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The Guardian en español

El inesperado crecimiento de un pueblo del sur de Francia gracias al Brexit

Plaza principal en Eymet en el día de mercado.

Jon Henley

Eymet —

A principios de cada año, Terrie Simpson y sus compañeros de la agencia inmobiliaria Eleonor, ubicada cerca de la Plaza Gambetta en el bonito pueblo de Eymet en Dordoña, se sientan a establecer sus objetivos para el año que comienza.

A fines de febrero se dieron cuenta de que ya habían alcanzado el 30% de los objetivos totales para 2018. “Ha sido una locura”, dice Simpson, que antes trabajaba en la fábrica de cerveza Boddington, hasta que dejó Reino Unido y se mudó a este tranquilo pueblo del suroeste francés hace 16 años.

“Una locura total. Ha venido gente que nos ha dicho literalmente: ‘Estaremos aquí una semana y antes de irnos queremos comprar una casa’. Quieren arreglar sus papeles y estar empadronados para poder pedir la residencia. Sienten que corren contra el tiempo. Hay una fecha límite”.

Con sus calles empedradas, su plaza con muros de entramado de madera, su bar, su club de cricket, los salones de té y sus tiendas de especialidades inglesas –galletas digestivas, mermelada de Oxford, limonada inglesa y patatillas con sabor a sal y vinagre–, Eymet es el pueblo más inglés de esta región de colinas redondeadas y un sol constante pero no agobiante, que hace años que atrae a los británicos.

Unos 400 de los 2.600 habitantes del pueblo son ciudadanos británicos, y si bien los más mayores están cada vez más preocupados por cómo el Brexit podría afectar a sus pensiones, lo que se está viviendo es un boom preBrexit protagonizado por británicos más jóvenes que quieren mudarse antes de que sea demasiado tarde.

Simpson, quien antes del referéndum se había expresado fervientemente sobre la “auténtica ridiculez, la absoluta idiotez” de todo el proceso, afirma sentirse “mortificada, incluso desconsolada”. Pero, desde una perspectiva profesional, añade: “Hemos abierto oficinas nuevas en Bergerac el mes pasado. El primer fin de semana ya vendimos tres casas. Realmente, no puedo quejarme”.

Al otro lado de la plaza, Jane Fraser-Bryan, de la inmobiliaria Guyenne, cuenta la misma historia. “La palabra no sería abrumada”, dijo. “Se nos presentan personas con el dinero en efectivo, listos para comprar. El nivel de interés en la zona ha subido quizás un 20%. En general, el invierno aquí es tan tranquilo que cerramos tres semanas por Navidad. Este año solo cogimos tres días de fiesta”.

Según Tom Campbell, parece que “todos los británicos que alguna vez han soñado con vivir en el continente pero no han hecho nada para llevarlo a cabo, ahora se han despertado y han pensado: ‘si no lo hago ahora, no lo haré nunca’. O al menos, será muchísimo más difícil”.

Mientras busca casa cerca de Bergerac con su compañera, Campbell –oriundo de Sussex y especialista en seguridad informática que trabaja desde su casa– dice que su objetivo es que “cuando llegue el 29 de marzo del año que viene, ya estemos fuera del Reino Unido, con residencia en Francia como ciudadanos europeos con derecho a quedarnos. Así estaremos bien”.

En la práctica, si el período de transición que se ha acordado este mes entra en vigor en marzo del año que viene, los ciudadanos británicos que quieran residir en el continente y los ciudadanos europeos que quieran vivir en Reino Unido tendrán un poco más de tiempo, hasta diciembre de 2020.

No se fían del Gobierno británico

Pocos quieren correr ese riesgo. “Hasta ahora, las cosas no han ido como decía que el Gobierno que iban a ser. No veo a nadie que les crea en este momento”, señala Lisa Reynolds, ilustradora autónoma de Birmingham, que ha presentado una oferta por un granero reformado cerca de Monpazier, 40 minutos al oeste de Eymet.

Reynolds espera mudarse en el verano, a tiempo para que su hijo mayor empiece la escuela aquí. “Nos sentimos presionados por el tiempo”, explica Reynolds. “Sí, hay muchísima incertidumbre. Pero hace años que venimos aquí y lo hemos hablado mucho. Esto del Brexit me enfada mucho, pero nos ha obligado a dar el salto, y por eso estoy agradecida”.

Mientras algunos se apresuran por mudarse, muchas de las personas que ya viven aquí están asustadas y muy enfadadas. Peter Timmins se jubiló anticipadamente del banco en el que trabajaba en Cheshire y se mudó a un caserío en las afueras de Eymet en 2014.

“La gente está muy, pero muy preocupada”, dice. “Si el Reino Unido no hace un buen acuerdo, si todo se convierte en humo, los que más perderemos somos nosotros. Y a pesar de lo que digan los políticos, no hay ninguna certidumbre ni claridad”.

Timmins y su esposa vendieron todo lo que tenían en Reino Unido y lo invirtieron en Francia, pero dice que no sabe qué tendrán que hacer para poder quedarse. “¿Será suficiente con que llenemos un formulario?”, se preguntó. “¿Pedir una ‘carte de séjour’? ¿Será requisito tener un ingreso mínimo?”.

También está enfadado porque los planes de la pareja de quedarse unos años en Francia y luego mudarse a otro país europeo, quizás a España o Portugal, se han truncado. “Como están las cosas, parece que los británicos en el continente nos quedaremos sin salida al mar”, dijo. “Nos podremos quedar, pero no mudarnos de un sitio a otro”.

¿Qué pasará con sus pensiones?

La mayor preocupación de los británicos, aseguró Timmins, es que sus pensiones se sigan devaluando (“Gente de más de 70 años ya está aceptando trabajos para pagar sus gastos diarios, en jardinería, limpieza, para completar la pensión”), y que el Reino Unido algún día deje de proveer cobertura sanitaria a los británicos que vivan fuera del país y que han pagado a la seguridad social británica. “La cobertura sanitaria privada en Francia nos dejaría en bancarrota”, indicó.

Los residentes más jóvenes, muchos con prósperos negocios, ven menos problemas. “Yo ya estoy empadronado, estoy en el sistema, pago los impuestos y la seguridad social francesa, y tengo mi propio negocio que va muy bien,” afirma Adrian Kewell, electricista autónomo que llegó en 2007 para realizar un trabajo y ya no se fue. “Soy muy feliz aquí.”

En el mercado semanal de Eymet, un grupo de dueños de puestos británicos también parecen poco preocupados. “Es como ‘¿Brexit? ¿Qué Brexit?’”, dijo Karen Clinton, cuyo Club Secreto del Curry vende a media docena de mercados locales. Andrea Lovesy y Carl Pope, que venden comida británica, desde crema de avena hasta pepinillos, aseguran que la devaluación de la libra no los ha perjudicado. “Nosotros ganamos euros y compramos en libras”.

Algunos recién llegados afirman que el Brexit no ha destruido su sueño de empezar una nueva vida bajo el sol del suroeste de Francia. David y Denise White, de Northamptonshire, abrieron los salones de té Rose’s Vintage Tearooms en Eymet hace menos de un año, y casi cancelan todo el proyecto la mañana después del referéndum.

“Pero alguien nos dijo: ‘Simplemente hacedlo’”, relató David, que tenía un negocio de azulejos y enlucido. “Y eso hicimos. En diciembre de 2016 compramos la propiedad, nos mudamos en enero y abrimos el negocio en mayo. Desde entonces estamos a toda máquina”.

Al igual que muchas personas, Rupert Bache –que lleva casi 30 años viviendo en Francia y diez a cargo del bar Gambetta junto a su esposa francesa Mathilde– dice que “todavía no me las he apañado” para presentar la solicitud para obtener la ciudadanía francesa, como prometió que haría si el Reino Unido votaba a favor de separarse de la Unión Europea.

“No me llevo bien con el papeleo”, señaló. “Pero la realidad es que sigo soñando con que suceda algo y no lo lleven a cabo finalmente”.

Mathilde ya está cansada de toda esta historia. “La sociedad tiene problemas mucho más graves que el Brexit”, afirma. “Al menos aquí, es un problema de los ricos. Mientras tanto en Bergerac, hay personas que duermen en su coche. La verdad es que el Brexit me importa un pimiento”.

Traducido por Lucía Balducci

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