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The Guardian en español

Si el envenenamiento con Novichok es una conspiración rusa, ¿dónde están las pruebas?

Un forense busca evidencias en el pub The Mill en Salisbury, Gran Bretaña el 14 de marzo de 2017 tras el envenenamiento con Novichok de Skripal, un exespía ruso que colaboró con los servicios de inteligencia británicos.

Simon Jenkins

Parece que soy la única persona en el planeta que sigue sin tener ni idea de cómo fueron envenenadas cuatro personas en Wiltshire. Me dicen que sólo los rusos tienen acceso al veneno, llamado Novichok. Pero claramente en el centro británico de investigación de Porton Down, ubicado sospechosamente cerca, se sabe mucho del tema. Insisto en que yo, por el contrario, no tengo ni idea.

Me imagino que es fácil comprender por qué el Kremlin querría matar a un exespía como Sergei Skripal y a su hija: un mecanismo para desincentivar futuras deserciones. ¿Pero por qué esperaron tanto para hacerlo desde que Skripal se fue de Rusia? ¿Y por qué precisamente durante la organización de un evento de tanto significado político como el Mundial de fútbol?

Han pasado cuatro meses del crimen, los Skripal han sido aislados en un “lugar seguro” y apenas se sabe nada de ellos. Theresa May ha culpado una y otra vez a Rusia, calificando el incidente de “descarado y despreciable” y el servicio de contraespionaje británico MI5 habla de “violaciones flagrantes de las normas internacionales”. Pero no entiendo cuál es el beneficio diplomático (o de otro tipo) que se obtiene prejuzgando el caso, si nadie tiene ni idea de lo que pasó.

El enigma es aún más desconcertante si nos preguntamos por qué el envenenador (o envenenadores) de los Skripal podría tener interés en matar también a una pareja, sin ninguna relación con los rusos, en una urbanización de Amesbury. Parece un extraño descuido. ¿Recogió la pareja el agente infeccioso en la zona del envenenamiento original, a 13 kilómetros de distancia? ¿O es el nuevo envenenamiento un intento de desviar la atención? ¿Será todo un astuto complot para hacer que el Novichok parezca disponible en cualquier esquina, distribuido por el vecino que trafica con drogas? ¿O es que Charlie Rowley, una de las nuevas víctimas, tiene amigos en Porton Down? Tal vez haya alguien presumiendo de algo, o asustándose, o comportándose como un perfecto imbécil. ¿Quién puede saberlo?

Como no tengo respuesta para ninguna de esas preguntas, tampoco me siento obligado a rendirme ante la política del miedo y el terror. Puedo abrir la puerta principal de mi casa sin limpiarme la mano. Puedo visitar Wiltshire en paz y con toda tranquilidad para maravillarme frente a la aguja de la Catedral de Salisbury. Puedo deleitarme con los restos del ‘Arquero de Amesbury’ de la Edad del Bronce, cuya muerte por una enfermedad en los huesos ha sido finalmente descifrada por los científicos. Cuando no hay datos suficientes, la ignorancia es una bendición.

Pero está claro que esa regla no funciona con los ministros británicos. Para ellos, la ignorancia no es condición suficiente para el silencio. El ministro de Interior, Sajid Javid, dijo que ya es hora de que “el Estado ruso dé un paso al frente y explique exactamente qué pasó”. Ben Wallace, viceministro de Seguridad, había llegado antes a la misma conclusión, destacando que los rusos “habían desarrollado el Novichok, habían ejecutado programas de asesinatos en el pasado, tenían los motivos, los medios y una política declarada”.

Igual que Javid, Wallace afirmó “con mucha seguridad” que la culpa es de Rusia y habló de “la ira” que siente “contra el Estado ruso”. “Eligieron usar un arma muy tóxica y muy peligrosa”, dijo. “Deberían venir a contarnos qué pasó”, añadió. Pero Moscú niega enérgicamente cualquier implicación. Es difícil imaginar a los rusos “explicándose” en ese contexto.

Sin duda alguna, a tres meses del ataque venenoso contra los Skripal, los ministros ya podían haber presentado alguna prueba que fundamentase todas esas acusaciones. No sé qué motivo puede tener el Kremlin para cometer asesinatos en suelo extranjero durante la organización, por no hablar de la puesta en marcha, de un acontecimiento deportivo como el Mundial, con una importancia enorme para el chovinismo ruso.

Claro que existe la posibilidad de que hayan sido asesinos a sueldo o voluntarios que operan lejos del Kremlin. ¿Pero quién sabe? Probablemente, la explicación más obvia para este tipo de ataque sería alguien que quiere poner en evidencia al presidente ruso, Vladímir Putin. Uno de sus enemigos, y no de sus amigos o empleados. Pero una vez más: no tenemos ni idea.

Tal y como están las cosas, lo único que podemos ver son los retorcidos mecanismos que usa la nueva política internacional. Vemos la prisa por juzgar alentada por la agenda de los medios. Vemos cómo se instrumentalizan los asesinatos y los incidentes terroristas para conseguir ventajas políticas o militares. Los ministros se zambullen en la sala del gabinete de crisis y las redes sociales y las noticias falsas se transforman en armas. Lo mismo que los actontecimientos deportivos.

El deporte es el caso más evidente. Decir que “la política debe mantenerse al margen del deporte” es tan inútil como exigir que no haya corrupción ni fraude. Incluso la frase deporte “internacional” está llena de política. ¿Por qué si no los políticos inundan de dinero público las celebraciones deportivas? Como diría el general prusiano Carl von Clausewitz, los eventos deportivos son la continuación de la guerra por otros medios. No hay más que fijarse en la obscena alegría con que los tabloides británicos anunciaron la semana pasada la salida de Alemania del Mundial.

Los políticos y jefes de Estado que asisten a competiciones deportivas internacionales no pueden fingir que su presencia allí es apolítica, menos aún en el caso de un evento organizado por Rusia. De ahí la presión a Theresa May para que no acudiera al Mundial tras el envenenamiento de Wiltshire (si es que alguna vez tuvo la intención de ir).

Hay una forma de salir bien de todo esto. Mientras sigamos sin tener una pizca de pruebas en las embarradas aguas del caso Novichok, deberíamos tratar los crímenes como lo que son por el momento: casos locales de intentos de asesinato. No deberían incluirse en la geopolítica, ni en las grandes declaraciones de los políticos ni en los penaltis. Son cosa de la policía de Wiltshire y de sus asesores.

Si al final no surge nada que implique a Moscú en los envenenamientos, los políticos quedarán en ridículo. Y si se trataba de una conspiración rusa, el momento de enfadarse, y con razón, llegará cuando eso se demuestre. Hasta entonces, recomiendo el tenis.

Traducido por Francisco de Zárate

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