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The Guardian en español

Fui a un mitin de Donald Trump con mi hiyab

Trump permitió que echaran de uno de sus mítines a una mujer con hijab.

The Guardian

Kaddie Abdul —

Tras la horrible experiencia de Rose Hamid en el mitin de Donald Trump el viernes pasado en Carolina del Sur, muchos se preguntarán cómo sobreviví en un acto de este candidato con un pañuelo de color naranja chillón cubriéndome la cabeza y cargando un Corán gigante, o simplemente se preguntarán qué me empujó hasta allí.

El acto de la semana pasada en Reno no tenía mucha relevancia pero el candidato republicano se ha ganado un gran número de incondicionales con un discurso del miedo contra los musulmanes y los inmigrantes; una bomba de relojería que explota con frecuencia.

Fui porque estoy convencida de que Hamid hacía lo correcto, es importante que todos defendamos de forma pacífica la causa que consideramos justa, incluso si nos intimidan física y verbalmente. Y no tuve ninguna mala experiencia en el mitin; tal vez algunas miradas de desaprobación y malas caras, pero no un comportamiento manifiestamente grosero. Hablé con algunas personas encantadoras y el tipo de información y mensajes que escuché son los típicos de un acto político de estas características. Me reconfortó comprobar que los acosadores y matones que habían asistido a otros mítines de Trump se habían tomado el día libre o, simplemente, mi presencia los había dejado sin palabras.

Antes de este fin de semana, nunca había protagonizado ningún acto de desobediencia civil y no echaba de menos no haber asistido a ningún mitin de Trump. Sin embargo, lo que le pasó a Hamid me empujó a presentarme ante todos aquellos que según los medios de comunicación me odian y a brindarles mi apoyo.

Así que miré la agenda de Trump y supe que iba a hablar el domingo siguiente en Reno, Nevada; a cuatro horas de donde vivo en coche. Compré una entrada y subí a mi automóvil.

Conduje de noche desafiando la ventisca y la niebla pero llegué sana y salva, unos quince minutos después de la apertura de puertas. La cola ya daba la vuelta al edificio. Muchas de las personas en la cola me miraron pero nadie me pidió que me fuera y me quedé en la cola mientras un grupo de vendedores mostraban merchandising del candidato.

Tal vez el acto de provocación más grave con el que me enfrenté fue una situación que sucedió justo al inicio de las dos horas de cola. Un vendedor me vio e inmediatamente se acercó para anunciar a grito pelado que vendía camisetas “para mandar al infierno al Estado Islámico” (parece ser que el deseo de matar a otros está de moda en los mítines de Trump). Me miró fijamente para ver mi reacción, y yo le devolví la mirada, negué con la cabeza, le sonreí y seguí leyendo mi Corán con la esperanza de que en algún momento alguien quisiera mantener una conversación educada conmigo.

Rose Hamid, que lucía una camiseta con la afirmación “Salam, vengo en son de paz” fue expulsada con agresividad de un mitin que se celebró en Carolina del Sur.

Asistí al mitin del domingo con el objetivo de aprender y, con un poco de suerte, que otros también aprendieran algo. No fui con la intención de gritarles, independientemente de mis sentimientos hacia algunas de sus reivindicaciones.

Y fue interesante escuchar el discurso de Trump y las opiniones de sus seguidores ya que hasta la fecha solo había escuchado declaraciones de pocos segundos.

Aquellos que lo apoyan son personas, no caricaturas. Se sienten excluidos económica, política y socialmente. Viven en un mundo que es diferente al que les gustaría tener. Muchas personas que no apoyan a Trump también están preocupados por la situación geopolítica y económica mundial y las consecuencias que esta inestabilidad pueda tener para el futuro de sus hijos.

Lo que me diferencia de muchos de los seguidores de Trump que conocí este fin de semana es que tienen el absoluto convencimiento de que todos los problemas del futuro son culpa de otros.

Según Trump y sus seguidores, los países asiáticos han inundado Estados Unidos con sus productos, han provocado el déficit comercial y prácticamente han conducido el país a la bancarrota. México dejará que los “ilegales”(la fuente de las drogas que se consumen en Estados Unidos) crucen la frontera, y evidentemente los musulmanes “siempre” han luchado contra nosotros y proceden de países llenos de desagradecidos que se niegan a pagar por las guerras que nosotros empezamos “en su nombre”.

Sin embargo, solucionar el déficit comercial no se consigue impidiendo la entrada de productos asiáticos que los estadounidenses consumen alegremente. Ni México nos dará dinero para que construyamos un muro. El resto del mundo no permitirá que Estados Unidos se quede con el petróleo de Irak (y que controle una parte importante del petróleo mundial).

A los incondicionales de Trump les gusta que sea provocativo, les proporciona una sensación de poder y control. Y el hecho de que no sea muy concreto hace que todos puedan interpretar sus palabras como deseen.

La creciente popularidad de este tipo de mítines es una muestra de que los que apoyan a Trump –y que en su momento apoyaron al Tea Party, a Michele Bachmann, a Sarah Palin y a todos aquellos que han optado por un discurso similar– siempre estuvieron y estarán allí. Independientemente de la victoria o derrota de Trump, sus seguidores seguirán allí, esperando que otro candidato vuelva a hacer de Estados Unidos “un gran país”.

Los que piensan como yo desean que los seguidores de Trump desaparezcan. Sin embargo, no podemos seguir pensando que representan a un sector minoritario de la población y que los candidatos que apoyan nunca ocuparán cargos importantes en el gobierno. Tenemos que observarlos, escucharlos y mostrar nuestro desacuerdo de forma respetuosa. Como ciudadanos de este país, tenemos que hablar los unos con los otros; ahora mismo hablamos de los otros.

Era consciente de que mi papel en el mitin era de mera invitada y que tenía que comportarme con educación. Al mismo tiempo, ellos fueron buenos anfitriones. Y al margen de que me prestaran atención o no, la mayoría fue consciente de la presencia de alguien que no pensaban como ellos pero que no encajaba con el estereotipo, y no fue desagradable.

Sí, lo que hice pudo ser peligroso: la campaña de Trump, como muchos otros movimientos, ha contado con un buen número de agitadores. Los matones y los acosadores que han atacado a los que no piensan como ellos son minoría, pero existen, parte del ultranacionalismo que se siente atraído por la retórica algo difusa e inverosímil de Trump.

El riesgo valió la pena para mostrarles que sus temores en torno a los musulmanes son infundados. Conseguí poner un rostro humano a los musulmanes. Y valió la pena porque yo también les puse un rostro humano.

Traducción de: Emma Reverter

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