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The Guardian en español

La guerra moldeó mi infancia: no dejen que el Brexit ponga en riesgo la paz

Vista de la bandera británica y la de la Unión Europea en la Casa de Europa, cerca de Westminster Londres, Reino Unido

Patrick Stewart

El lunes 1 de enero de 1973 fue uno de los mejores días de mi vida. Comenzaba mi séptimo año con la Royal Shakespeare Company y los papeles que me daban eran cada vez mejores. Mi esposa y yo éramos dueños de una pequeña casa, nuestro hijo estaba en la escuela infantil y esperábamos el nacimiento de una niña. Yo tenía un pequeño Renault de segunda mano. El 1 de enero de 1973 fue el día en que el Reino Unido por fin se convirtió en miembro de la Comunidad Económica Europea.

Crecí en un hogar de clase trabajadora de la zona industrial West Riding of Yorkshire. Mi padre trabaja como portero de una gran planta química, y mi madre, como hizo toda su vida, en unos telares de lana. Solo fui a verla una vez a su trabajo, y la experiencia me repugnó: el ruido, el aire contaminado, los dos monstruosos telares que manejaba ella sola. Pero a mi madre le encantaba aquel ambiente de amistad, diversión, compañerismo, confianza y trabajo duro. Formaba parte de una comunidad y eso lo era todo para ella.

Mi padre había servido como soldado en el Ejército británico. Su vida laboral nunca volvió a ser tan buena como en sus años de servicio. En 1945, cuando lo desmovilizaron, llegó a sargento mayor en el Regimiento de Paracaidistas. Amaba ese trabajo por las mismas razones por las que mi madre amaba el suyo: el sentimiento de comunidad.

Nací en 1940 y me gusta pensar que fui concebido la víspera del día en que mi padre se fue a la guerra. Por supuesto, la guerra no me afectó directamente. Dormía en una cuna junto a la cama de mi madre, y más tarde pasé a compartir su cama. Parecía que no tenía padre, pero me cuidaban. Aunque nunca tuvimos que usarlos, había refugios antiaéreos Anderson en nuestro patio trasero. Al otro lado de la calle, la hermana de mi madre tenía un sótano construido en piedra, sin ventanas ni más acceso que unas empinadas escaleras de piedra, pero solo tuvimos que refugiarnos allí una noche. Justo antes de meternos en él, mi hermano, mucho mayor que yo y miembro de la Fuerza Aérea, señaló las llamas en el cielo de un misil V2 que se dirigía hacia Manchester o Liverpool. Eso fue todo lo que la guerra significó para mí.

Pero los años de posguerra fueron muy diferentes, con escasez de todo, racionamientos y mercado negro. Fue entonces cuando aprendí paulatinamente lo que la guerra había significado para los adultos a mi alrededor. La pérdida de seres queridos o la vuelta a casa de familiares y amigos gravemente heridos y enfrentados a una nueva y muy difícil vida. Soldados como mi padre sufriendo de estrés postraumático, como lo llamamos ahora, y sin atención médica para ayudarlos. El coste de la guerra era visible por todos lados. Muchos nunca se recuperaron.

Esa fue la Europa que yo conocí al crecer. Por eso enero de 1973, el día en que Gran Bretaña se unió a la CEE, fue tan importante para mí. Como decía el preámbulo de la CEE, el objetivo principal era “mantener la paz y la libertad, y sentar las bases de una unión cada vez más estrecha entre los pueblos de Europa”. Su frontera se extendía desde el norte de Alemania Occidental hasta el sur de Italia. Incluía la mayor parte del territorio europeo sobre el que hacía menos de 40 años la guerra había estallado dos veces con un intervalo de 22 años. Cuando Irlanda y el Reino Unido se incorporaron como miembros, sentí por primera vez en mi vida que la brutalidad de las guerras de 1914-18 y de 1939-45 no podía volver a ocurrir y que, por fin, la colaboración y la cooperación colectiva garantizarían beneficios para todos.

Tal vez mi visión de lo que podía ser una nueva Europa era demasiado utópica. Las guerras de los Balcanes durante los años noventa fueron un duro revés. Pero el término “europeo” había adquirido un nuevo significado. Me enorgullecía describirme a mí mismo y a mi familia como ciudadanos británicos y europeos. En el anverso de nuestros pasaportes, las primeras palabras decían Unión Europea y luego Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte. El Brexit borrará las dos primeras palabras y hará que sienta menos orgullo cada vez que entregue mi nuevo pasaporte azul a los funcionarios de inmigración de todo el mundo.

La primera vez que volví al continente tras el referéndum por el Brexit de 2016 me sentí claramente incómodo en las concurridas y coloridas calles de Gante y Brujas. Casi me daba vergüenza que mi país estuviera ahora tratando de deshacer todo lo logrado, sobre todo teniendo en cuenta que los activistas del Brexit habían engañado al pueblo británico con eslóganes y discursos falsos, deliberadamente engañosos.

Prometían 350 millones de libras semanales para la sanidad pública. ¿Dónde están ahora esos 350 millones, con nuestras salas de urgencias, hospitales y quirófanos sufriendo una crisis de la que no hay precedentes en la sanidad?

Y esta crisis no es sólo por dinero: los médicos, las enfermeras y el personal están renunciando, muchos de ellos para regresar a los países que dejaron cuando buscaban una vida mejor en el Reino Unido. Ahora les hemos dicho: “No os queremos. Iros a casa”. Pero sin los migrantes, la economía de nuestra nación se derrumbaría.

Un reciente informe de la London School of Economics sobre el probable impacto del Brexit ha revelado que todos los países de la UE perderán ingresos tras la salida del Reino Unido. La caída global del PIB en el Reino Unido se estima entre 26.000 y 55.000 millones de libras, en función del acuerdo al que lleguen. En el escenario más pesimista, el costo del Brexit podría ascender hasta 6.400 libras por cada hogar.

Así que quiero pedir que lo pensemos de nuevo, ahora que nos estamos enterando del coste real de Brexit, ¿por qué el gobierno todavía no proporciona estudios económicos fiables sobre los efectos en todos los sectores? Esta información debe ser revelada sin restricciones tanto a las Cámaras del Parlamento como a los ciudadanos del Reino Unido. Entonces, y solo entonces, podremos tomar una decisión informada y verdaderamente democrática.

Según algunas predicciones, pasarán al menos 20 años antes de que la economía británica postBrexit se estabilice. Millones de personas de mi edad se dirán: “Bueno, eso no ocurrirá mientras viva”.

Traducido por Francisco de Zárate

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