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The Guardian en español

El verdadero dolor de cabeza de Trump: sus trabajadores en Las Vegas piden un trato digno

Losempleados de Trump cobran menos que el resto de trabajadores de Las Vegas que sí están sindicados.

Oliver Laughland / Mae Ryan

Las Vegas —

De vez en cuando, Maricella Olvera se cruza con Donald Trump, pero es cautelosa y nunca le dirige la palabra. Esta mujer de 47 años limpia el lujoso ático del Trump International Hotel Las Vegas donde Trump, su familia y sus invitados famosos se hospedan cuando visitan la ciudad. Cuando están, la mujer limpia en silencio. Trump siempre la ignora. “La norma es: no hables con el jefe”, explica a The Guardian. Nos recibe en su pequeño apartamento de una habitación, situado en las afueras de la ciudad, en un camino que tiene el alegre nombre de “Canta una canción” (Sing song way).

Aunque Olvera guarde silencio en el trabajo, ella y un grupo de trabajadores de la limpieza y de miembros del equipo de cocina del hotel de Trump se han convertido desde el año pasado en un quebradero de cabeza para el multimillonario y han alzado su voz para denunciar toda la hipocresía que rodea el discurso del candidato presidencial cuando habla de su papel como empresario y patrón.

Aunque Trump no ha dudado en autodescribirse como “el mejor presidente empleador que Dios ha creado”, estos trabajadores subrayan el hecho de que les paga 3 dólares menos la hora que a los miles de trabajadores de otros hoteles de Las Vegas que están sindicados y que hacen el mismo trabajo. A diferencia de estos trabajadores, ellos tampoco tienen derecho a otras compensaciones como un plan de pensiones o un seguro médico.

A principios de mes, tras un largo contencioso con Trump y su socio, el multimillonario propietario de casinos Phil Ruffin, el Consejo Nacional de Relaciones Laborales reconoció oficialmente un sindicato para los 500 trabajadores del hotel. Los trabajadores aseguran que durante el proceso de constitución del sindicato se han sentido vigilados e intimidados, y algunos han sido despedidos de forma improcedente.

Hasta ahora los responsables del hotel se han negado sistemáticamente a sentarse y negociar un nuevo contrato para los trabajadores y muy probablemente recurran la decisión del Consejo Nacional. Según los cálculos del Sindicato de personal de cocina, el 98% de los trabajadores de los casinos y los hoteles de Las Vegas, tanto en el centro como en las afueras, pertenecen a un sindicato y la política del hotel de Trump es bastante inaudita.

Por otra parte, como candidato presidencial Trump se ha visto obligado a presentar una declaración de bienes. Ha valorado su participación en el hotel en 50 millones de dólares y ha indicado que este negocio le ha aportado unos ingresos de 27 millones de dólares.

Tres días a pie

Olvera abandonó su hogar, situado en un pueblo empobrecido en el centro de México, en 1987. Caminó durante tres días y cruzó la frontera a pie y finalmente llegó a la ciudad de Salinas, en el Estado de California, e inmediatamente empezó a trabajar en el campo. Hacía jornadas de 14 horas, los siete días de la semana, y recogía brócolis, lechugas y bayas. Solo tenía 14 años pero desde que llegó a Estados Unidos empezó a mandar remesas a sus familiares.

Ahora tiene 29, la residencia permanente y dos hijos que pronto se licenciarán en medicina. Como prácticamente el 70% de los trabajadores del hotel de Trump que no están sindicados y que son inmigrantes, está preocupada por su situación de precariedad laboral e indignada por los discursos en contra de los inmigrantes que ha pronunciado su jefe durante la campaña. Como otros trabajadores del hotel en la misma situación, se siente aludida.

“Ha hecho unas declaraciones horribles”, exclama: “Conozco a mi gente. Mi gente trabaja en el campo, en las cocinas, en los jardines. Son personas honestas y que trabajan duro para ganar dinero. Nadie les regala nada”. 

El desprecio de Trump ha unido a los votantes latinos: si en julio se convierte en el candidato presidencial del Partido Republicano, el empresario será probablemente el candidato menos votado por esta minoría en toda la historia de Estados Unidos (se cree que el 90% le dará la espalda).

“Muchos huéspedes me dicen que lamentan lo que Donald Trump ha dicho sobre los hispanos”, afirma Olvera con una sonrisa: “Siempre les digo que no pasa nada, que respeto todas las opiniones”.

Olvera no estaba en el hotel el día que el Consejo Nacional de Relaciones Laborales se pronunció en contra de Trump. En enero resbaló mientras limpiaba un gran espejo en uno de los apartamentos de lujo del hotel, se cayó y se lesionó la rodilla. Ahora tiene que andar con muletas y sobrevive con los 49 dólares de su prestación por incapacidad. Es la mitad de lo que debería recibir, 14,28 dólares la hora. El Sindicato de personal de cocina indica que si fuera miembro de un sindicato recibiría esta cantidad íntegramente.

“Mis dos hijos me pagan el coche, el seguro, las facturas, la electricidad; todo”, explica. Por primera vez desde hace años, ha dejado de mandar remesas a México. Le preocupa no poder hacer frente a la hipoteca, pero su inquietud más inmediata es que la operación en la rodilla será la que determine si puede volver a trabajar y también el monto de los gastos médicos.

Ventanas recubiertas de oro

El hotel resplandece a plena luz del día, las ventanas están recubiertas de oro de 24 quilates, que añade una sombra sedosa de color verde a la luz natural de las habitaciones. Con 64 plantas, es uno de los edificios más altos de Las Vegas y se esfuerza por distanciarse de la vulgaridad que caracteriza a esta ciudad. 

En la entrada se percibe un olor apabullante y artificial a coco. La tienda del hotel vende una gran variedad de productos de la marca Trump, desde cerditos hucha y animales de peluche hasta copas de champán y vasos de vino. En H2(Eau), el bar del hotel situado al lado de la piscina, resuenan las melodías de Frank Sinatra. Las gorras con el lema “Recuperemos la grandeza de Estados Unidos” se sitúan al lado de las botellas de bourbon añejo y han escrito una cita de Trump en un espejo gigante: “puestos a pensar, piensa en grande”.

David, un vendedor de Brooklyn, está sentado en un taburete, bebe un gin-tonic y fuma un cigarro. Es un fiel defensor de Trump y un cliente habitual del hotel; según él, el mejor de Las Vegas. “Aquí no tienes el ruido de las tragaperras de los casinos”, explica: “este es un sitio con clase porque Trump es un tipo con clase”.

El personal de la limpieza es prácticamente invisible, utiliza ascensores y entradas distintas para acceder a las habitaciones que mantiene en un estado impecable.

Celia Vargas es una mujer de la limpieza de 57 años y en los últimos tres años ha trabajado en el hotel a tiempo completo. Gana 14 dólares la hora. Tras un largo periplo, ahora ya tiene la ciudadanía estadounidense. Huyó de la guerra civil de El Salvador a los 23 años y entró en Estados Unidos escondida dentro del contenedor de un camión. 

“Siempre me he sentido muy orgullosa de mi trabajo”, nos explica en la casa que comparte con su hija y siete nietos. “Sin embargo, tengo la sensación de que a Donald Trump no le importamos, ni como trabajadores ni como seres humanos; para Trump solo somos un número”, lamenta. 

Nos cuenta que nunca sabe la cifra exacta de horas que va a trabajar, algunas semanas solo gana 350 dólares: “En muchas ocasiones no puedo cubrir los gastos y termino en números rojos o pidiendo créditos, o me veo obligada a empeñar o vender mis pertenencias”.

En junio le diagnosticaron cáncer de mama. Su seguro no le cubrió todo el coste del tratamiento y ahora debe miles de dólares. El seguro tampoco le cubrió una noche en el hospital tras la operación y su hija la tuvo que ir a buscar dos horas después de que saliera del quirófano y se la llevó a casa antes de que se hubiera despertado de la anestesia.

El Sindicato del personal de cocina señala que a los trabajadores del hotel se les descuentan 132 dólares de la paga quincenal en concepto de seguro médico. Si estuvieran sindicados, tendrían una cobertura mucho más completa. 

Dos años atrás, Vargas tuvo que vender su apartamento cuando su marido, que también emigró de El Salvador y que trabajaba como cocinero en Las Vegas, fue detenido por conducir bajo los efectos de alcohol y fue transferido a un centro de detención de inmigrantes. Desde hace dos años y medio ha ido pasando de un centro de detención a otro, a lo largo y ancho de todo el país.

Vargas no lo ha visto desde diciembre del año pasado. En esa ocasión tuvo que conducir durante cinco horas para visitarlo en un centro del Condado de Orange, en California. Si Trump llega a la Casa Blanca y cumple sus promesas relativas a inmigración, el hombre será deportado.

Vargas fue una de las primeras trabajadoras del hotel de Trump que se percató de que todos tenían que hablar con una sola voz y explica que cuando empezaron a llevar insignias sindicales fue despedida junto con otros seis trabajadores, pero el sindicato de personal de cocina intervino y la empresa se vio obligada a recontratarla.

Rosebert Donato es un ex trabajador del hotel y tiene 47 años. Durante tres años trabajó en el establecimiento y ganó 11,20 dólares la hora como encargado de la ropa blanca en el turno de noche. Lo despidieron poco después de que votaran a favor de sindicarse y cree que lo castigaron por su activismo. “Nos despidieron como si fuéramos delincuentes”, dice Vargas.

Silencio de Trump

La Trump Organization, la compañía matriz, se ha negado a responder la lista de preguntas que The Guardian le ha mandado en repetidas ocasiones. Lo cierto es que si miramos atrás, acosar a los trabajadores sindicales no ha sido el estilo de Trump. Siempre ha confiado en trabajadores sindicados para levantar sus negocios en Nueva York y Nueva Jersey. 

En el libro que publicó en el año 2000, “Los Estados Unidos que nos merecemos”, escribió una apasionada defensa de Jim Hoffa, el presidente de uno de los principales sindicatos del país, la Hermandad Internacional de Camioneros: “Permítanme que diga lo siguiente: los sindicatos todavía desempeñan un papel en nuestra sociedad. De hecho, con el auge de la globalización los sindicatos son la única fuerza política que nos recuerda que debemos tener presente a la familia estadounidense”.

Durante la campaña, Trump también ha celebrado la larga lista de sindicatos que lo apoyan. “Tengo un apoyo enorme por parte de los sindicatos”, dijo en febrero: “Apoyo a esos trabajadores, a los policías, los bomberos, los trabajadores de la construcción, los electricistas, los fontaneros...”. 

Entonces, ¿Qué sentido tiene que en una ciudad que tiene una gran tradición sindical, ubicada en un Estado donde no es posible predecir el resultado y que él espera ganar si se convierte en el candidato presidencial republicano, libre una pelea que tiene muchas posibilidades de perder?

Algunas personas que conocen el contencioso indican que detrás de la negativa a negociar se esconde el hijo de Trump, Eric. Otros creen que Trump quiere salvaguardar su imagen de hombre duro y que difícilmente dará su brazo a torcer durante la campaña presidencial. Sin embargo, esta disputa podría ser una muestra más de la naturaleza completamente impredecible de Trump: su extraordinaria capacidad de decir una cosa y hacer otra completamente distinta.

En el hogar de Vargas están a punto de servir la cena cuando el canal de noticias da los resultados de las primarias celebradas en el Estado de Nueva York. Trump celebra su victoria y habla desde un atril situado en la Torre Trump: “Tenemos problemas en múltiples frentes”, dice. “Y vamos a solucionarlos. La situación económica y el desempleo son los problemas más graves; y en eso yo soy el rey”.

Vargas sacude la cabeza en silencio. 

Traducción de Emma Reverter

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