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Tras el rastro de Baghdadi en su escondite plagado de bombas

"Los chiíes nos han dicho que es peligroso quedarnos. Nos dijeron que hay bombas por todos lados y que nos debemos ir todos", cuenta uno de los refugiados que huye de Baaj.

Martin Chulov

En el corazón del pueblo donde se refugió Abu Bakr al-Baghdadi, su presencia todavía acecha en los papeles por el suelo y los edificios en ruinas. Ha pasado menos de una semana desde que los combatientes de ISIS huyeron de Baaj, llevándose consigo todo lo que pudieron de camino a los desiertos de Siria. Pero a pesar de su esfuerzo, los extremistas dejaron rastros que demuestran lo importante que fue este pequeño rincón olvidado del noroeste de Irak para el grupo terrorista más peligroso del mundo, y para su líder fugitivo.

Detrás de una puerta amarilla de hierro forjado han dejado un cinturón suicida. En la habitación de la derecha han quedado rifles de asalto, bombas improvisadas, gasolina y cinta de embalar, todo tirado en el suelo aceitoso por la gasolina derramada. Del otro lado de la pared hay una pequeña oficina con un sofá forrado con un estampado de piel de tigre donde quedaron dos chalecos suicidas cubiertos por una bandera doblada de ISIS. Encima del escritorio, papeles con instrucciones sobre cómo tratar a las esclavas sexuales, cómo vestirse y cómo comportarse. Algunos documentos mencionan el nombre de Baghdadi.

La mitad de la casa funcionaba como una fábrica de bombas y la otra mitad como el centro administrativo de la organización, donde se emitían multas, se pagaban facturas y se confiscaban carnets de identificación. Es imposible que quienquiera que haya pasado por este anodino edificio —ya sea por voluntad propia o no— haya podido escapar el adoctrinamiento que controlaba prácticamente todos los aspectos de la vida de la gente. Entre los residuos se encuentran libros que ensalzan la inmolación, archivos personales y fotos de nuevos reclutas y de hombres y niños que ya han muerto en la yihad.

Baaj, que durante mucho tiempo fue un ícono de la resistencia de ISIS, ahora simboliza la abrupta decadencia del grupo. Cada pueblo entre Baaj y la frontera con Siria ha sido registrado por las fuerzas militares sirias aliadas al gobierno iraquí, que se están dando prisa por establecer bases en el pueblo.

Hacia el Este, las comunidades que se consideraba que estaban en el extremo más septentrional del derruido califato de Baghdadi también han sido saqueadas y vaciadas. No se le ha permitido a nadie quedarse en los poblados conquistados entre Mosul y la frontera. Durante la semana pasada, los nuevos refugiados iraquíes se han marchado a través del desierto, algunos en coches destartalados, otros andando y otros en cosechadoras gigantes que iban al borde de las carreteras destruidas.

Grandes nubes de polvo cubrían los rostros de los exiliados. Cerca de Qayyarah, al sur de Mosul, mujeres y niñas que casi no han visto la luz del sol en tres años, viajaban en la parte trasera de los camiones, agotadas tras un viaje de siete horas por carreteras llenas de baches. Las abayas negras, las túnicas que el ISIS las obligaba a llevar, habían sido reemplazadas por vestidos color rosado, azul y amarillo, provocando un contraste entre estos colores vívidos y el cielo oscuro. Detrás iban decenas de miles de ovejas y vacas, caminando de prisa de una punta del horizonte a la otra.

“Los chiíes nos han dicho que es peligroso quedarnos”, asegura un hombre que se ha detenido para beber agua, ya que ha terminado el Ramadán. “Nos dijeron que hay bombas por todos lados y que nos debemos ir todos”.

Los exiliados de Baaj afirman que aprendieron a no hacer preguntas sobre el líder terrorista que supuestamente vivió entre ellos. “Era muy peligroso andar mirando o siquiera preguntar”, cuenta un comerciante, Sobhe Mohammed. “Él tenía unas 10 casas refugio”, indica otro hombre que pide permanecer anónimo. “Eso sí lo sabíamos, pero nadie tenía el coraje de preguntar cuáles eran esas casas”.

Las agencias de inteligencia que buscan a Baghdadi están seguras de que pasó la mayor parte de los últimos dos años en Baaj, y que estuvo allí hasta marzo. Treinta y dos kilómetros más al norte, las fuerzas kurdas iraquíes al frente de la búsqueda suponen que su presa huyó del pueblo mucho antes de que fuera tomado por el Frente de Movilización Popular (PMF, por sus siglas en inglés), cuyo rápido avance en el noroeste de Irak le ha cambiado la cara a la guerra contra ISIS. Las agencias también están seguras de que fue en Baaj donde se recuperó de las heridas casi mortales que le causó un ataque aéreo en febrero de 2015.

Abu Mahdi al-Muhandis, uno de los líderes de las fuerzas del PMF, dice que está seguro de que los líderes de ISIS huyeron a Siria la semana anterior. “Los estábamos persiguiendo al oeste de Shawqat”, afirma a the Guardian. “Nos enviaron cinco o seis terroristas suicidas y tenemos información de que estaban intentando que los líderes y sus familias cruzaran la frontera. Fue una batalla ardua y parece que lo que querían era que liberáramos la carretera”.

Cinco días antes de que ISIS finalmente huyera de Baaj, los comandantes dieron la orden a los combatientes de que se retiraran con sus armas a los pueblos sirios de Mayedin y Dishasha. Después de esta rendición, sólo quedan dos áreas del norte de Irak —Hawija y Tal Afar— bajo el control de la organización terrorista.

“Mira lo rápido que han huido de aquí”, dice el Dr. al-Khafaf, un médico de emergencias que comenzó a trabajar en el hospital de Baaj en cuanto se fue ISIS. “No esperábamos que sucediera tan rápido”, añade. Desde que ISIS huyó, él y otros médicos han limpiado el hospital de los restos de explosivos improvisados. Sobre su cabeza, todavía hay un cartel de ISIS con una advertencia para las mujeres: “Atención, por favor. Cumplid con las normas de vestimenta de la sharía o sufriréis las consecuencias”.

“Ya hemos desactivado ocho bombas”, asegura otro médico, señalando un aparato en una silla de la recepción. Luego nos lleva a otra habitación destruida por una explosión. “Aquí entró un perro y activó una bomba. Tápate la nariz”.

Las bombas trampa y las minas son un peligro persistente en todos los lugares por donde pasa ISIS, pero especialmente en Baaj. “Sólo en los últimos días, hemos desactivado más de 900 bombas”, afirma el líder del equipo anti-bomba del PMF, Abu Shams. “Hay más en la carretera y en las calles”.

Desde una calle lateral en medio del pueblo, aparecen tres hombres en medio de la neblina. Uno lleva el gorro musulmán para rezar, mientras los otros llevan cinturones suicidas en las manos. Los tres llevan uniforme militar. “¿Vosotros quiénes sois?”, les pregunta nerviosamente un soldado del PMF que está de guardia. “Somos del Asa’ib [Ahl al-Haq, un grupo del PMF]. Acabamos de encontrar estos cinturones suicidas”, contestan.

Uno de los hombres enciende un cigarro mientras revisa la pasta explosiva en el cinturón. Con la otra mano sostiene un detonador conectado al cinturón. “Está desactivado”, nos asegura. “No vayáis por esa calle. Han conectado las casas con túneles”.

Las únicas herramientas que parece que tienen estos hombres son un par de cortaalambres rojos. Se encogen de hombros con la resignación del sentido del deber y cogen otra calle llena de escombros y de bombas escondidas por los derrotados. “No digáis que somos de ISIS. Somos del Asa’ib”, dice uno de los tres antes de perderse entre las ruinas.

Entre Baaj y la frontera, lo único que queda de ISIS son las trampas que dejaron tras ellos para ralentizar a los vencedores que los persiguen. Este pueblo es uno de los sitios de Irak con más bombas trampa y llevará semanas descubrir todos sus secretos. Las fuerzas militares creen que no habrá que buscar mucho una vez que hayan desactivado las bombas. “Él estuvo aquí”, dice Abu Shams respecto a Baghdadi. “Puedo sentirlo”.

Información adicional: Salem Rizk, Mohammed Rasool

Traducido por Lucía Balducci

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