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Una campaña plural y sin exclusiones

Los consellers cesados y en prisión agradecen la manifestación y piden seguir movilizados

Gaspar Llamazares

Promotor de Actúa y portavoz de Izquierda Abierta —

¡Presos a la calle! Este es el banderín de enganche de un independentismo sin horizonte. Han llegado en un breve espacio de tiempo al final del camino de la independencia unilateral. Sin consenso social, en base a la fractura de un solo pueblo que ya son al menos dos, sin marco legal, habiendo derogado el Estatut y la Constitución, y sin ningún apoyo ni reconocimiento internacional. Una declaración unilateral de independencia y una proclamación de la república catalana absolutamente virtuales. 

Al final de un camino que no lleva a ninguna parte se hace imprescindible iniciar un nuevo trayecto. Explicar a los propios que el objetivo no era el proclamado, que ya sabían que no habría independencia, que se trataba de un duro ejercicio de acumulación de fuerzas tras el cual habrá un nuevo horizonte, una nueva frontera que esta vez sí, inevitablemente les llevará a la república soñada. Y si hay que decir que Europa es la salida, se dice. Y si ahora Europa es el lastre, se denuncia con ahínco (ahí la reciente huida de Puigdemont). O el desafortunado recurso a la manipulación del terrorismo. Todo vale si la vista no se aparta del horizonte, incluso mentir con osadía. 

Pero antes, como la realidad se impone, habrá que hacer recuento de las conquistas y también de las derrotas. O si les parece mejor, hacer balance de daños y perjuicios en relación con los avances. Porque daños ha habido, aunque siempre queda el recurso de atribuírselos a la maldad de un enemigo que bueno no es, que carece de cintura y es incapaz de utilizar la política como instrumento de diálogo y negociación. Sin embargo, hay que asumir los daños propios.

Aún con la represión inaceptable del 1 de Octubre, incluso con la innecesaria y contraproducente aplicación exprés del artículo 155, lo que finalmente queda es el agravio desproporcionado, torpe e insensato del encarcelamiento del Govern y de los presidentes del movimiento soberanista.

Frente a la arbitrariedad y falta de criterio del difunto fiscal Maza (fallecido, por cierto, apenas diez días antes que Romero de Tejada, fiscal jefe de Catalunya y quien dirigió la actuación contra el 1 de Octubre), que elaboró un sucedáneo de rebelión y sedición sin violencia, pero disuasorio, y su correlato de prisión preventiva, ¿para qué explicar las debilidades y consecuencias de un relato soberanista si se han puesto en evidencia las ventajas económicas de vivir juntos con tan sólo unos segundos de separación virtual? Para qué, si en el sucedáneo de exilio en la federal Bruselas, y a pesar de las consiguientes tensiones internas, hemos comprobado el compromiso europeo con la convivencia dentro de los Estados y el diálogo político con respeto a las constituciones de sus miembros.

Una vez que el Tribunal Supremo moduló la intervención de la justicia evitando nuevas cautelares de prisión provisional a la Presidenta y la Mesa del Parlament, sería deseable la excarcelación de quienes hoy siguen en prisión, que además se presentan a las elecciones del 21D: todos, sin excepciones, en campaña. Incluidos presos y huidos a Bélgica. Eso contribuiría, en relación al Govern, a acabar con el banderín de enganche de la justicia politizada, la España opresora, los presos políticos y el régimen del 78, aunque me permito dudarlo dada la capacidad de mutación de los discursos independentistas. 

Porque seamos claros: en Catalunya no ha estallado una revolución, ni siquiera una revuelta violenta. Tampoco en España hemos pasado de ser una democracia con carencias económicas, sociales y políticas evidentes, a ser un ‘revival’ de la muerta y bien muerta dictadura franquista, que quiero recordar fue una de las más sanguinarias y represoras de Europa después del nazismo. Hoy, y esperemos por poco tiempo, unos políticos, a la sazón miembros del cesado Govern, están en la cárcel con acusaciones más que dudosas. Bajo el régimen dictatorial de Franco, toda España -también Catalunya- fueron una cárcel. 

Por tanto, arriados los banderines de enganche y elecciones mediante, llega el momento de desarmar los relatos y discursos de incomprensión y rechazo para posibilitar el diálogo. Hay que dejar atrás las matracas de la España negra y la Catalunya egoísta, tanto monta, monta tanto. El relato de una España opresora, corrupta y ladrona es tan falso como necesario para el relato de una Catalunya independiente, republicana e idílica, como también lo es en su contrapunto el de una Catalunya egoísta y excluyente frente a una España moderna y europea. 

Las movilizaciones en la calle nos han mostrado que el pueblo catalán está dividido, y eso es caldo de cultivo para los extremos y la intolerancia. En España también se ha despertado un nacionalismo que habría de ser residual por peligroso para la propia democracia. En el mundo de la identidad y el antagonismo no hay matices, y sin embargo es en los matices donde se encuentra lo real y es ahí donde reside la acción política. 

No se trata de eludir los sentimientos como ajenos a la política. Muy al contrario, así como en el ser humano existe un sentimiento de pertenencia, también opera el de solidaridad. Se trataría de, junto a una realidad plural y compleja, aceptar sentimientos y sensibilidades que compartimos y que nos hacen humanos.

Ahora la izquierda tiene la difícil papeleta de elaborar su propio relato, por propia coherencia y para completar los relatos de dos identidades y sistemas enfrentados que comparten mucho más de lo que parece, tanto en avances como en carencias. Un relato de derechos sociales, pluralidad y convivencia, lejos del panegírico y de lo virtual. El relato de un federalismo republicano construido a partir de los problemas concretos y las aspiraciones de la mayoría. Un federalismo moldeado con criterios ampliamente compartidos y en el que nuestros sueños también sean ingredientes de la masa madre.

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