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The Guardian en español

La larga lucha por la expulsión del último nazi conocido en Estados Unidos: “Por fin ha ocurrido”

Foto de 1949 del visado concedido por EEUU a Jakiw Palij. Imagen proporcionada por el Departamento de Justicia.

Erin Durkin

Nueva York —

En una tranquila manzana de Queens, un barrio en la periferia de Nueva York, y en una humilde casa de ladrillo rojo vivía el último nazi conocido de la Segunda Guerra Mundial en Estados Unidos. Lo hacía junto a otras personas, pero intentaba pasar desapercibido.

Los vecinos describen a Jakiw Palij, de 95 años, como un anciano reservado que no hubiese llamado la atención si no fuese por los manifestantes que a menudo se reunían en su puerta para exigir su expulsión del país.

Palij fue finalmente deportado a Alemania este martes por la mañana, poniendo fin a una lucha de más de una década liderada por las autoridades de Nueva York y residentes de la ciudad indignados al enterarse de que tenían entre ellos a un antiguo guardia de un campo de concentración nazi.

“Por fin ha ocurrido. Este es el último nazi. Con este capítulo se puede cerrar el libro”, señala Dov Hikind, legislador estatal. Hikind, que ayudó a dirigir varias protestas a las puertas de la casa de Palij, volvió a acudir al hogar el martes por la mañana para lo que según él sería la última vez.

Palij era el último superviviente criminal de guerra nazi viviendo en Estados Unidos. El que fue guardia en un campo de concentración tenía su hogar en Jackson Heights, un vecindario muy diverso del barrio periférico de Queens. La zona tiene una gran población inmigrante de América Latina, del sur de Asia y de muchos otros lugares, así como una comunidad LGTB considerable.

Palij está acusado de haber mentido para conseguir entrar en Estados Unidos hace unos 70 años, cuando afirmó que era un campesino polaco. Hace casi 20 años, las autoridades de EEUU determinaron que había sido miembro de las SS, el cuerpo de élite del partido Nazi y que había trabajado en el campo de concentración de Trawniki, situado en la Polonia ocupada. El campo formó a soldados para capturar a judíos y exterminarlos.

Su ciudadanía estadounidense, que se le concedió en 1957, fue revocada en 2003. En 2005 un juez ordenó su expulsión del país.

Ángel Naranjo, un hombre de 49 años que vive al lado de Palij, cuenta que en ocasiones saludaba a su vecino, al que a veces veía haciendo labores de jardinería en su apartamento hasta hace un año, cuando su salud se deterioró.

El anciano parecía amable, cuenta Naranjo, pero cree que está bien que Palij pague por sus crímenes, aunque opina que la deportación debería haber ocurrido hace años. “Sé que hizo cosas malas. Ahora está bien, hace 30 años hubiese estado mejor”, añade.

La orden de deportación de Palij se decretó en 2004, pero su ejecución se retrasó años porque no había ningún país dispuesto a aceptarle. Su presencia en la ciudad enfadaba a los políticos de Nueva York, que han presionado al Gobierno federal para encontrar una forma de expulsarle del país.

Estudiantes de institutos judíos cerca de Long Island, la franja de tierra que colinda con la ciudad en un extremo y que se extiende 190 kilómetros hasta Los Hamptons en el otro, a menudo han celebrado el Día Internacional en Conmemoración de las Víctimas del Holocausto viajando hasta Queens para protestar frente a su casa.

Toda la delegación de Nueva York en el Congreso de Estados Unidos firmó el año pasado una carta para el Departamento de Estado presionando por la deportación.

Jason Quijano, de 43 años, que vivió en el bloque, indica que Palij parecía “normal”, aunque recuerda su fuerte apretón de manos. “No le deseo el daño a nadie, pero si tiene que enfrentarse a la justicia ahora, creo que es algo que tiene que pasar. En este mundo no te puedes esconder de nada, te volverá”, afirma.

“Es divertido, nunca tuve ni idea de lo que representaba en el pasado. Parecía una persona que solo se preocupaba de sus asuntos y que vivía su vida. Parecía un anciano amable. Se escondió bastante bien”, añade Quijano.

Otra vecina, Shari Brill, cuenta que ha escrito cartas apoyando la deportación, aunque nunca se había cruzado con el antiguo nazi que vivía cerca de su casa junto a su esposa. “Ni siquiera podía andar en este lado de la calle. Me ponía enferma”, afirma.

El legislador neoyorquino Hikind, hijo de supervivientes del Holocausto, señala que para los muchos supervivientes que viven en su distrito de Brooklyn, barrio pegado a Queens, era “muy doloroso” saber que un criminal de guerra vivía a tan solo unos kilómetros de distancia.

No está claro si Palij, que tiene una salud delicada, llegará a ser juzgado en Alemana, pero Hikind explica que su deportación era lo más importante: “Para mí, deshacerse de él siempre ha sido lo primero. Expulsarle de este país”.

David Weprin, congresista en la cámara del estado Nueva York por Queens, sostiene que era una ofensa tener a Palij viviendo en “probablemente una de las comunidades más diversas de Estados Unidos”, en referencia a Jackson Heights.

“Era una sensación terrible”, afirma frente a la casa ahora vacía. “Es un alivio para nosotros, para Queens, para Nueva York y para el país que este nazi ya no viva libremente en Queens”, añade.

Otras personas del barrio no tenían ni idea sobre su infame vecino hasta que el martes vieron noticias de su deportación y se pararon frente a su casa ahora vacía para hacer fotos o vídeos.

“El hecho de que haya sido deportado sabiendo que es el último puede suponer el final para mucha gente”, señala Michael Mavashev, un hombre de 37 años que trabaja a la vuelta de la esquina. “Un crimen como este no es perdonable”, añade.

Traducido por Javier Biosca Azcoiti

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