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Cinco años del tsunami en Japón: los niños huérfanos que dejó el agua

Imagen de la exposición "Dos años después" en el segundo aniversario del tsunami.

The Guardian

Justin McCurry - Rikuzentakata —

En unas semanas, Takashi Tsuchiya se pondrá su mejor traje, respirará hondo y empezará una nueva etapa en la universidad; todo apunta que con éxito. Sin embargo, sus padres no estarán allí para ver cómo empieza la carrera de ingeniería en una de las mejores universidades del noreste de Japón.

Hace cinco años, Takashi, que entonces tenía 13 años, y su hermana mayor Naho, de 15, salieron de casa para ir a la escuela, situada cerca del pinar que por aquel entonces bordeaba el litoral de su ciudad natal, Rikuzentakata. Fue la última vez que vieron a su padre, Yoshihiko, de 50 años, y a su madre, Miki, de 48.

Sus padres se encuentran entre las 19.000 víctimas mortales del tsunami que arrasó cientos de kilómetros del litoral en la tarde del 11 de marzo de 2011, destruyendo decenas de pueblos y aldeas y provocando unos daños materiales valorados en más de 105.000 millones de euros. Rikuzentakata, una ciudad de unos 24.000 habitantes, perdió a más de 1.750 personas y el centro urbano fue golpeado por una ola de más de 15 metros de altura.

Encontraron el cuerpo de Yoshihiko una semana más tarde, cerca de un pabellón de deportes que se consideraba un lugar seguro para los evacuados. Tres días más tarde, los equipos de rescate encontraron el cuerpo de Miki cerca de la casa, que quedó completamente aplastada.

Naho y Takashi tuvieron mucha suerte. Se refugiaron en la escuela, junto con cientos de supervivientes que estaban tan aterrados y helados como ellos. Allí los encontró Kiwako Shimizu, una amiga íntima de la familia que había enseñado a Naho y a su padre algunos bailes tradicionales japoneses. Los acogió en su casa de forma provisional.

Naho no pudo hablar de sus padres durante años, tampoco con su hermano. “Durante mucho tiempo ninguno de los dos quería hablar del tsunami”, reconoce Takashi, que intentó vivir con su tío y su tía. Más tarde, ya en el instituto, compartió piso con otros estudiantes en la ciudad de Ichinoseki, situada en el interior. “Mi hermana y yo no tenemos mucho contacto”, cuenta.

El salón de Shimizu, que no resultó dañado, está decorado con recuerdos de la familia anteriores a la tragedia. En una de las fotografías, Naho, que ahora tiene 20 años, celebra la tradicional fiesta de puesta de largo y luce un kimono brillante. La única fotografía que se conserva de Yoshihiko ocupa un lugar especial. Fue tomada hace 15 años. En ella posa con Shimizu y otros estudiantes de la clase de baile. “Tomó clases durante 20 años y llegó a ser muy bueno”, explica Shimizu, que tiene 78 años. “Fue lo suficientemente bueno como para participar en un concurso nacional que se celebra en Tokio”.

Para Takashi, que ahora tiene 18 años, sigue siendo difícil hablar del dolor que le causó la muerte de sus padres. Antes de hablar siempre busca la aprobación de Shimizu con la mirada. Tiene una certeza: “creo que mi madre y mi padre estarían muy orgullosos de mí por el hecho de haber conseguido entrar en esta universidad”.

Yoshihiko, un mecánico, le transmitió la pasión por la ingeniería. Takashi siempre sacó muy buenas notas en matemáticas y ciencia: “Mi padre se ganaba la vida arreglando motores, pero yo lo que quiero hacer es construirlos desde cero, con nuevas fuentes de energía. Mi padre siempre me decía que quería que yo fuera….”. El joven no puede terminar la frase.

La experiencia de vivir con unos familiares entristeció a Naho y decidió regresar al lado de Shimizu. Sin embargo, no soportaba la idea de volver a su antigua escuela. Pese a que perdió tres cursos, ahora estudia Bellas Artes en la ciudad de Sendai.

Las autoridades locales están preocupadas por el enorme gasto que conlleva garantizar el bienestar de estos chicos traumatizados, ya que Rikuzentakata y otros pueblos de la zona están reconstruyendo todas las infraestructuras. El presupuesto de reconstrucción para los próximos años es de más de 230.000 millones de euros.

Las grúas están levantando un malecón en el centro de la ciudad, cerca de la casa de Shimizu. Unos 400 kilómetros de litoral quedarán protegidos por malecones como este. El coste total de este proyecto es de más de 6 billones de euros. La nueva Rikuzentakata se construirá sobre una gigantesca explanada situada cerca de allí.

Un trauma difícil de superar

Si bien la transformación de la ciudad, que ha pasado de ser una zona siniestrada a un lugar en construcción, es esperanzadora, lo cierto es que más de 1.400 residentes todavía viven en alojamientos temporales. Los niños de la región necesitarán varias décadas para superar el trauma psicológico.

Más de 230 niños de las tres regiones que resultaron más afectadas, Iwate, Miyagi y Fukushima, se quedaron huérfanos y más de 1.580 perdieron a la madre o al padre. Tras el tsunami se crearon 42 orfanatos en Rikuzentakata y en Kesennuma. 

El responsable del departamento de Educación de la ciudad, Ichio Yamada, indica que la mitad de estos niños todavía viven allí. “Cuando se acerca el aniversario de la tragedia, los chicos se lo pasan fatal y muchos de ellos recuerdan escenas”, explica: “No estaban preparados para encajar la muerte de sus padres; es una situación muy distinta a la de tener un padre enfermo”.

“No volveremos a la normalidad hasta dentro de muchos años; de hecho para ellos nada volverá a ser igual. Lo que sí es cierto es que una buena educación les daría la fuerza necesaria para construir un futuro. Nuestra labor consiste en recordarles que no están solos”, subraya. 

Akemi Solloway, fundadora de la organización Aid for Japan (Ayuda para Japón), con sede en el Reino Unido, que brinda apoyo psicológico, educativo y económico a los huérfanos del tsunami, indica que Rikuzentakata es un “excelente ejemplo de una comunidad que hace todo lo que está en sus manos para reconstruirse de forma eficiente y rápida”. Añade: “Miles de personas todavía viven en alojamientos temporales y dependen de los donativos y cientos de niños se han quedado en el limbo”.

“Ser huérfano en Japón es complicado, ya que las adopciones de niños no son frecuentes, gran parte de la población ni siquiera lo considera una opción. Tampoco son muy comunes las familias de acogida. Esto significa que trabajamos con chicos que se han quedado completamente solos o que viven con sus abuelos, y difícilmente encontrarán un hogar o una familia que los cuide. Tienen un trauma psicológico muy profundo”, explica. 

Como muchas otras localidades que quedaron absolutamente devastadas por el tsunami, Rikuzentakata tiene el reto de intentar retener a los jóvenes, en una región que ya antes del desastre se enfrentaba a un problema de envejecimiento de la población más marcado que en el resto del país.

Su alcalde, el incansable Futoshi Toba, cree que la clave es construir una nueva ciudad para todos que sea capaz de atraer a familias con niños. En la actualidad, el 35% de la población tiene más de 65 años: “Tendremos que incentivar que nuestros habitantes se casen y tengan hijos, y convencer a todos aquellos que se fueron tras el desastre de que es una buena idea regresar”, dice Toba. Explica que el día del desastre vio como la ola gigante golpeaba la ciudad desde el tejado del ayuntamiento. 

Su esposa, con la que habló poco antes del tsunami, es una de las muchas víctimas del desastre y él ha educado a sus hijos adolescentes solo: “Nuestra prioridad es crear puestos de trabajo para que nuestros jóvenes vean que quedarse aquí tiene sentido”.

Este verano construirán un centro comercial y un restaurante, y después una biblioteca y un pabellón de deportes. “Dentro de dos o tres años la ciudad parecerá otra”, explica Takanori Obayashi, un funcionario del departamento de urbanismo de Rikuzentakata: “Tenemos que reconstruir y reconstruir mejor”. 

Si Toba quiere que su sueño se haga realidad necesitará a jóvenes como Takashi, que reconoce que para él será “bastante difícil” regresar a Rikuzentakata cuando termine sus estudios universitarios en Morioka, una ciudad del interior. Sin embargo, reconoce que le gustaría recuperar la cultura local: “Si puedo emplear los conocimientos adquiridos en la universidad para hacer que la vida de los residentes sea un poco más fácil estaré muy contento”. 

Tras jugar en el jardín con el perro de la familia, Chako, que sobrevivió porque Yoshihiko lo llevó a casa de Shimizu tras el terremoto, Takashi recuerda algunos de los consejos que le daba su padre. Ni él ni su hermana pensaron que algún día tendrían que seguirlos sin su compañía: “Recuerdo que mi padre era bastante estricto pero nunca se enfadaba. Era alguien tranquilo y muy determinado. Siempre que le decía que quería claudicar me animaba a seguir intentándolo”. 

Traducción de Emma Reverter

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