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Desaprender

Un hombre y una niña caminan por el barrio de Gracia de Barcelona

Marina Rodríguez Martínez

Profesora de filosofía —

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Hace tiempo leí que de niños respiramos bien, como se debe respirar, y que a medida que vamos creciendo desaprendemos, algo que hacíamos bien naturalmente vamos empeorándolo hasta hacerlo mal. Hay estudios que confirman que esto es así. También hay estudios que afirman que de niños no somos racistas, y que a medida que vamos creciendo aprendemos a serlo.

Lo que me interesa de estos dos casos, es plantear la idea del aprendizaje social y sobre todo la del desaprendizaje. El proceso socializador establece el marco donde aprendemos, y ese proceso va construyendo a lo largo de la vida el conjunto de creencias y saberes, en y con el que, nos desenvolvemos y que constituye nuestro mundo de significados. Demasiado a menudo llego a la conclusión de que este mundo es indigno por lo injusto y desigual, muy complicado sin necesidad, y triste por habernos esforzado tanto en que sea así: no es producto del azar, ni de la tozuda determinación de los acontecimientos, somos nosotros quienes lo hacemos.

Pero bien podría ser de otra manera. Si podemos desaprender buenos hábitos, como respirar bien, tendría que resultarnos más sencillo hacer lo contrario. Veamos algunos ejemplos:

Desaprender el mantra de que no hay nada que hacer porque “las cosas son como son, siempre han sido así, y es lo que hay”, bebedizo anestesiante destinado a anular las conciencias y provocar la parálisis de las voluntades. Porque la verdad es que las cosas son como las hacemos, o como nos las hacen si nos dejamos. Porque con solo echar la vista atrás, vemos que la realidad evoluciona, involuciona e incluso revoluciona, y a esos cambios suele contribuir la acción humana.

Desaprender que la vida se rige por la ley del más fuerte, con derecho a someter al débil. Dominio de género, étnico, de clase, de especie. Dominio de la naturaleza, cumpliendo con pulcritud el mandato bíblico (Génesis) y el de la Ilustración (Bacon, Descartes). Dominio que, en sus distintas formas, opera a través del maltrato, la explotación, la exclusión, la negación. Pero la realidad es que el dominio no ha existido siempre, ni se da en todas las formas de comunidad, sino que aparece, cuando y donde hay acumulación de riquezas, sea grano, reses o diamantes; podríamos considerar que la acumulación es el principio generador del dominio.

Desaprender que, en nuestra sociedad, el modelo a seguir es la figura del “hombre hecho a sí mismo” (made-man-self): cualquiera, venga de donde venga, si se lo propone y se esfuerza, puede alcanzar el éxito, asociado en muchos casos al dominio, y medido en términos cuantitativos; si no lo consigue solo él es el culpable. La trampa está en que “cualquiera” no es todos, aunque parezca estar implícito en ese pronombre indeterminado: para que uno triunfe tiene que haber otros muchos que fracasen; es más, se triunfa a costa de los demás… Balzac veía un delito detrás de toda gran fortuna, a pesar de que, por lo que parece, él mismo buscó su enriquecimiento…

Desaprender que lo importante es tener antes que ser, el esfuerzo por conseguir más y más pertenencias; estamos en un continuo proceso de selección donde lo que se mira es lo que se tiene, no lo que se es. Sin embargo, estrictamente hablando, estamos sacrificando lo más valioso que tenemos: tiempo, o sea vida, porque la vida es tiempo. Quien así se afana no se da cuenta de que no es dinero, sino tiempo, es decir, cantidad de vida, lo que invierte en cada posesión. Pero es que, además, es una trampa que nos ponemos a nosotros mismos, ya que son las cosas las que nos poseen a nosotros, nos amarran, nos impiden dedicarnos a nuestra propia realización.

Desaprender que las actividades productivas que generan beneficios y son remuneradas, están por encima de las actividades reproductivas y de los cuidados sin beneficios contables ni remuneración. Porque lo que sostiene la actividad productiva y la posibilita es el universo de la reproducción y de los cuidados, callado e invisible. Es preciso que tomemos conciencia del desequilibrio de esta balanza. El error ha consistido, no en diferenciar las actividades, sino en jerarquizarlas; no en distribuirlas, sino en consolidarlas en roles inamovibles. Las actividades cumplen funciones pero no se subordinan unas a otras, porque todas son necesarias pero ninguna suficiente.

Desaprender que todo progreso, por el mero hecho de serlo, es bueno y deseable, indica siempre avanzar. Y que la tecnología nos sacará de todos los apuros, nos salvará; es un “saber hacer” (tekné), que va de la mano del progreso. Progreso y tecnología se han convertido en dioses de nuestra era; también ellos son adorados incluso cuando producen daño. No son neutrales, están vinculados con nuestro modo de vida, pero nos hemos dejado seducir por el brillo de su omnipotencia. Delibes advirtió en Un mundo que agoniza, que el progreso debe conservar el medio, lo demás es retroceso.

Se puede aumentar la lista de los aprendizajes que nos interesaría desandar, basta plantearse la cuestión ética de si las cosas podrían hacerse mejor para todos.

Lo expuesto hasta aquí responde a una perspectiva macro-social. Desde una perspectiva micro-social tenemos infinidad de falsedades interiorizadas por desaprender: que lo que no tiene precio no tiene valor (¡Machado, comparece!); que el tamaño importa, y cuanto más grande mejor; la soberbia de que podemos elegir todo, porque lo valemos; la impaciencia del aquí y ahora; el ridículo disfraz del individualismo; la trampa de la competitividad contra nosotros mismos, “darlo todo”, la nueva autoesclavitud; la excitante movilidad que nos lleva como maletas de un lado para otro sin ton ni son… que cada cual continúe la lista.

Puede parecer tarea difícil, pero cuando abordamos esos desaprendizajes se produce como un efecto dominó, que va destejiéndolos con relativa ligereza y bastante alivio. Ahora bien, es una tarea de continuidad, en actitud atenta, con buena voluntad y convencimiento moral, para no encontrarnos, cada mañana, el telar rehecho.

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