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The Guardian en español

Nunca mataríamos a un albatros o a un gorila, pero sí dejamos que otros lo hagan

Los grandes simios se encuentran al borde de la extinción.

George Monbiot

El animal terrestre de mayor tamaño, el pez más grande, el pájaro de mayor envergadura, el primate más grande: todos avanzan hacia su extinción a una velocidad asombrosa. Si no vamos a proteger estas extraordinarias especies, ¿qué somos capaces de defender?

El 30% de los elefantes en la sabana de África ha desaparecido en solo siete años. Las otras subespecies africanas, el elefante del bosque, han disminuido en un 60% desde 2002.

Tal vez la resolución que se ha aprobado este mes para prohibir la venta de colmillos de elefantes conseguirá revertir esta situación, pero lo cierto es que los gobiernos no han hecho prácticamente nada para controlar el comercio ilegal de marfil y otros productos obtenidos de la caza de animales salvajes y, de hecho, se pueden comprar por internet sin necesidad de ir al mercado negro.

El mes pasado, el tiburón ballena entró en la clasificación de especies en peligro de extinción. Algunos todavía son cazados con el propósito de vender su carne y las aletas, y todo parece indicar que se mantiene la repugnante práctica de capturarlos con el único propósito de cortarles las aletas. Los vuelven a tirar al agua, conscientes de que el animal tendrá una muerte lenta. Muchos otros se convierten en víctimas colaterales, al quedar atrapados en redes pensadas para otras especies, especialmente el atún. Algunos barcos pesqueros utilizan los tiburones ballena como “marcadores” ya que los atunes suelen sentirse atraídos por los objetos de gran tamaño y con este propósito los rodean con sus redes.

El declive de los tiburones ballenas (en los últimos 75 años han quedado reducidos a la mitad) es un reflejo de la pérdida de biodiversidad en el océano.  Desde 1996, la pesca anual ha disminuido en millones de toneladas ya que se han agotado las reservas. En su búsqueda exhaustiva, las flotas pesqueras pueden desencadenar el colapso de ecosistemas enteros.

La pesca también está relacionada con la situación del pájaro de mayor envergadura, el albatros errante. En los últimos 11 años, la población de albatros ha disminuido en un 30%. La pesca de atún es la principal amenaza, en este caso debido al uso de palangres. Los albatros se zambullen para hacerse con el cebo de pesca y mueren ahogados. La basura es otra amenaza relevante; comen plástico y alimentan a sus polluelos a través de regurgitaciones. Las fotografías que tomó Chris Jordan en el atolón de Midway muestran cómo se descomponen los albatros muertos y evidencian que están llenos de basura, y son un reflejo de cómo tratamos la fauna y flora terrestre. Viajamos y destruimos cuanto encontramos a nuestro paso.

Hace una semana, el gorila oriental, el primate más grande del mundo, que hasta ese momento era considerado una especie en peligro de extinción, pasó a ser considerada una especie en peligro crítico de extinción. En los últimos 20 años la población de gorilas orientales ha disminuido en un 70%. Su hábitat, en África Central, ha quedado arrasado debido a la tala, la minería y la agricultura, y la población caza los gorilas para comer su carne. Todos los grandes simios integran la categoría de especies en peligro o en peligro crítico de extinción, en el caso de los orangutanes en gran parte debido a la producción del aceite de palma. ¿Qué puede decirse de unos humanos que son capaces de provocar la extinción de sus parientes más cercanos?

Nuestros hábitos de consumo

El informe “El Estado de la naturaleza”, publicado esta semana, también refleja que nos precipitamos hacia un mundo gris y sin biodiversidad, y señala que más del 10% de las especies restantes en el Reino Unido están ahora en peligro de extinción.

La semana pasada también descubrimos que el 10% de los lugares salvajes, bosques y sabanas, así como otros lugares donde todavía no puede apreciarse el impacto de la acción del hombre, se han “desasilvestrado” en los últimos 25 años. Esta tendencia refleja que a finales de este siglo podrían haber desaparecido por completo.

Revertir esta situación debería ser una prioridad. Sin embargo, hablamos de estas pérdidas como si fueran un hecho desafortunado pero secundario. Lo cierto es que contribuimos a empeorar la situación con nuestros hábitos de consumo. Los elefantes, los rinocerontes, los leones, los osos polares, los grandes tiburones, las tortugas, los cóndores, las ballenas, los bosques pluviales, los pantanos, los arrecifes de coral: todos son víctimas colaterales del consumismo.

Reivindicamos nuestro derecho a consumir (lo que queramos y cuando queramos) y el derecho a desentendernos de las consecuencias.

Volar a Bratislava o a las Islas Bermudas para cazar ciervos durante el fin de semana, un viaje de compras a Nueva York, coger un vehículo que consuma gasolina sin parar para llevar a nuestros hijos a una escuela que está a 300 metros, comprar una moto de agua, sopladores de hojas o un calefactor de exterior, decorar nuestras casas con maderas exóticas, o comer atún, gambas o salmón sin pensar en cómo se producen. A juzgar por las reacciones cuando las pones en duda, todas estas satisfacciones efímeras ocupan un espacio sagrado e inviolable. Las maravillas de la fauna y flora son, por el contrario, prescindibles.

Muchas personas que nunca matarían a un albatros o a un tiburón ballena dejan que otros lo hagan, para poder comer el pescado que se les antoje. Muchas otras que nunca serían capaces de degollar un pollo no tienen ningún inconveniente en destruir ecosistemas enteros.

Lo normal es mirar hacia otro lado. En cambio, cualquier intento de exponer las consecuencias de nuestras acciones es interpretado como un comportamiento impertinente y anormal. En la página web de The Guardian podrán informarse sobre cómo la población de atunes ha caído en picado. También podrán leer una receta de ensalada de atún que se publicó un día más tarde sin que se mencionaran las consecuencias de comer este tipo de pescado.

Estas normas culturales, que consideran que es más importante nuestra condición de consumidor que nuestra responsabilidad moral, nos permiten disponer del planeta a nuestro antojo. Nos permiten compartimentar y no tener que buscar una relación entre nuestras acciones y las consecuencias, ser conscientes de los problemas y no buscar soluciones, y olvidarnos de estos problemas cuando tenemos la capacidad de hacer algo (o de no hacerlo). Protegemos un espacio para el consumismo.

El coste de nuestras acciones no puede calcularse solo en términos económicos. No se puede medir con dinero el asombro que produce ver un tiburón ballena o una manada de elefantes, oír como un albatros se eleva en el aire, observar la mirada insondable de un gorila.

¿Es así como queremos ser recordados? Esta es la prueba de nuestra existencia: el pulso de la extinción de todas estas especies. ¿Utilizamos la vida que nos ha sido dada para negar otras formas de vida? ¿Cuál va a ser nuestro legado más allá del gran parche de basura del Pacífico?

Creo que lo podríamos hacer mejor y ser otro sujeto activo en este mundo lleno de maravillas; un sujeto bendecido y maldecido con consciencia, y utilizarla para establecer límites a nuestras acciones.

No debemos esperar a que los gobiernos, el mundo académico o los medios de comunicación impulsen una nueva ética del medioambiente. Debemos unirnos a grupos de defensa del medioambiente, informarnos de las consecuencias de nuestras acciones, exigir a nuestros amigos, a nuestras familias y a nosotros mismos la búsqueda de nuevas maneras de relacionarnos con nuestro entorno. Seremos mucho más ricos con mucho menos.

• Pueden leer una versión más extensa de este artículo en Monbiot.com

Traducción de Emma Reverter

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