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Catalanes de perfil

Puigdemont: "Nada podrá impedir que abran los colegios con normalidad el 1-O"

Jordi Sabaté

Ser catalán y partidario de permanecer en España -lo que algunos llaman unionista, para dejar en el aire la comparación con los reaccionarios protestantes de Irlanda del Norte- no es fácil en estos días de canícula y cuenta atrás para el cacareado referéndum del 1 de octubre. Pero, al contrario de lo que podría pensarse, y de lo que aseguran partidos como Ciudadanos y el PP, el ataque sobre el unionista medio, esa mayoría silenciosa que no queremos la ruptura, no nos viene de la artillería soberanista.

Se trata más bien de fuego amigo, un bombardeo informativo a discreción que día a día nos cae desde diversos diarios nacionales, y que en los últimos tiempos viene capitaneado por El País, que ha dado una nueva e insospechada vuelta de tuerca a su viraje ideológico a las esencias de un conservadurismo bastante bizarro.

Sin tener del todo claro lo que se busca con estas raciones de noticias negativas sobre Cataluña que aparecen a diario, a modo de fuego de mortero en los principales medios de comunicación, me embarga la sensación de que lo que se pretende es 'venezuelizar' el 'procés'. Esto es: magnificar un conflicto que en realidad es mucho menor, darle apariencia de caos social e infundir la sensación de amenaza inminente, tanto en la propia Cataluña como en el resto de España.

Por lo pronto hemos podido leer que en Cataluña mandan los bolivarianos, que Cataluña está en manos de los radicales, que en Barcelona se ataca a los turistas ante la sonrisa cómplice de la alcaldesa, que la Generalitat controla todos los medios de comunicación a base de talonario -como si no se hiciera eso mismo en todas partes- y otras muchas informaciones por el estilo.

¿Existe una amenaza real de ruptura? Lo desconozco, aunque por aquí -por Barcelona- la sensación imperante es que el referéndum nunca llegará a celebrarse y si se celebra, no pasará de ser un ritual sublimatorio de las aspiraciones soberanistas frustradas, una especie de bofetada estéril en la cara del Estado, que acaso sea también una autobofetada en la cara del 'Govern', por lo ridículo e infantil que resulta todo este espectáculo, en especial en los últimos meses.

A esta pretendida 'venezuelización' se la está acompañando de sucesivos llamados a la movilización de la mayoría silenciosa que se muestra contraria a la ruptura con España, y que hasta la fecha se ha mantenido de perfil y calladita. Algunos dicen que nos ponemos de perfil por miedo, otros por ambigüedad, otros por desidia y, finalmente, los hay que aseguran que en el fondo todos los catalanes guardamos una 'estelada' en el corazón y soñamos con la independencia. No importa que la mayoría seamos hijos o nietos de andaluces, castellanos, murcianos o gallegos, el aire del noreste tiene algo que nos pudre el alma...

Pudimos leer la sensata carta abierta de Isabel Coixet en El País llamándonos a la salir a la calle y expresar nuestro rechazo al Ferrari-sin-frenos-a-toda-leche-contra-el-muro en que se ha convertido el 'prócés'. También la diatriba de Gregorio Morán, la censurada, denunciando el manicomio en que se ha convertido la política catalana y la connivencia de diversos medios escritos en catalán y subvencionados, por supuesto.

Le he leído a Don Gregorio diatribas mucho mejores y le reprocho, además, que en esta levante el dedo acusador contra medios privados como El Punt Avui o Ara -donde colaboro semanalmente- por su orientación favorable a la independencia. Desde el principio de los tiempos, los diarios se han casado con una tendencia política determinada y cuando no lo han hecho, han resultado sospechosos.

Por otro lado, el que estén subvencionados por la Generalitat es la norma, no la excepción. Todos los diarios nacionales lo están en mayor o menor medida. De hecho, según algunas informaciones, El País recibe entre 300.000 y un millón de euros anuales por mantener su edición digital en catalán, a todas luces un fracaso de audiencia. Por lo demás, Morán tiene toda la razón.

Ahora bien, aún siendo un unionista preocupado por cómo acabará todo esto, no estoy dispuesto a ceder a estos llamados a pronunciarme y a salir a la calle, ni a los muchos que me llegan por Whatsapp, por mi DM en Twitter o por mi buzón correo electrónico. Respetando las decisiones de cada uno y considerando legítimo expresarse frente al desafío de los soberanistas, reivindico mi derecho a seguir de perfil, callado, mirando las 'estelades' en los balcones como quien ve llover.

Y no por ambigüedad calculada, por miedo o por pereza de discutir con los amigos -que, por cierto, saben que no soy soberanista y lo respetan-, sino por no caer en un juego que se me antoja tan sucio como calculado. Me temo que mi imaginada 'venezuelización' de Cataluña es intencionada, responde a un plan más o menos preconcebido para crispar la paz social y lograr una masiva salida a la calle de contrarios al referéndum que neutralice los posibles efectos de su celebración, que incluso derive en altercados que finalmente desautoricen al 'govern' y obliguen a plantear nuevas elecciones donde los soberanistas serían barridos.

En otras palabras, se trata de hacerle el trabajo sucio al Gobierno y en especial a Rajoy, que podrá mirar desde el plasma los acontecimientos y atribuirse la legitimidad de no haber cedido ni un palmo, de no haberse prestado al diálogo ni una sola vez en estos seis años de crecida del anhelo independentista. Se ahorraría así, le ahorraríamos los concentrados en las calles en plan oposición venezolana, el engorro de tener que aplicar el artículo 155 llegado el caso, y si el quebranto de la ley lo demanda, y sufrir las consecuencias de ello, seguramente no solo electorales.

Llámenme paranoico -seguramente muchos lo estarán haciendo mientras me leen-, pero es muy de Rajoy, muy del PP diría yo, eso de dejar que otros te hagan el trabajo sucio y llevarte el mérito sin que te salpiquen los daños colaterales. Pero resulta que en democracia se eligen gobernantes para que asuman responsabilidades, no para que las deriven a la ciudadanía. Repito: llámenme paranoico, pero déjenme seguir puesto de perfil en este asunto.

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