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El clérigo iraní que gasta su dinero para llevar libros a los niños pobres de los pueblos

Esmail Azarinejad junto a un grupo de menores en uno de los pueblos de Irán donde lleva a cabo su actividad.

Saeed Kamali Dehghan

Teherán —

“Ya era casi invierno y Oso se estaba quedando dormido”, lee en voz alta el clérigo iraní. Se ha quitado su túnica, ha dejado a un lado su turbante blanco y está intentando entretener a un grupo de menores en uno de los pueblos más pobres de Irán.

Entre frase y frase mira atentamente para asegurarse de que todo el mundo está escuchando. “¿Estáis conmigo?”, pregunta. “¿Qué quería hacer Oso?”. Los niños, que están pintando las paredes de su escuela, contestan: “Oso quería contar una historia”.

Es un día de trabajo para Esmail Azarinejad, padre de dos hijos y alejado del clérigo estándar. Los teócratas iraníes son más conocidos por hacer comentarios incendiarios en las oraciones de los viernes o por explotar en televisión con cánticos de “muerte a América” como telón de fondo.

Azarinejad, de 39 años, concibe su misión de forma diferente. Cuando no está enseñando filosofía islámica o literatura árabe en el seminario de su ciudad, viaja a pueblos del empobrecido suroeste de Irán distribuyendo libros desde el maletero de su viejo Peugeot y leyendo fragmentos de libros como 'Oso quiere contar una historia', del autor estadounidense Philip C. Stead.

“Desde que volví a mi ciudad hace unos seis años tras estudiar en Qom, me di cuenta de que el 98% de los niños en nuestros pueblos solo tiene acceso a los libros que se enseñan en la escuela”, señala.

En su tiempo libre ha empezado a visitar los pueblos más pobres de la provincia leyendo libros para niños, enseñándoles películas y ayudándoles a pintar sus escuelas.

“Leer libros y contar cuentos es una excusa para mí”, cuenta a The Guardian. “Mi objetivo es su desarrollo intelectual para que tengan un mundo maravilloso y para que sean capaces de desarrollar habilidades. Tengo un lema que dice: cuento, pelota y color. El cuento hará de su mente y de su mundo un lugar maravilloso, la pelota es hacer deporte y ser sano, y el color hace referencia a pintar sus escuelas y bibliotecas”.

El coche de Azarinejad lleva varios libros y películas, incluidas traducciones al persa de títulos del escritor e ilustrador canadiense Peter H. Reynolds y de la autora estadounidense Megan McDonald, conocida por su serie Judy Moody.

“En lugar de enseñarles lo que hacer, intento preparar un espacio para su creatividad”, indica Azarinejad. “No tengo prejuicios a la hora de elegir los títulos, ya estén escritos por un extranjero o por un iraní, ya sean religiosos o no, cualquier libro que sirva para desarrollar su mente y habilidades me vale”.

En su último viaje esta semana a los pueblos del distrito de Dishmok, Azarinejad mostró a 15 niños un corto de cuatro minutos del director iraní Abbas Kiarostami, ganador de la Palma de Oro. Kiarostami, fallecido en 2016, se convirtió en el principal director de cine de Irán y trabajó en el Instituto por el Desarrollo Intelectual de Menores y Adultos Jóvenes en Teherán haciendo películas para menores.

“Después les di cinco palabras para usar y componer una historia: roble, río seco, abuela, cabra y cocodrilo. Tienen robles y un río en la zona y quise llamar su atención haciendo referencia a que algún día ese río podría secarse”, cuenta.

Irán tiene una rica tradición de cuentacuentos y cuentos infantiles. Su forma más antigua de representación dramática se llama Naghali, incluida en la lista de la Unesco de patrimonio cultural intangible en necesidad de protección urgente. Según Unesco, “el intérprete –naqqal– relata cuentos en prosa o verso acompañado de gestos y movimientos y, en ocasiones, de música instrumental y pergaminos pintados”.

Azarinejad sostiene que la era de las redes sociales ha abandonado estas antiguas tradiciones que necesitan un renacimiento, algo que él espera conseguir animando a los menores a escribir cuentos que les han contado sus abuelos y después recitárselos a sus amigos.

El clérigo iraní, que gana unos 15 millones de reales al mes (300 euros), insiste en que trabaja por caridad, pero invita a que le hagan donaciones para apoyar sus actividades. La gente de la provincia está recaudando dinero para comprarle un coche nuevo.

“Uso mi coche privado, mi gasolina y llevo mi comida cuando visito estos pueblos”, señala el clérigo, que informa de su trabajo en las redes sociales. “No he buscado la ayuda del Gobierno y tampoco me ha dado ninguna. Esto ocurre al margen de mi vida y no está relacionado con mi trabajo”.

Azarinejad, que tiene dos hijos de 7 y 12 años, afirma que el momento difícil al que se enfrenta Irán por las sanciones y la tensa situación política no le han arrebatado la esperanza. “Hay una sensación de desesperanza, hay dificultades económicas, pero yo, personalmente, no he perdido la esperanza”, afirma. “Mi esperanza son estos niños y mientras pueda animarles a leer libros, seguiré teniendo esperanza. Mientras vea a niños con libros en la mano, la esperanza estará ahí”.

Traducido por Javier Biosca Azcoiti

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