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The Guardian en español

Desolación en el lento rescate de los escombros en México DF: “Rezo por que mi madre esté muerta”

Los equipos de rescate trabajan en los escombros de uno de los edificios derrumbados

Nina Lakhani

La Condesa (Ciudad de México) —

Casandra Hidalgo salió corriendo cuando empezó el terremoto. Justo a tiempo para ver derrumbarse el edificio de apartamentos de siete plantas situado frente a la cafetería donde trabaja.

“Se ha derrumbado en nuestras narices, la gente corría por todos lados. Hemos estado aquí desde entonces, pero nadie ha salido del edificio”, señala a the Guardian esta joven de 18 años de pie frente a la enorme pila de escombros en el frondoso barrio de La Condesa, Ciudad de México.

Más de 200 personas han muerto tras el terremoto de 7,1 grados que golpeó el centro de México a la una del mediodía hora local de este martes causando una amplia destrucción en Ciudad de México y los estados vecinos; justo 32 años después del terremoto de 1985 que devastó la ciudad. El epicentro del terremoto se sitúa cerca de Raboso, en el estado de Puebla, a 120 kilómetros de la capital.

El terremoto ha asolado La Condesa, uno de los barrios más prósperos de la ciudad, arrasando varios edificios y dejando muchos otros dañados e inestables.

El edificio de apartamentos derrumbado en la circunvalación Avenida Amsterdam queda al instante bajo un manto de nubes de polvo blanco y un fuerte olor a gas. El edificio tenía tres apartamentos en cada planta y nadie sabe cuánta gente había dentro en el momento del terremoto.

La madre de 87 años de Mónica Saavedra estaba en casa en el momento del desastre. “Rezo por que esté muerta y no atrapada viva bajo los escombros”, dice Saavedra mientras tranquiliza a la trabajadora doméstica que llora por su madre, y que sobrevivió porque había salido a hacer algunos recados en el momento del terremoto.

Los primeros en llegar a la escena, tan solo unos minutos después del derrumbe del edificio, son un grupo de obreros que había estado trabajando a unas manzanas. En unos minutos, toman el control y empiezan a intentar levantar los escombros con la mano hasta que llegan los vecinos con palas, sierras, carretillas y cubos de plástico.

Un par de horas después ya hay cientos de personas intentando ayudar, pero ninguna autoridad para hacerse cargo. Cada pocos minutos los voluntarios lanzan gritos de “silencio, silencio” y, encima de los escombros, intentan escuchar alguna señal de posibles supervivientes bajo las ruinas.

“Esto es el caos, la gente quiere ayudar, pero Protección Civil debería estar aquí al mando, hay demasiada gente sobre los escombros y es peligroso para todos”, indica Israel Belmonte, un trabajador del Ministerio de Educación que también es parte de la brigada de salud y seguridad.

Decenas de civiles, algunos con cascos de bicicleta y guantes de jardín, están desperdigados por la pila de escombros de varios metros de altura. Doctores y enfermeras que viven cerca también están presentes y han instalado un centro médico improvisado incluso antes de que lleguen las primeras ambulancias más de dos horas después. Los bomberos tardan incluso más.

Centenares de personas forman cadenas humanas y limpian los escombros a mano para permitir el acceso a los servicios de emergencias, sacando del camino bloques de cemento, árboles caídos y piezas de metal afiladas. Las cajas de plástico y carritos de la compra de un supermercado cercano se utilizan para mover las piezas más pesadas. Varios civiles acaban necesitando atención médica tras ser golpeados por los escombros.

Un hombre, frustrado por la situación, grita a un grupo de policías: “No os quedéis ahí, ayudad, todo el mundo tiene que ayudar, ¿por qué no hacéis nada?”.

Empieza a llegar una gran cantidad de donaciones de agua y medicinas, pero los voluntarios piden urgentemente más suministros. “Necesitamos baterías, linternas, sábanas, otro megáfono, más herramientas, por favor, traednos lo que necesitamos”, afirma uno de ellos.

Sobre las cinco de la tarde empiezan a llegar las autoridades y la organización. Uno de los voluntarios grita que se necesita ayuda a unas manzanas, donde otro edificio se ha derrumbado. Decenas de personas empiezan a correr en esa dirección, donde convergen camiones del Ejército cargados de suministros. Ahí, la policía antidisturbios tiene listas de las medicinas que se necesitan, incluidos antibióticos y analgésicos.

Fuera de la Avenida Ámsterdam hay coches destrozados, ventanas rotas, muros partidos y edificios parcialmente derrumbados por todas direcciones. Mayte Ferreiro y su hija Yeziel, de 22 años, vivían en el quinto piso del edificio derrumbado de la Avenida Ámsterdam. Estaban fuera cuando empezó el terremoto, pero su trabajadora doméstica estaba dentro. “Ella está dentro, también lo está el guardia de seguridad y quién sabe cuántos más”.

Traducido por Javier Biosca Azcoiti

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