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The Guardian en español

Varios agonizantes sistemas políticos latinoamericanos se enfrentan en 2018 a la presión de las urnas

Lula abraza a sus seguidores el 7 de diciembre en una visita a la ciudad de Duque de Caxias.

Laurence Blair

La ola antiestablishment que recorrió gran parte del planeta podría llegar a América Latina en 2018. Unos 350 millones de votantes acudirán a las urnas en Brasil, Colombia, México, Venezuela, Costa Rica y Paraguay para elegir nuevos presidentes y quizá reanimar sus agonizantes sistemas políticos.

“Sería un error intentar comprender el significado de estas elecciones basándonos en la división izquierda-derecha,” explica Christopher Sabatini, experto en América Latina en la Universidad de Columbia. “Lo más probable es que veamos una reacción popular contra la corrupción.”

México estará en los titulares en julio, cuando Andrés Manuel López Obrador, el eterno candidato de la izquierda, se enfrente a José Antonio Meade, el tecnócrata que busca suceder a Enrique Peña Nieto. Pocos echaran de menos al presidente saliente, cuyo mandato ha estado marcado por su fracaso a la hora de reducir la desorbitada tasa de asesinatos y la corrupción generalizada, en la que también está implicada la pareja presidencial.

Si bien López Obrador, de 64 años, exalcalde de Ciudad de México, no es tan radical como sus detractores lo pintan, sus promesas de luchar contra la corrupción y la pobreza le dan en los sondeos ventajas que van de cinco a quince puntos por encima de sus rivales. Sin embargo, sus propios errores, como el haber sugerido un indulto a los criminales, y el miedo al cambio pueden hacer que los votantes decidan dejar las cosas como están.

Mientras tanto, en Brasil, Michel Temer seguramente vea con envidia las tristes cifras de aprobación de Peña Nieto. Temer, un político de derechas de 77 años que formó parte el año pasado del polémico proceso de destitución de Dilma Rousseff, ha visto su nivel de aprobación desplomarse hasta un mísero 3% en medio de acusaciones de corrupción que por momentos parecen implicar a toda la clase política brasileña.

La vuelta de Lula da Silva

Es probable que en las elecciones presidenciales de octubre, el ganador sea el expresidente de izquierdas Luiz Inácio Lula da Silva, a quien actualmente los sondeos dan un 36% de intención de voto, aunque él también se enfrenta a acusaciones de corrupción que podrían impedir que se presente como candidato. Mientras tanto, el homófobo de extrema derecha Jair Bolsonaro (que tiene un 15% en los sondeos) está cobrando fuerza a pesar de –o quizás gracias a– su simpatía por la dictadura militar brasileña.

“En Brasil y en México, ganará el candidato que pueda presentarse como el más limpio”, asegura Sabatini.

En toda América Latina, los votantes se guiarán no tanto por la ideología sino por cuestiones como la petición de gobiernos honestos, el rechazo a grupos políticos atrincherados en el poder, o –en el caso de Colombia– la preocupación sobre el proceso de paz con los rebeldes de izquierda de las FARC.

En la vecina Venezuela, algunos dudan de que lleguen a celebrarse las elecciones convocadas para diciembre, especialmente después de la amenaza de Nicolás Maduro de prohibir a los principales partidos políticos de la oposición. Si logran tener elecciones libres y justas, probablemente los venezolanos elijan un cambio. Pero la dividida oposición no logra convencer a la suficiente cantidad de gente de ser una opción mejor frente a la hiperinflación, la escasez de productos básicos y el crimen desenfrenado.

Sin elecciones, pero con problemas

La democracia también estará en el punto de mira en otros sitios. Evo Morales, en Bolivia, seguramente llevará adelante sus planes de presentarse a un cuarto mandato en 2019, después de que jueces obedientes eliminaran la limitación de mandatos. Aquí también los votantes se están cansando del presidente, pero no encuentran aún una alternativa viable.

Daniel Ortega, presidente de Nicaragua desde 2017, seguramente tome medidas para extender su gobierno antiliberal, y quizá dar aún más poder a su esposa (y vicepresidenta) Rosario Murillo. Honduras podría verse aún más agitada después de las graves acusaciones de fraude en las elecciones presidenciales de diciembre contra el presidente de derechas Juan Orlando Hernández. El líder cubano, Raúl Castro, presentará la renuncia, pero no se espera que esto traiga cambios políticos o económicos a la isla.

Incluso la estable Chile se enfrenta a un panorama de incertidumbre. El empresario conservador y expresidente Sebastián Piñera ganó las elecciones presidenciales de diciembre tras sugerir que deportaría a todos los inmigrantes sin papeles y aprovecharse del temor a que el país caiga en un caos al estilo de Venezuela si ganaba su rival de centroizquierda.

Pero su segundo mandato será más difícil que el primero, ya que los partidos de la oposición tienen más escaños en el Congreso, incluida la coalición de izquierdas Frente Amplio, que en noviembre logró romper con 30 años de bipartidismo en Chile.

Sin embargo, para la mayoría de la población de América Latina, las contiendas electorales no son ni por asomo una de sus principales preocupaciones. Las economías de toda la región siguen aletargadas, el empleo escasea y los salarios son bajos.

A muchos votantes les preocupa más la corrupción, la seguridad y el crimen. A pesar de los esfuerzos por erradicarlo, el cultivo de coca –la materia prima de la cocaína– sigue en alza y los cárteles continúan operando con impunidad a través de las fronteras.

Más allá de algún experimento con la legalización de la marihuana, pocos políticos admiten que hace falta un cambio. Probablemente siga la guerra militarizada –con el respaldo de Estados Unidos– contra el narcotráfico en México, Colombia y América Central.

La violencia, la impunidad y la corrupción financiada por los cárteles seguirán obligando a la gente a huir de Honduras, El Salvador y Guatemala, y los esfuerzos de México por proteger sus fronteras, junto con los de Estados Unidos de reforzar la suya con México, llevarán a los migrantes a elegir caminos cada vez más peligrosos para llegar a un lugar a salvo.

La mayoría de los latinoamericanos no vivirán hundidos en la violencia y la pobreza. La clase media seguirá creciendo, aunque no al ritmo abrumador con que creció a principios de este siglo. Decenas de millones de personas se pegarán a los televisores a mirar a sus selecciones competir por el Mundial de fútbol de Rusia.

Cuando el árbitro pite para poner fin a la final, el 15 de julio, Colombia, México, Paraguay y Costa Rica ya tendrán presidentes nuevos, mientras que todo seguirá en juego en Brasil y Venezuela para mejor o para peor.

Traducido por Lucía Balducci

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