Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

The Guardian en español

La vida de un trabajador social en un centro de refugiados: “No hay nadie a su lado excepto nosotros”

Imagen de archivo de un grupo de refugiados

Anónimo

Cuelgo el teléfono, me escuecen las lágrimas en los ojos, y me apresuro a secarlas antes de entrar en la sala de reuniones.

Un chico mira hacia arriba nervioso. Ojalá tuviera mejores noticias para él, pero tengo que contarle que los servicios sociales no responderán a nuestra solicitud de ayuda porque valoraron que tenía 20 años –él dice que tiene 17– cuando llegó a Reino Unido, y por eso no puede acceder a cuidados y protección. Esto significa otra noche en el banco de un parque, y ya está delgado, sucio y enfermará de agotamiento. Su amigo, otro solicitante de asilo, se suicidó hace una semana, y lo que tememos en la organización para la que trabajo es que él haga lo mismo.

La gente joven parece mayor y fatigada cuando llega como solicitante de asilo en Reino Unido, por las cosas que han hecho y visto. El riesgo de ahogamiento cruzando el mar inestable por la noche; escurrirse en el fondo de las camionetas en carreteras duras de países extranjeros, quizá para morir congelado en esos mismos camiones. Es por eso que en algunas ocasiones se determina que tienen 20 años cuando realmente son mucho más jóvenes. Les dicen que como tienen nuez o rastros de vello facial son mayores. Ellos ponen cara de incredulidad, como si se les quitase su identidad y son empujados a las calles de Reino Unido.

“Manipulador” es una palabra que se utiliza con frecuencia para referirse a los solicitantes de asilo. Nos la sueltan normalmente cuando tratamos de conseguir más ayuda. “Todos dicen eso”, nos responden. “Todos dicen que sus padres están muertos”. “Todos dicen que la gente murió en los barcos y en los camiones durante el viaje hacia aquí”. Me avergüenzo de Reino Unido, país que hace no tanto era mejor a la hora de acoger a las personas. La actitud de Reino Unido hacia los refugiados, en realidad hacia la mayoría de la gente que nació en otros países, se ha convertido en general en algo amargamente e inexplicablemente asqueroso.

Lo más duro de trabajar en una organización para el asilo de los refugiados es ver cómo aumenta el número de personas vulnerables. Personas necesitadas que tienen hambre, que no tienen derecho a trabajar o a pedir prestaciones y sin sitio para dormir. Gente a la que se le deja depender de organizaciones como la nuestra o quedan a merced de ser explotados por extraños.

He trabajado con una madre que estuvo retenida como esclava doméstica a cambio de una simple cama en una esquina para ella y su bebé. Un hombre que estaba estudiando para ser cirujano en su tierra que tenía las manos con gangrena por congelación (perdió sus dedos) después de su tercer invierno durmiendo a la intemperie. También he trabajado con un hombre mayor con problemas de corazón durmiendo en un portal con cajas de cartón noche tras noche. Nuestro trabajo consiste en ayudarles a enfrentarse mentalmente a todo esto de una manera mejor; pero lo que ellos necesitan son unas condiciones de vida básicas y aceptables.

Han sobrevivido a la tortura y a la guerra

Nuestros usuarios han sobrevivido a la tortura, a la guerra, y han visto cómo bombardean a sus seres queridos. Se han escondido debajo de montones de cuerpos fingiendo estar muertos mientras su mundo se destruía a su alrededor. Sus peticiones de asilo muchas veces fracasan porque están abrumados por el interrogatorio que les hacen en los juzgados. No son capaces de dar las respuestas correctas a incrédulas personas que les preguntan si fue el martes o el miércoles cuando huyeron a la jungla después de haber visto a su madre ser violada y asesinada. O bien porque, como insinuaron en un caso, sus cicatrices de tortura podrían haber sido causadas por lesiones deportivas.

Mis colegas y yo trabajamos en este campo porque nos apasiona la justicia y queremos que los seres humanos se sientan iguales. A veces esto es todo lo que podemos darle a esta gente: un cálido recibimiento cuando todas las otras puertas están cerradas, un oído que les escucha y bebida caliente. La diferencia es que nosotros les escuchamos y creemos lo que nos están contando.

Estresados y no particularmente bien pagados, somos un equipo estrechamente unido que ha trabajado así durante una década, en un entorno cada vez más hostil. Encontramos amigos y apoyo en algunos lugares, como Red Cross, en abogados que trabajan por el bien público, en médicos que solo pueden ofrecer medicamentos para ayudar a la gente a dormir porque no tienen derecho a los fondos públicos y no pueden acceder a la ayuda que necesitan. Somos amigos de nuestros compañeros de trabajo porque compartimos creencias. Llegamos a sentir cariño por nuestros usuarios a medida que los conocemos y descubrimos su lucha por la dignidad.

Tratamos de conseguir ayuda para las personas con las que trabajamos, pero muchas veces nos topamos con normas diseñadas no para ayudarles sino para quitarles la esperanza de que irán a otro lugar. Se nos dice que no debemos permitir que “esas personas” se agarren a nosotros y a nuestra caridad, que deben solicitar el derecho a estar dispersos en habitaciones de hostales sin apoyo, a vivir con una ayuda nacional para el solicitante de asilo de 34 libras (unos 30 euros) a la semana y volverse locos por la soledad, el aburrimiento y el miedo.

Hay muchos obstáculos para que te sea otorgado el asilo. Tienen que ir a las citas en el Ministerio de Interior en Londres y si no tienen dinero para llegar allí corren el riesgo de ser retenidos en una prisión sin una sentencia y sin límite de tiempo. Si quieren evitarlo y se esconden en los baños de un tren pero son descubiertos, son multados con cantidades imposibles y después deportados porque han cometido un crimen. Tengo un largo bagaje de trabajo con gente sin hogar, pero los indigentes británicos tienen derechos –a la educación, a casas de acogida y a la asistencia– que los solicitantes de asilo no tienen.

Mi trabajo me atormenta por las noches y a veces arruina mis fines de semana. Vemos lo que pasa cuando no creen a la gente que está desesperada y afligida por terribles recuerdos. Pero también vemos supervivencia y resistencia. Conocemos personas que, por lo general, quieren contribuir a nuestro país y tener una vida productiva. Cuando trabajan, nuestros usuarios siguen sin tener nada porque envían el dinero a las madres y a los hijos que tuvieron que dejar atrás, a los que no pueden proteger. Para muchos, el viaje nunca termina.

Traducido por Cristina Armunia Berges

Etiquetas
stats