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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

The Guardian en español

El peor lugar del mundo se llama Saydnaya

El equipo de Amnistía Internacional que ha reconstruido la cárcel siria basándose en la experiencia de los detenidos.

Oliver Wainwright

Samer al-Ahmed se acuerda perfectamente del tamaño de la pequeña trampilla en la parte inferior de la puerta de su celda. Con frecuencia, lo obligaban a sacar la cabeza por allí. Luego, los guardias de la prisión le acomodaban la cabeza de tal manera que la garganta quedara apretada contra el borde de la trampilla. Entonces saltaban sobre su cabeza con todo el peso de sus cuerpos. Hasta que la sangre de al-Ahmed empezaba a regarse por el suelo.

Es uno de los tantos métodos de tortura usados en la cárcel militar de Saydnaya, la prisión más infame de Siria. El complejo carcelario se ha mantenido en secreto hasta ahora y sale a la luz gracias a un desgarrador mapa digital interactivo de Amnistía Internacional para concienciar sobre las historias más oscuras y menos conocidas del brutal régimen del presidente Bashar al-Assad.

Como una mancha negra en el mapa de los Derechos Humanos, la prisión de máxima seguridad se mantuvo en los últimos años fuera del alcance de los medios de comunicación y grupos de supervisión. Veinticinco kilómetros al norte de Damasco, el complejo se encuentra cerca del milenario monasterio de Saydnaya donde cristianos y musulmanes rezaron juntos durante siglos. En Google Earth se puede distinguir la sombría edificación de cemento con forma de estrella de tres puntas en un aislado terreno de 100 hectáreas. Hasta ahora, no se sabía nada de lo que ocurría dentro.

Amnistía Internacional colaboró con la agencia de Arquitectura Forense Goldsmiths, de la Universidad de Londres, para tener una reconstrucción de la prisión preparada en el momento de publicar su último informe sobre Siria, en el que la ONG estima 17.723 muertos en prisión desde el estallido de la crisis en marzo de 2011.

Según Eyal Weizman, director de Arquitectura Forense, cuando construyeron el modelo se dieron cuenta “de que el edificio no era solo un lugar de encarcelamiento, vigilancia y tortura”. “El edificio es, en sí mismo, un instrumento arquitectónico de tortura”.

Con su provocador trabajo (llamado La arquitectura de la verdad pública), Weizman ha estudiado las estrategias territoriales de las Fuerzas de Defensa israelíes en Palestina, el mapeado 3D de los ataques con drones en Afganistán, y la topografía genocida en la jungla de Guatemala. El equipo que dirige Weizman, casi único en el campo de la “arquitectura forense”, usa los conocimientos arquitectónicos para sumar pruebas concluyentes en las investigaciones de la ONU y en los juicios de la Corte Penal Internacional.

Patrocinados por Amnistía Internacional, para construir una imagen detallada de las instalaciones su equipo llevó a cabo una intensiva serie de entrevistas con ex encarcelados de Saydnaya que escaparon por la frontera turca.

“La arquitectura sirve como conducto para la memoria”, dice Weizman, cuando cuenta cómo un arquitecto de un país árabe logró reconstruir en pantalla un modelo digital usando recuerdos específicos de los prisioneros. “A medida que experimentan con sus propios ojos el entorno virtual de sus celdas, los testigos empiezan a tener recuerdos de sucesos que, de otra manera, permanecerían escondidos detrás de la violencia y el trauma”. 

A los reclusos les vendaban los ojos o los forzaban a arrodillarse y taparse para no mirar a los guardias cuando entraban a sus celdas. Este hábito hizo que el sonido se volviera el sentido más importante para moverse y para tener una idea del entorno. El sonido se convirtió así también en una de las herramientas principales para reconstruir la disposición de Saydnaya por parte del equipo forense. Usando una técnica de resonancia que permite trazar el perfil de la instalación, el artista de sonido Lawrence Abu Hamdan determinó el tamaño de las celdas, de los pasillos y del hueco de las escaleras emitiendo distintos tipos de reverberaciones y pidiendo a los testigos que las hicieran coincidir con sonidos que recordaran haber escuchado durante sus días en la prisión. 

“Los sonidos de las golpizas daban forma al espacio alrededor de ellos, como si fueran un sonar”, explica Abu Hamdan. “La prisión funciona como una caja de resonancia: si una persona es torturada parece que todos están siendo torturados porque el sonido se propaga por el aire, los ductos de ventilación y las cañerías. No puedes escapar”.

Según Abu Hamdan, el testimonio de estos “testigos auditivos” se ha convertido en una prueba crucial. Los ejemplos más recientes son el asesinato de Trayvon Martin y Michael Brown, así como el caso de Oscar Pistorius, donde el sonido jugó un papel preponderante para revelar qué sucedió ese día. “A diferencia de la vista, el sonido se propaga hacia otras personas”, añade Abu Handam. “Aunque no sean testigos presenciales, puede haber personas con una experiencia acústica de los hechos”.

Sin la posibilidad de ver durante meses o incluso años, los prisioneros de Saydnaya desarrollaron una sensibilidad auditiva muy aguda, capaz de diferenciar entre los sonidos que hacen los cinturones, los cables eléctricos y los palos de escobas sobre el cuerpo de una persona; así como podían distinguir entre los golpes de puño, las patadas o las golpizas contra una pared.

“Se intenta crear una imagen basada en los sonidos escuchados”, dice Salam Othman, un ex presidiario de Saydnaya, en una entrevista grabada en vídeo. “Reconoces a las personas por el sonido de sus pasos. Puedes distinguir el horario de la comida por el sonido de los recipientes. Si escuchas gritos, sabes que trajeron prisioneros nuevos. Cuando no se oyen gritos, sabemos que ya están acostumbrados a Saydnaya”. Durante los castigos, a los presos no se les permitía emitir sonido alguno. Cualquier quejido prolongaba la tortura.

“Fiestas de bienvenida”

Otro de los prisioneros narra los pormenores de las llamadas “fiestas de bienvenida”, la aterradora ceremonia de iniciación para los recién llegados. Los transportaban hasta Saydnaya en uno de los camiones “congelador para carne”. No tenían ni idea de dónde estaban hasta que las puertas del camión se abrían estrepitosamente. Después de las palizas con palos y cables, seguían los llamados “controles de seguridad”, en los que las mujeres eran abusadas sexualmente y violadas por los guardias. “Mientras esperábamos nuestro turno, escuchábamos el sonido de las palizas, de gente cayendo del camión y de gente gritando”, cuenta Jamal Abdou. “Todo el mundo estaba gritando…guardias y prisioneros”.

Abdou y Ahmed pasaron los primeros cinco meses de su encarcelamiento bajo tierra, en una helada celda de confinamiento. La celda era un espacio de 2,35 por 1,65 metros. Diseñada para una sola persona, a veces podían vivir hasta 15 personas en ella, turnándose para sentarse. Abdou y Ahmed recuerdan unos días en los que les cortaron el agua y terminaron bebiendo de la alcantarilla del inodoro, con alucinaciones y olas de histeria cuando volvió el sonido del agua fluyendo por las tuberías. “Cuando cerré los ojos, empecé a ver cascadas”, cuenta Ahmed.

Según Weizman, el objetivo de recrear este espantoso centro de tortura con tanto detalle tiene dos funciones. Sirve para que aparezcan más testimonios y además funciona como una poderosa forma de defensa: “El objetivo es lograr que cierren la prisión y garantizar que Assad no sea parte de ningún tratado de paz que se firme en el futuro”. En el sitio web de Amnistía Internacional, los lectores pueden hacer click sobre enlaces que envían un mensaje: “Decirle a Rusia y a los Estados Unidos que hagan uso de su influencia en todo el mundo para autorizar el ingreso de veedores independientes que investiguen las condiciones de las prisiones de tortura en Siria”.

Según Philip Luther, de Amnistía Internacional, “durante años, Rusia utilizó su poder de veto en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas para proteger al gobierno de Siria, su aliado, y para impedir que los criminales que operan dentro del gobierno y del ejército respondan ante la Corte Penal Internacional por los crímenes de guerra y los crímenes de lesa humanidad que cometieron”.

Para Diab Serriya, preso en Saydnaya entre 2006 y 2011, la reconstrucción de la prisión sirve como un recordatorio perdurable. “Perdí cinco años de mi vida ahí dentro, casi me muero”, dice. “Solo quiero que se mantenga para que otras generaciones conozcan ese horrible lugar, donde nos torturaron. Todos deben saber que esa prisión es el peor lugar del mundo”.

Traducción de Francisco de Zárate

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