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The Guardian en español

La manifestación ultra de Polonia demuestra que la extrema derecha luchará hasta el final

Miles de personas tomaron Varsovia para conmemorar la Independencia polaca

Paul Mason

El amigo con el que había quedado el domingo en Berlín para tomar el brunch llegaba tarde, así que decidí pasear por las calles de Neukölln, y buscar en Google sitios de interés histórico. Unos minutos más tarde, me arrepentí. Si bien el 40% de los habitantes del barrio son inmigrantes, mayoritariamente de Turquía, Neukölln es un barrio que se está aburguesando a pasos agigantados. Las calles empedradas que bordean el antiguo aeródromo de Tempelhof están repletas de elegantes cafeterías, tiendas de decoración y las típicas bicicletas retro de clase media.

Sin embargo, fue aquí donde el 11 de noviembre de 1926 Josef Goebbels inició la toma nazi de Berlín. Para mostrar sus intenciones, mandó a 300 hombres de las SA a lo que hasta ese momento era un bastión de la izquierda: “Cuatro heridos de gravedad, cuatro con heridas leves, pero ya estamos en marcha”, apuntó el futuro criminal de guerra en su diario.

En la actualidad, Neukölln es el principal escenario de los ataques nazis en Berlín, esta vez anónimos. De los 45 casos de violencia racista registrados en Berlín este año, 35 han tenido lugar en Neukölln. Se trata de incendios provocados, pintadas con esvásticas, ataques con ladrillos contra los escaparates de las tiendas y notas amenazantes enviadas a los comerciantes inmigrantes.

Hace años que en este distrito hay neonazis pero, según el Consejo Móvil contra el Extremismo de Derechas, un grupo de vigilancia antifascista, ha cambiado la naturaleza de los ataques. Si en un inicio quemaban los coches de los políticos de izquierdas, ahora atacan a los inmigrantes y a las ONG que les ayudan. En un inicio los atacantes tenían un grupo de Facebook, pero fue eliminado después de que publicaran un mapa de Berlín con todas las organizaciones judías.

Mientras me paseo por las tiendas de comida halal y los restaurantes vegetarianos, no percibo ninguna tensión. La comunidad está muy organizada y cuenta con el apoyo del Ayuntamiento de la ciudad, liderado por un alcalde de izquierdas. Prácticamente todas las farolas tienen una pegatina antifascista y el ambiente es liberal y multicultural. Sin embargo, lo que ocurre en este barrio es una constatación de los peligros a los que se enfrenta Europa.

“¡Fuera inmigrantes!”

El pasado fin de semana, 60.000 neonazis organizaron una marcha en Polonia para celebrar el día de la independencia del país. Gritaban: “¡Fuera inmigrantes! Y llevaban pancartas en las que se pedía un ”holocausto islámico“. El ministro del Interior, Mariusz Błaszczak, calificó la marcha de ”bella imagen“ y los informativos de televisión progubernamentales la calificaron de ”gran marcha de patriotas“. Tommy Robinson, el activista de extrema derecha británico, escribió en Twitter que hizo un ”viaje increíble a Polonia y lo recibieron con los brazos abiertos“. También afirmó que ”Polonia es la fortaleza de Europa“.

El grupo de extrema derecha italiano Forza Nuova, cuyo líder también estuvo presente en la marcha polaca, organizó una manifestación de menores dimensiones en Roma la semana pasada, y en las manifestaciones a favor de la unidad de España y en contra de la independencia de Cataluña también se han visto banderas y saludos franquistas.

Tras la victoria de Emmanuel Macron y el fracaso de la extrema derecha del PVV en Holanda, el centrismo europeo ha presumido de haber conseguido frenar la marea de extrema derecha. El voto masivo a favor del Partido de la Libertad de Austria, de extrema derecha, y su posible entrada en un Gobierno de coalición, ha arrojado una sombra oscura sobre la corriente política dominante. La marcha del sábado en Varsovia tendrá el mismo efecto.

Todo esto pasa en un contexto en el que la economía europea crece al ritmo más rápido desde la crisis de 2008. La tasa de desempleo en Polonia está bajo mínimos históricos (5,3%). A finales de los años veinte del siglo pasado, el fascismo fue una de las consecuencias de la desesperación. Ahora en Polonia el fascismo es alimentado por una ideología supremacista cristiana y blanca que las élites políticas y sociales no parecen dispuestas a frenar.

Los principales partidos políticos parten de la base de que si demuestran que tienen las fronteras bajo control, son sensibles a los temores de los ciudadanos en torno a la integración, consiguen que el crecimiento económico se mantenga e impulsan medidas de ayuda al desarrollo en el norte de África, las tensiones que alimentan el neofascismo se irán reduciendo.

Sin embargo, el fascismo moderno no es una respuesta a acontecimientos aislados sino que gira en torno al islam y a la identidad blanca, como nos recuerda continuamente Tommy Robinson (fundador del grupo ultra Liga de Defensa Inglesa). A los fascistas que se manifiestan en Varsovia les preocupa el velo, las mezquitas y el Corán, no la presión económica que comporta la llegada de refugiados. Polonia ha tramitado este año un total de 1.474 solicitudes de asilo, de las que sólo 18 proceden de Siria; el resto son en su mayoría los cristianos de raza blanca de Rusia y Ucrania.

¿Cómo frenarlos?

No criticaré a los que intentan detener la marcha de los fascistas: es una táctica legítima, dado el peligro. Pero la fuerte movilización antifascista de 2.000 personas en Varsovia, comparada con la marcha de 60.000 personas que cuentan con el apoyo moral del Gobierno y de los medios de comunicación, deja entrever que en esta ocasión no vamos a frenarlos de esta manera.

En aquellos sitios que consiguieron frenar el fascismo, como la Francia de 1934, la izquierda y el centro progresista lograron la unidad táctica y construyeron un discurso de esperanza. Los gobiernos de centroizquierda y de izquierda en el poder propiciaron un cambio radical. Los medios de comunicación fascistas fueron contrarrestados por unos medios de comunicación progresistas y dinámicos. El poder social de los movimientos obreros, de las iglesias y de las sinagogas se movilizó.

Ahora, el equilibrio de poderes es distinto: los movimientos obreros son más débiles y las constituciones democráticas más fuertes; los medios de comunicación suelen estar en manos de multimillonarios xenófobos, mientras que muchas televisiones estatales están paralizadas o incluso son cómplices de esta narrativa racista. Probablemente la mayor diferencia es el alto nivel de teoría y de concienciación de los grupos que apoyan la nueva extrema derecha. Es un movimiento internacional, alimentado por los dólares y la extensa cobertura mediática, tanto de la derecha proTrump como, en algunos casos, de los servicios de inteligencia rusos.

En realidad, no conseguirán su victoria a través de luchas callejeras, como en los años treinta, sino a través de alianzas con la derecha conservadora y nacionalista más moderada. Y esto ya está pasando: en las negociaciones para formar un Gobierno de coalición en Austria, en Polonia, en Hungría y, evidentemente, en Estados Unidos, donde el discurso de los medios de comunicación que apoyan a Trump alimenta las paranoias de la extrema derecha.

A lo largo y ancho de Europa, la extrema derecha está retando a la política progresista a un duelo a muerte. Todo aquel que piense que el fascismo desaparecerá sin luchar está mostrando una tendencia irracional a asumir riesgos políticos.

Traducido por Emma Reverter

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