su sumisión a Dios. Muchos se identifican como heterosexuales. Eso complica del todo el ideal de masculinidad islámica barbuda.

Más allá del mundo musulmán, la relación entre el pelo y la virilidad se está viendo transformada. Incluso antes de que los hipsters urbanos adoptasen el aspecto de leñador, la cultura queer estaba aceptando a los “osos”, hombres grandes, robustos, con 'pecho-lobo' y barbas tupidas. En otro ataque a los estereotipos, los hombres con barba se animaron en las navidades pasadas a decorarlas con aceite y purpurina. Si necesitas inspiración, puedes ver un vídeo dirigido por dos hombres conocidos como los Gay Beards.

No puedo evitar pensar que aquellos que siguen los aspectos más rígidos de la representación musulmana, tanto masculina como femenina, deben ser personas muy frustradas. Sea como fuese que se originase la barba, ahora ha crecido para convertirse en algo totalmente distinto.

Traducción de: Mónica Zas

Amanullah de Sondy es un profesor del Islam contemporáneo en la Universidad de Cork, y el autor del ensayo 'La crisis en la masculinidad islámica', publicado por Bloomsbury.

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