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The Guardian en español

El peligro de las “zonas de seguridad” no tan seguras para refugiados sirios

Un campamento de Azaz (Siria) inundado, en una imagen de 2013

The Guardian

Constanze Letsch (Gaziantep / Kilis) —

Crear “zonas seguras” de refugiados en el lado sirio de la frontera con Turquía y no permitir a quienes huyen del conflicto pedir protección internacional podría ser una violación del derecho internacional. Lo han advertido organizaciones de derechos humanos y trabajadores humanitarios, que también avisan de que se pone en riesgo a personas vulnerables.

Aunque Turquía mantuvo durante mucho tiempo una política de fronteras abiertas con Siria, últimamente ha adoptado una postura restrictiva. Ha militarizado la frontera y solo permite que crucen los comerciantes autorizados, las organizaciones humanitarias y quienes tengan heridas que amenacen su vida. Deja a los sirios abandonados en una zona de conflicto.

La ONU sitúa en torno a 250.000 la cifra actual de personas desplazadas atrapadas en la región alrededor de Azaz, una ciudad a seis kilómetros de la frontera turca. Más de la mitad de ellos viven en nueve campos de refugiados, que han sido saqueados por parte de grupos armados en busca de provisiones y en algunos momentos han estado a menos de tres kilómetros de las posiciones del ISIS.

Los colectivos de derechos humanos y trabajadores humanitarios han manifestado que los países miembros de la UE también podrían ser cómplices si aumenta el número de esos campamentos. Bajo el muy polémico acuerdo migratorio entre la UE y Turquía, los países europeos ofrecieron “trabajar con Turquía en cualquier esfuerzo conjunto para mejorar las condiciones humanitarias dentro de Siria, en especial en algunas zonas cercanas a la frontera que permitirían a la población local y a los refugiados vivir en áreas que sean más seguras”.

Se están construyendo dos campos más en Azaz y podrían llegar más, según los trabajadores humanitarios. El presidente turco, Recep Tayyip Erdoğan, propuso el mes pasado el levantamiento de una “ciudad de refugiados” masiva en el norte de Siria, con todas las infraestructuras necesarias y cooperación integrada con la comunidad internacional.

Seguridad prometida, ¿seguridad real?

Turquía lleva tiempo presionando por la creación de una zona segura en su frontera, pero en una región que ha sufrido violencia extrema, bombardeos indiscriminados y luchas entre un montón de actores locales e internacionales durante años, la promesa de “más seguridad” apenas implica seguridad real para las personas de a pie.

“Esas 'zonas de seguridad' a menudo se establecen con objetivos geopolíticos y no humanitarios”, afirma el director de derechos de los refugiados de Human Rights Watch, Bill Frelick. “Pero eso significa usar a civiles vulnerables como peones de un tablero de ajedrez”, añade. “Llamar 'segura' a una zona no hace que lo sea. Una zona segura solo de palabra pone en peligro a personas con necesidad de protección”.

Abdulsalam Al Shareef, asesor de administración de la organización turca Fundación de Asistencia Humanitaria, sostiene que los campos de refugiados alrededor de Azaz son seguros para los que viven en ellos. “Por su situación geográfica, es casi imposible atacar estos campos desde el aire sin entrar en el espacio aéreo turco. En cinco años, nunca hemos presenciado ningún incidente”, asegura.

Sin embargo, los aviones de combate están lejos de ser el único peligro. Los expertos advierten de que una zona segura impuesta sin el consentimiento de todas las facciones en conflicto se convertirá en un objetivo y de que se pueden lanzar bombas de barril desde helicópteros. La desmilitarización, que es una de las principales condiciones de una “zona de seguridad” según las convenciones de Ginebra, parece casi imposible mientras numerosos grupos armados luchan por la supremacía.

El desplazamiento constante de las líneas de frente hace difícil a todo el mundo, incluidos los que proporcionan ayuda humanitaria, recorrer la zona. El campamento más al Este, el de Ekdah, que tiene unos 500 hogares, ha estado en algunos momentos a menos de tres kilómetros del frente del ISIS, según un coordinador humanitario. Al Oeste, las Unidades de Protección Popular (YPG) sirio-kurdas han ganado terreno últimamente, y han acercado el conflicto a Azaz y los campos de refugiados.

Las milicias armadas, ellas mismas desplazadas, han tomado por la fuerza tiendas de campaña y provisiones de los demás para satisfacer sus propias necesidades y las de sus familias. “Todo el mundo tiene mucho miedo”, afirma Rama, de 19 años. Su familia huyó a Gaziantep, Turquía, hace cuatro años, pero siguen teniendo familia en Azaz. A través de un grupo de Whatsapp, vigila de cerca lo que ocurre en la ciudad. “La gente está bloqueada entre el ISIS y (las milicias kurdas). No pueden ir hacia el sur, porque Assad y Rusia han cortado la carretera a Alepo”, explica.

“Mucha gente duerme en ruinas y lugares en obras”

Ahmad, cooperante afiliado a una organización humanitaria activa en la región, destaca que la situación se ha deteriorado mucho desde finales de enero, cuando las fuerzas gubernamentales sirias, apoyadas por los ataques aéreos rusos, comenzaron una ofensiva militar en el norte del país. Unas 35.000 personas huyeron a la frontera turca, para acabar encontrando las puertas cerradas.

Durante tres días durmieron en el cruce de Öncüpinar, hasta que las organizaciones humanitarias las llevaron a campamentos montados dentro de Siria. Debido a los enfrentamientos en todos los bandos, llegan más casi todos los días. Las victorias recientes de la milicia suní unificada contra el ISIS alrededor de Al Rai desplazaron a otros miles.

“Los campamentos están por encima de su capacidad”, señala Ahmad. “Mucha gente duerme en escuelas, ruinas y lugares en obras, tiendas y almacenes, en culaquier lugar en el que puedan encontrar refugio”. En estos campamentos saturados y centros colectivos levantados de forma espontánea repartidos por la región fronteriza, a los colectivos humanitarios les cuesta mantener estándares básicos de higiene y seguridad.

“De media, 125 personas tienen que compartir un baño”, expica Ahmad. “Y las mujeres a menudo no se atreven a usarlos para nada, por miedo a la violencia sexual”. Añade que el suministro de cuidados médicos “no es aún catastrófico” pero está al límite.

Debido a la política de Ankara de admitir solo a quienes tienen traumatismos mortales, algunos sirios en situaciones de salud críticas se autolesionan para poder recibir tratamiento en Turquía. “Un hombre que sufría de hepatitis se disparó a sí mismo para conseguir ayuda”, relata Ahmad.

Andrew Gardner, investigador sobre Turquía para Amnistía Internacional, considera que el país, que acoge a 2,7 millones de refugiados sirios, no debería asumir solo la carga. Afirma que las políticas de refugiados de la UE provocaron unos daños colaterales desastrosos: “Si Europa abriese sus fronteras y garantizase el reasentamiento seguro de refugiados, la presión sobre Turquía también se reduciría, y sería más fácil para el país abrir sus fronteras a las personas que ahora están bloqueadas en Siria con necesidades urgentes de protección”.

Traducción de Jaime Sevilla Lorenzo

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